Navegación de la consciencia
Lo subconsciente se convierte de manera gratuita en el chivo expiatorio de nuestra consciencia. Es la etiqueta favorita de la maraña de la causalidad. No es que no haya cosas presentes en nosotros que pasen desapercibidas como los recuerdos lejanos y difuminados, pero presentes, reminiscentes, la presencia de inclinaciones que surgen de las afectaciones del pasado y las costumbres que no notamos. Lo que no creo es que podamos hablar de autoconocimiento si delegamos la explicación causal a la sombra en donde se borra todo límite posible de causalidad. Tan oscura es el alma de otros como la evidencia de los primeros principios, y quien dude que haya principios habrá dado el primer paso para despeñarse en el abismo de la ignorancia.
En el laberinto del espejo que formamos en interrogarnos se abren atisbos sobre la verdad. Fulguran ahí inquisiciones fugaces pero también serias, se producen chispas sobre la diligencia o blandura de nuestro actuar. Como si uno tuviera que interpretar también sus acciones aún después de haberlas provocado. Eso que existe incluso en los que dicen no tener remordimiento de nada. Eso que permite que la educación moral se base en la importancia del deseo para que los medios y los fines cambien. Interrogaciones que hacemos entretejiendo preguntas heredadas, dotadas de un sentido por nuestra propia vida. Por eso la interpretación, que no la subjetividad, importa para el autoconocimiento y el conocimiento del hombre, cara y cruz de una moneda que gira aunque no lo queramos.
La culpa es un sudor frío, un estoque en ese lugar nunca visto en donde habita el aliento. Algo que puede desaparecer según entendamos la relación entre el entramado de los hechos y nosotros. No es lo mismo que la incriminación por convención. No funciona así. Como el pudor, no requiere siempre de la mirada de otros. Se puede sentar junto a nuestro corazón por tiempo indefinido, ir y venir, desaparecer en el rumor de los vientos del tiempo. Difícilmente podremos acceder a ella cuando creemos en que orilla siempre a un llanto lastimero, a un lamento eterno en el altar de los idólatras. No hay culpa para los justificables. Lo justificable muchas veces se extiende en un horizonte que en lo moral trazamos. Por eso se puede creer que depende de una sugestión.
Sospecho que no puede haber culpa en un mundo moderno, y que eso es importante para reconocer el fracaso. En el camino del éxito y en las necesidades que la tiranía hace surgir la culpa parece un absurdo. Parece mostrar que el inconsciente y la circunstancia puede extirpar de nosotros toda posibilidad de claudicar ante el error. Como si las distinciones no fueran más que parloteo de relatividad. Si no puede haber culpa, es porque para el moderno la consciencia nunca deja de ser una instancia del conocimiento histórico, una versión de la causalidad que no necesariamente nos hace ajenos, pero que sí puede poner a lo humanos bajo las convicciones personales sin ningún problema: lo personal, lo subjetivo, siempre es un constructo. La verdad de la historia es una soledad inmarcesible. Si es posible reconocer un fracaso, el equívoco, puede que veamos que la culpa no es una patencia azotadora del infierno, sino lo contrario. La victimización es el escape preferido de los justificables, no la verdad del culpable.
Tacitus