El físico y el biólogo, o son filósofos en el sentido radical y literal de esta palabra, o sea en el sentido vocacional y humano, o no son auténticos hombres de ciencia.
El filósofo, o sea el hombre de ciencia en general, no habla de las cosas para expresarse a sí mismo, sino para expresar lo que ellas son.
-Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones vitales y Verdad y expresión, respectivamente.
Leí hace unos días los detalles de un estudio que se hizo para explicar, de una vez por todas, la causa de que existan canciones pegajosas. Toda la fuerza argumentativa de la ciencia ayudada del poder tecnológico para revelar a todo color los intercambios eléctricos del cerebro, al servicio de esta pregunta. Es un problema tremendamente llamativo que me ha intrigado siempre. Es de esperar que todas o la mayoría de las personas se hayan encontrado en este estado, en el que una melodía se representa una vez tras otra en la imaginación, a voz o en silencio, desconcentrados o enfocándonos en ella, disfrutándola o hasta detestándola. Con más frecuencia tiene letra, pero no es necesario (además, con mucha más frecuencia escuchamos música con letra que instrumental). Es común y yo creo que no ha de ser tan rara tampoco la pregunta de por qué nos pasa eso. Entonces, me lancé hacia el estudio emocionado: ¿qué respuesta habrán hallado al milenario enigma?
La investigación empieza por tomar una muestra amplia de gente que responde cuál es la canción que más se les ha pegado en los últimos cinco años. No hay que descartar que las personas solemos ser poco memoriosas, así que la pregunta de los científicos estuvo ayudada de una lista con las canciones que más alto habían llegado al Billboard durante esos años, y como es suficientemente grande la cantidad de personas que viven en Washington, donde se hizo el estudio, todas las encuestadas son de allá. Ya desde el inicio tenemos que permitirle libre paso a la implicación de que la educación musical de estos estadounidenses no puede ser un factor de injerencia en el estudio. ¡Admitámosla!, ¿pues qué? Así, determinaron cuáles eran las diez canciones más pegajosas de todas (de todas las que estaban en esa lista que los científicos eligieron para enseñárselas a las personas que los científicos eligieron). Luego dieron paso a sus virtudes como observadores y determinaron cuáles eran las características que más se repetían entre las canciones pegajosas. Llegaron a tres: primero, un paso más cercano al trote que a la caminata; segundo, una «estructura rítmica» repetitiva (que entiendo se refiere a si hay correspondencias de tiempos muy notorias en espacios cortos de tiempo, como el chun-ta-ta, chun-ta-ta); y tercero, uno o dos compases con un giro melódico «inesperado». También aquí tenemos que darles el beneficio de la duda de que las características que buscaron son consecuencia de la comprensión teórica de la música y que no son accidentes derivados de lo que ellos mismos piensan desde el principio que hace de la música pegajosa algo tan constante. ¡Démosles el beneficio, entonces! Estos tres aspectos combinados, observan los científicos, componen una pieza «simple pero diferente». En ello, dicen, está la clave de todo.
Esta nota es muy provocativa: simple pero diferente. Me recordó que la tensión en la música aparece en cada uno de sus aspectos. Puede verse como la combinación de tiempos distintos que dan lugar a un paso ordenado, comprensible; como tonos disímiles que pueden consonar o disonar produciendo momentos agradables por sí solos o como resoluciones de un desagrado inmediato anterior; o como la coincidencia de voces largas con cortas que sugieren por estar juntas sus relativas dimensiones. Hay otras clases de tensión musical, en la melodía, en la harmonía y en la sinfonía, por ejemplo. Pero la idea de que la pieza es simple pero diferente sugiere otra cosa más abarcante, más completa respecto a los elementos que la originan. Lo que me sugirió al leerla fue que tal vez estaba frente a una observación que no invitaba un análisis de partes, sino una comprensión de totalidad. «Tal vez ‒pensé‒ con un lenguaje de irritante divulgación científica me mostrarán ahora que lo que significa esta frase tiene relación con el placer humano y su capacidad para entender totalidades en orden». O quizá (y esto no lo pensé en este momento), podrían haber dado con una interesante hipótesis acerca de qué haría que toda música en todo tiempo pudiera ser escuchada como «una cosa simple» teniendo «su diferencia» de lo demás simple. Sonaba casi como la vaga iniciación a un tipo de taxonomía medieval de la música con una base en nuestra propia experiencia del paso, el ritmo y la sorpresa: el paso cercano al trote indica el gusto por el movimiento, lo placentero de la danza y lo enfático de sus movimientos; la repetición en la estructura rítmica, por otro lado, nos asienta en lo que se puede ver de un solo vistazo y nos adentra en una representación cíclica, una muestra borboteante de la memoria; y los compases con una que otra melodía inesperada muestran lo extraordinario en lo ordinario.
Pero no. La hipótesis que sirve de conclusión, y que es la causa posible que, según afirman, apoya estas observaciones empíricas científicas, es que «la música es una adaptación evolutiva que nos ayuda a preservar información fáctica y emocional en un medio fácilmente retenible». Tarán. Se preguntarán, posiblemente, de dónde salió esto según todo lo anterior. Bueno, pues como debería ser claro, el hecho de que toda faceta de nuestras vidas sea resultado de adaptaciones evolutivas que nos permiten guardar información útil para escapar de la muerte violenta y preservar el placer de la vida, es algo que ya habíamos todos adoptado como base para esta investigación. ¿No? Sea, pues. Entonces, concluyamos: suponiendo que las cosas son lo que ya pensábamos que eran, y que la música sí es lo que ya creíamos que es, y que específicamente la música pegajosa tiene las causas que ya pensábamos que tenía; suponiendo todo eso, si acaso es cierto, ¡pues el estudio tiene toda la razón! Hubo estadísticas, hubo comprobación de la hipótesis según las estadísticas, y hubo autoridad documental coincidente con el estudio. Ergo, lo que ya creíamos es lo que seguimos creyendo y eso es lo que creemos que es verdad. ¿Por qué esta «adaptación evolutiva» es la que funciona y no otra? Ah, pues eso sí que ¿quién sabe?