El cuento de la acción

Reza un popular cuento español que había un joven licenciado en leyes por la prestigiosa universidad de Salamanca encerrado en un sanatorio mental. El joven había heredado una numerosa cantidad de tierras de su padre que no podía reclamar por su enfermiza condición. Pero un piadoso prior fue a hablar con él para comprobar si se encontraba tan mal como se juzgaba por su enclaustramiento y, en caso contrario, hacer lo que estuviera en su mano para poder sacarlo. Mientras hablaba con el rico heredero, el prior no había notado nada que se saliera de los límites comunes de la cordura; incluso escuchó del propio enfermo que la familia de éste se había puesto de acuerdo con el encargado del sanatorio para no dejarlo salir y así gozar de su hacienda, por lo cual había tomado terminantemente la decisión de liberarlo. Hechos todos los papeleos indispensables, el joven pidió despedirse de un amigo, el cual dijo que él era Neptuno, y que si él se iba, haría descargar la furia de los mares inundando todo el país; el joven río y le dijo al prior que no se preocupara, que si el loco era Neptuno y cumplía su amenaza, que él era Zeus y se lo impediría con su fuerte y tonante rayo. Más importante que la conclusión del cuento -sólo he encontrado una versión en la segunda parte del intempestivo Quijote- se refleja la enseñanza de que con el poder no se juega. El rico licenciado puede ser encerrado nuevamente si sus palabras no son tomadas a broma; puede burlarse del loco, pero no ve el poder de sus palabras. El loco no sólo fantasea con la mitología griega, sino que considera inmensas las posibilidades de su acción; loco es todo aquel que cree que toda su voluntad, su querer, se puede hacer; el más loco es quien puede actuar pero no sabe en qué consiste actuar bien y ni siquiera le importa. En el cuento quizá pueda más el soborno de la familia del heredero al encargado del sanatorio que la ley; cruenta broma para un abogado. Donde empieza la consciencia de la posibilidad de actuar bien es donde termina la locura política.

Cualquiera que lea una noticia sobre la salud política del mundo, observa que la enfermedad de la guerra y la muerte regularmente comienza con otra enfermedad: la del poder. Quien vea la inmensidad del mal querrá hacer algo, pero ese algo es más indeterminado que su definición gramatical. Evidentemente querer transformar el mundo sin haberlo pensado en toda su complejidad es una locura, pero querer convivir mejor nos devuelve a nuestras cuerdas posibilidades. Hay que conocer a los encantadores, lo que nos impide pensar y actuar con claridad, antes de que nos quiten nuestra ventura. El otro extremo es pensar que el mundo es gris y la vida no se trata más que de sufrimiento; quien piensa así se ha ahogado de ideas que le impiden actuar, que le dificultan moverse. Ante todo hay que impedir que los encantadores nos quiten el ánimo; tampoco hay que tener el ánimo alocado. Los límites de la acción humana, sus posibilidades y su buena conducción, no son un cuento.

Yaddir

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