Práctica del habla

Práctica del habla

El lenguaje no es espontáneo, pero sí aprendido. Las posibilidades naturales no pueden ser espontáneas, pero sí impedidas. Los salvajes no desarrollan una lengua, pero eso no impide que puedan aprenderla. No saben nombrar, pero pueden hacerlo. ¿De dónde proviene la palabra? Lo más común es aceptar que en él reside el vínculo con el mundo: uno conoce las cosas que puede nombrar. El drama de la teología estaría en buscar el lógos de algo irreconocible, que no puede formar parte del mundo. En todo caso, eso no resuelve el problema. Nos dice lo obvio: reconocemos las cosas de las que hablamos. La mentira es posible por lo mismo. Ahí se acaba.

¿La poesía es canto que enriquece nuestro conocimiento de la lengua, o todo conocimiento de la lengua no se puede realizar siendo solamente un conocimiento de la combinación de palabras y cosas? Dicen que la experiencia común del amor puede agotarse en las canciones populares. No lo sé. Hay canciones distintas que hablan de lo mismo, y por eso son muy diferentes. Ninguna lectura es idéntica, ni siquiera las que involucran emociones que se llaman triviales. No queremos verlo, pero el hombre común puede crecer memorizando canciones que nadie querría aceptar como poéticas, pero que, evidentemente, lo son, aunque puedan ser malas. Su sentir coincide con lo que el autor pensó, o simplemente le produce un placer que le permite moverse con ella. La poesía es posible por esas esferas menores. Hasta que no nos atrevemos a leerla, nos perdemos de mucho. No aprendemos, a través de ella, modos de usar palabras, o no únicamente.

Si la poesía no interesa, si decimos no entenderla, eso no quiere decir que esté hecha únicamente para los mejores entendimientos. Sólo quiere decir que no nos gusta leerla. Tal vez por ello hay poesía que, siendo primerizos, nos interesa más, como las declamaciones románticas. O las amamos por intensas y bellas o las encontramos dignas de olvido por ser exageradas. Dos polos de la experiencia del amor que, no obstante, en cada lector tiene su matiz. Por eso la lectura, como la escritura, es productiva. Sin darse cuenta, el lector se condujo entre el rechazo o la asimilación de algo que pudo ser meramente descriptivo o flamígero y, en ambos casos, reconocerse de algún modo. Por ello las experiencias más cercanas con la poesía son las canciones y los cantos populares.

Eso no sirve para toda la poesía que, fuera de la romántica, nos muestra la limitación tanto de nuestro lenguaje como de nuestro cuidado como lectores. Creo que nuestra limitación está sólo en el desinterés, y que el desinterés surge de que nuestros acercamientos a la práctica no van más allá de lo inmediato. No accedemos a la poesía porque sea imposible. No podemos decir que la poesía esté a niveles inalcanzables porque nos rodea aunque no lo sepamos. Esa idea, la de los altos niveles es perjudicial en estos casos. Apreciar la perfección en el uso de la palabra no puede separarse de la posibilidad de apropiársela. Que esa perfección nos enseñe, incluso, a hablar sobre nosotros en relación con lo que leemos.

No creo que el lenguaje se agote con la experiencia romántica. La mejor poesía no necesariamente es la más apasionada. Otra idea perjudicial: lo valioso de la expresión está en lo expresado de manera personal. Perjudica a la práctica de la lectura y la escritura en tanto nos permite pensar que leer es un acto de formación o perversión que influye directamente en la maleabilidad de la imaginación. Pero la rusticidad está llena de perversiones por igual. Perjudica la escritura en tanto nos educamos en una lengua que, por más apasionada y fina que pueda llegar a ser, se nos pierde el valor que tiene para la verdad en su práctica: escribir es valioso porque se puede ser leído, y porque hay descubrimientos que sólo se realizan en ese ejercicio, como la prosa inmejorable. En la escritura hay algo que en el silencio no puede habitar. Hasta el soliloquio se vuelve género habitable, escribible. No es un trabajo de reificación. Es un esfuerzo que es espejo, pozo infinito, arte pulidora, ejercicio de la sensación, práctica de muerte. Algo se alcanza que no está en el mundo, porque nunca lo hablamos igual, por más que podamos rastrear un pensamiento en toda una obra.

Tacitus