Palabras para las fiestas decembrinas

Festejar y celebrar parece algo propio de estas fechas; los buenos deseos cunden hasta en las bocas viperinas. Las fiestas parecen volvernos más amena la convivencia familiar. Aunque pocos se preocupan de qué decir a personas que no se ha visto en casi un año o poco más y con las cuales se convivirá, mínimo, cinco horas. Además de la deslavada “Feliz (navidad o año nuevo, según sea el caso)” y de la casi insustancial “que todos tus deseos se cumplan” (que viene a ser semejante a “que el siguiente año esté lleno de éxitos”), ¿qué más se puede decir a gente de la que ni siquiera sabemos si todavía se conduce dentro de la ley? Hay quienes gustan de preparar lo que dirán; extraños sujetos que hacen de la palabra su vida y sus noches de convivencia decembrina se vuelven más amenas si utilizan lo que en otros momentos les proporciona trabajo y felicidad. También hay quienes se dejan llevar por el momento (estimulados por vinos y licores o por los comerciales de la época) y van armando sus discursos según sea propicio o incorrecto hacerlo. He sabido de otra raza extraña, seres de alma paradójica, aunque no como los personajes de las novelas rusas; ellos hablan poco y no preparan lo que dicen, aunque parece que sí lo hacen, pues siempre resuenan de sus bocas las mismas palabras, las mismas preguntas, de cada año. (No quiero aburrirte, estimado lector, recordándote lo que cada año has escuchado y seguirás escuchando).

Por suerte, en estas fechas, yo tengo una estratagema que quiero compartir contigo, amigo lector: escucho a las personas, les sigo la plática, y voy pensando qué les orilla a decir eso, por qué si ellos están tan incómodos como yo, siguen asistiendo a las reuniones (¿por qué yo sigo asistiendo a esas reuniones?). Si ya agotaste los cuestionamientos anteriores, puedes juzgar qué tan falsas o sinceras son las expresiones de cariño, los obligatorios abrazos de estas fechas, así como podrás analizar cuándo quieren compararse contigo o quieren compararte con tus primos u otros familiares para no sentirse tan mal ellos mismos. Si todas estas estratagemas las has agotado desde hace cinco años o más, podrás observar y analizar quién ya armó sus pláticas previamente o le gusta improvisar. ¿La gente con más ingenio improvisa más y la que carece de este prepara menos sus palabras?, ¿qué discurso es mejor, en cuanto a estilo y en cuanto a verdad?, ¿puede ser más inofensivo quien, sin proponérselo, dispara las frases más agudas a quien ya ha afilado sus estoques argumentales?

El rey de los ensayistas también se hace estos cuestionamientos y parece dejar en el aire las respuestas. Pero nos puede ayudar a responder el recordar que un ensayo antes habló de los que mienten ante la sociedad y en el ensayo sobre el pronto y el tardío hablar habla de ambos modos de discursear según el oficio o vocación de quien lo hace. Podemos ver que la palabra es un arma y que hay quien necesita afilarla para usarla mejor y hay quien sabe cómo atacar y defenderse casi con los ojos cerrados. También podemos ver que hay quienes hablan desde el fondo de su corazón, pero no se hacen responsables de sus palabras porque las dicen “sin querer” o, dicho de otra manera, no se responsabilizan de lo que realmente quieren decir apelando a que lo dijeron sin meditarlo mucho; los ejemplos de ello se pueden ver en los malos políticos, la gente famosa y en los malos ensayistas.

Todas estas cosas las pensé mientras una tía me contaba algo sobre un primo súper exitoso, gracias a que en la mañana había estado leyendo a Michel de Montaigne. Creo que la mejor manera de pasar estas fechas es reflexionando sobre ellas.

Yaddir