De la adivinación

La pregunta que se perfila, se arma y deshace a lo largo del ensayo XI de Montaigne es: ¿para qué conviene preguntar por la adivinación? La primera respuesta que se puede colegir es que es inútil esforzarse un poco en responder por dos motivos: la religión lo prohíbe y conducir la vida mediante los augurios es perjudicial. Inteligentemente el maestro ensayista le dedica bastante espacio a la segunda respuesta, contando el relato de un Marques que por guiarse según pronósticos y actuando traicioneramente perdió una batalla decisiva, con lo cual sugiere que las acciones políticas deben realizarse sobre bases sólidas, posibles; también nos sugiere que ante la incertidumbre, el hombre naturalmente buscará la manera de consolar su temor. Para concretizar bien las acciones políticas, es indispensable no guiarse por augurios.

Sin terminar el primer punto, sin decir que la frase es de Cicerón, y sin abandonar tampoco el segundo tema, el ensayista dice lo siguiente: “Y, por el contrario, los que creen esta afirmación erradamente la creen: Hay en esto reciprocidad: si existe la adivinación, existen los dioses; si existen los dioses, existe la adivinación.” Ya nos dijo cómo no debe ser escuchada la adivinación, ¿ahora llevará el asunto hacia un problema auténtico? El problema es: ¿cuál es la relación que hay entre los dioses y los hombres? Cuestionado de otra manera: ¿la adivinación es el modo adecuado de ver la relación entre hombres y dioses? O ¿no hay que creer en la afirmación, sino pensarla para encontrar la adecuada relación entre hombres y seres divinos? Al menos la manera inadecuada es creer que la adivinación es algo que se negocia con los dioses y que estos quieren hacer sufrir a los hombres mostrándoles su terrible suerte o que los quieren ayudar en todo. Inadecuado es considerar que los dioses le dicen al hombre fácilmente lo que debe hacer. Por ello me refiero a que los dioses no le van a decir al hombre exactamente qué hacer para que consiga el éxito.

Intentando rechazar el segundo punto, Montaigne señala que el azar es más confiable que cualquier augurio, mucho más un azar al estilo de la República de Platón, donde se eligen a los hijos de los más virtuosos para que permanezcan en la república justa y se exilia a los hijos de los viciosos; si estos son virtuosos, se les reincorpora, si los primeros son viciosos se les expulsa. Irónicamente se nos señala que los augurios no deben conducirnos, cual legislador de la república, sino que debemos aprovechar el azar; aunque es falso pensar que podemos controlar totalmente al azar. Pensar sólo el azar deja de lado a los dioses y entroniza al hombre.

Sin concluir si la adivinación todavía es inválida una vez que Jesús vino al mundo, es decir, sin cancelar la relación entre el hombre y Dios, Montaigne nos habla, sin mencionarlo, del Dáimon de Sócrates. Piensa que esa inspiración, realizada por quien ha reflexionado mucho y actuado virtuosamente, quizá sea poco inspirada. Visto así, Montaigne y sus ensayos, principalmente el de la oscura superchería, serían las velas de la ilustración. Pero pensando con más cuidado el accidentado ensayo XI, podemos comenzar a ver la relación entre Dios y el hombre en lo que distingue al hombre: su entendimiento. No se nos precisa si hay que pensar los sentidos, la imaginación o la intelección para ver que quizá la relación entre el hombre y Dios sólo pueda ser pensada adecuadamente a partir de lo que permite que el hombre actúe bien y pueda seguir los auténticos mandatos divinos.

Yaddir

La crisis continua

«…ciertas gentes,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,
montañas
(y tres o cuatro ríos)».

«Tengo este sentimiento, triste, de que estar alegre,
con las cosas como se ven, es traición».

Estos días nublados, que han de nublarse más, he estado pensando en cuánto hablamos y pensamos de crisis. La crisis, como una imagen, es un punto de quiebre, el culmen de la tensión que por fin estalla, los últimos segundos de soporte hasta que el peso quiebra el hueso. Por supuesto, es tumultuosa, confusa y mayormente temible1. Cuando una rama da de sí, el momento en que revienta apenas deja espacio para pensar, apenas para encontrar sentido. La palabra se adormece y tartamudea. Por un instante, no hay arriba ni hay abajo; o más bien, se los sospecha en una caída en la que no se distingue aún cuál es cuál. Por eso puede ser que, presas del sufrimiento con que se aviene la violencia que se asienta en la vida dedicada al poder, nos percibamos en crisis. La tensión es tan pesada que no parece sino esperar la resolución, como escuchar en una pieza musical una disonancia larga que obliga a esperar el acorde final… sin que éste llegue nunca. Cuando no ocurre el quiebre, pasa esto que también se ha hablado mucho y de distintas maneras: se dice que lo extraordinario se normaliza, que la sensibilidad se pierde, que la imaginación es amputada. Por eso puede ser también que hablando de ‹crisis› nos quedemos cortos, o incompletos, para entender lo que parece un contrasentido: la crisis continua.

El peligro de malentender la crisis actual es perder de vista la posibilidad de perpetuar la crueldad. Últimamente Námaste Heptákis ha apuntado aquí que negarse a ver el mal nos condena a la necesidad imperiosa, nos hunde en la vida tiránica. También lo ha dicho de otro modo: cuando la relación entre el honor y la atracción es injusta, los vicios privados se convierten en virtudes públicas. Me parece que ambas cosas están bien dichas. Que esto sea posible puede parecer contradictorio con afirmar la vida política como natural2. Esta contradicción es sólo un espejismo. Hay un sentido en el que la vida naturalmente política puede analogarse a la salud de cualquier ser vivo: puede crecer desproporcionada y tumorosamente, disminuir y marchitarse, puede mantenerse fuerte con ejercicio, sus órganos se complementan y su vida es un bien por sí misma, etcétera. Sin embargo, en la analogía se corre el riesgo de perder la diferencia, pues hay un sentido en el que, aun natural, la comparación no corresponde con la verdad. Esto se nota, por ejemplo, en que la barbarie no es una etapa anterior de crecimiento que deviene civilización siempre que no haya impedimentos externos. La barbarie puede no cesar jamás. La vida política y el diálogo público no son la fruta garantizada de un manzano (que, ha de decirse, aún el manzano sano puede no dar fruto, porque lo natural ocurre siempre o la mayoría de las veces de modo ordenado). La virtud debe ser actividad, o sea, elección: porque podemos tomar la decisión de actuar y hacernos responsables de nuestro juicio, la vida política está inextricablemente unida a la posibilidad de elegir el bien. En esa posibilidad humana se diferencia la naturalidad de la ciudad de la naturalidad del animal. La crisis que ahora mismo vivimos en «el país que todo pierde», como lo llamó hace poco Ángeles Mastretta, pervive en el alojamiento de la indolencia y por eso perpetúa la crueldad. Es un infierno continuo, repetitivo, interminable. Podríamos llamar a la nuestra una «crisis espiritual», como se le ha dicho ya también, o una «crisis humanitaria» si se quiere, con el objetivo de resaltar la importancia que tiene no confundirla con la crisis económica en la que tanto se están fijando las figuras de la opinión pública estos nublados días. El corazón del problema que vivimos encarnadamente no es una carestía del mercado ni lo es el terror a que tal calamidad nos sepulte; ese terror es consecuencia de nuestra carestía verdaderamente grave. Ésta es una sequía de virtud y una escasez de amistad. Cuando no podemos concebir otro terror que el del mercado, se perpetúa la crueldad y nuestra crisis se prolonga para siempre.

1Y por temible, posible habitación de la valentía.

2Por ejemplo, para quien pregunta: «¿cómo es posible el mal en la naturaleza, si natural es lo mismo que lo que hace bien a cada cosa según lo que ésta es?». Esto puede llevar a alguien a concluir «el mal no es sino el bien de otra cosa y, por tanto, ilusión provocada por el punto de vista».

Desvelo

Un par de veces antes lo había experimentado. La primera de ellas, fue en el momento de cumplir treinta horas consecutivas sin dormir. Los oídos se le inundaban de un violento tifón de sonidos fantasmas, creados por su cansado cuerpo. En la segunda, los hombrecillos danzantes vestidos de rojo, venían acompañados de varios olores peculiares. Claro, con setenta horas sin dormir, era de esperarse semejante espectáculo. Esta última vez, Emanuel estaba desesperado, gritaba, corría y se estrellaba contra las paredes de su habitación. Hacía todo lo que su torcida mente le dictaba para mantener la cordura. Sí, esta vez llevó su experimento mucho más allá, lo extraño del asunto fue que durante las doscientas dieciséis horas de vigilia que cargaba sobre sus flacuchos párpados, no había tenido la más mínima distorsión de la realidad. No había alucinaciones de ningún tipo, y eso lo sacaba de sus cabales.

Unidad con pies de barro

Unidad con pies de barro

 

Come Mexicans, Muslims, LGBT and Jews

keep your eyes wide for what’s on the news

for President Trump is expressing his views,

and I fear that the mob he’s inciting

Will soon break your windows

and burn down your schools

 For the times they are a-changing back…

Billy Bragg

 

En el primer libro de su República, Platón mostró la diferencia definitiva entre el clan y la comunidad política. Carl Schmitt fue, quizá, quien más claramente lo aprendió y, sin duda, quien más persuasivamente lo ocultó: nada nos hace más unidos que un enemigo en común. Ante el peligro, para el abogado católico, las diferencias políticas se suspenden y los hombres se suman en torno a la causa del líder. El liderazgo triunfa, se ha de concluir, cuando la comunidad política torna en una gran familia. El peligro forja la unidad. En el peligro está la salvación.

En días recientes, la unidad se ha vuelto unánime y para triunfar, en los días que vienen, deberá encontrar un liderazgo legítimo, o legitimar un liderazgo, o acrecentar el peligro. Si encuentra un liderazgo, al menos habrá ley; de lo contrario, cundirá el peligro. Los días que vienen serán nublados.

No veo en el horizonte camino para la unidad nacional ahora presumida. Creo que no prosperará y que todos sabemos que nos ronda su término. Vislumbro cuatro escenarios para la unidad nacional ahora presumida; los expongo en el camino.

El primer escenario para la unidad nacional tiene una fecha específica: 4 de febrero de 2017. Ese día se registrará un aumento más en el precio de la gasolina. ¿La unidad nacional ahora presumida sobrevivirá a la inconformidad por el aumento al precio de la gasolina? Probablemente el aumento exhibirá la falsedad de la unidad nacional. El aumento anterior mostró, a través de los saqueos, la fractura de la población general, la incordia social en que plantamos los pies, la carencia de unidad. ¿Es mayor el temor por las decisiones del norte que la incordia cruel? Mientras la guerra con Donald Trump sólo sea con palabras, la mayoría descargará su resentimiento en la acción directa contra los nacionales. Incluso cuando los políticos profesionales declarasen su unidad y exhortaran al término de la violencia, la fractura que se exhibió en enero quedará intocada. El gasolinazo de febrero mostrará la fragilidad de la unidad.

El segundo escenario no tardará más de seis meses en presentarse: el siguiente caso de corrupción del gobierno federal. En cuanto los equipos periodísticos que están investigando –digamos que en Valle de Bravo, Huixquilucan y Texas- la corrupción federal presenten un caso más, el apoyo al presidente Peña Nieto se esfumará y los partidos que esta semana lo respaldaron –incluso el amoroso López Obrador- se desmarcarán, tomarán distancia y recordarán al electorado –porque en el lapso que aquí preveo hay elecciones- su diferencia. Mientras la guerra con Donald Trump sólo sea con palabras, la mayoría satisfará su afán de linchamiento con escándalos de una semana. Incluso cuando las nuevas reglas para la censura aminoren la difusión de los nuevos casos de corrupción, la presumida unidad nacional se exhibirá falsa. El siguiente escándalo de corrupción desilusionará de la unidad.

El tercer escenario debe mencionarse sin rodeos: la unidad nacional no resistirá el siguiente atentado del narco. Trump, el gasolinazo y la corrupción nos han servido para distraernos del mayor problema nacional, y la presumida unidad nacional no ha hecho más que ignorarlo. Incluso cuando la guerra con Donald Trump no sea sólo con palabras, nada nos protegerá ante la violencia del narco. La guerra con Trump es el escenario ideal para la siguiente etapa de la guerra contra el narco. El expresidente Felipe Calderón, abogado católico como Carl Schmitt, ha propuesto dejar de colaborar con Estados Unidos en la lucha contra el narco, ha sugerido incluso la conveniencia de dejar pasar los cargamentos por el territorio nacional y que sea responsabilidad exclusiva del país adverso su revisión. Quizás a Calderón le faltó concluir que donde abunda el peligro… Perspicaz, Jorge G. Castañeda ha dicho que si se va a subir el tono de la confrontación hay que empezar por la expulsión de los agentes de la DEA que trabajan en el país; suspicaz, no nos recordó la operación Irán-contra. La presumida unidad nacional mostrará su mera apariencia cuando el narco vuelva a alzar la voz. Ante la sangre reconoceremos que estábamos jugando con capa de Supermán y casi creímos que podíamos volar.

El cuarto escenario se va presentando desde ayer y tras su calma aparente oculta la posibilidad de convivir con los otros tres escenarios. Rodolfo Usigli le llamó gesticulación y nombró con ello al modo mexicano de hacer política. El presidente Peña Nieto comunica a la nación que acordó con el presidente Trump no hablar públicamente del tema escabroso; que la distensión sea producto del fingimiento. El ingeniero Carlos Slim expresó que es necesario prosperar económicamente para estar en condiciones de negociar con Donald Trump, que es un asunto económico y no político; mientras, el ingeniero ha arreglado sus acuerdos comerciales y financia la investigación del segundo escenario. El licenciado López Obrador anuncia que hará una gira por Estados Unidos para acompañar a los migrantes mexicanos; mientras, se preparan los documentos que se repartirán durante la gira poniendo especial atención en la activación de las credenciales del INE para votar desde el extranjero, claro, no pensemos mal, sin credencial vigente ¿cómo poder ayudarlos? En el mismo escenario podrían encontrarse la sensibilidad que suspenda un segundo (y tercero) gasolinazo o un acuerdo privado con cierto cártel de Jalisco. La unidad nacional gesticulada no será, pese a todo, menos débil; sólo será más difícil de entender. Su límite se encontrará, sin duda, en los afanes de violencia nacionales. La gesticulación puede administrar la delación, pero no podrá contener a la crueldad.

La crueldad, empero, no debe asimilarse al peligro, pues mientras una apela al poder de un modo específico, el otro es indeterminado. El peligro es un engaño abstracto. No habrá unidad mientras no podamos reconocer la crueldad.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El pasado jueves se cumplieron 28 meses de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Los padres de los desaparecidos volverán a reunirse con los funcionarios de la PGR para conocer los resultados de la investigación interna por las irregularidades en las pesquisas del caso.  2. Interesante reportaje de un rancho de exterminio zeta que funcionó cuando el actual gobernador independiente de Nuevo León, el priista Jaime Rodríguez «El Bronco», era alcalde de García. 3. Inquietante la propuesta de Julio Hubard en Milenio el pasado domingo: los millenials acertaron y su falta de compromiso, su descuido del mundo, su desidia exhiben el derrumbe del mundo industrial y de los Estados Nación. Ante la debacle, Julio vuelve la mirada a la inteligencia de nuestro clásico vivo y encuentra en El progreso improductivo la clave de nuestros tiempos. Coincido con Hubard. 4. Curioso. Los mismos que se indignaron por las ofensas del millonario Donald Trump a un periodista, celebran ahora la ofensa del millonario Carlos Slim al director editorial de Milenio, Carlos Marín. Sabemos que Epigmenio no lanzará a sus huestes a posicionar un hashtag contra Telmex, que don Fede no denunciará la inmoralidad de la ofensa y que la señora Dresser no lo mencionará siquiera en la mesa del lunes. La indignación, ya lo hemos dicho, es selectiva. 5.  ¿Leyeron La Jornada del 24 de enero? ¿La sección El correo ilustrado? Sucede que los «filósofos» de la Ciudad de México, agremiados en una cosa llamada Observatorio Filosófico de México, los mismos que nombraron a la velocista Ana Guevara como defensora de la filosofía, exigen a los constituyentes que en la Ciudad de México se establezca la obligatoriedad del «alto contenido filosófico» de la educación. Obviamente, ya hay un Observatorio Filosófico de México para medir el contenido filosófico. Quieren chamba, pues.

Coletilla. “No se puede ser sincero y parecerlo a la vez”. André Gide

La vida y muerte en el dolor

La vida y muerte en el dolor

No hay manera de tasar el peso del dolor, porque los dolores no se pueden contar. Se expresan de otro modo, como todas las sensaciones y las emociones. La manera más inmediata es apenas una palabra (¡ay!), como las risas fugaces de la jactancia. El brazo helado de la muerte que vemos en un cadáver nos deja silenciosos, aunque la muerte llegue en un momento en el que no nos sorprenda ni acongoje. Como que frente al fin de ese pasaje que es la vida no hay más que decir. Incluso los dolores profundos no hallan otro vehículo que el silencio. Quien habla mucho de él parece actuarlo, fingirlo, como Sancho Panza cuando se queja del dolor que los varapalos imprimieron en sus espaldas, azotándolo debido a su asnal impertinencia.

La comparación de los dolores no se puede comprobar, sino a lo mucho comprender. La madre que pierde a un hijo puede llegar a percibir a quien ha perdido a su mujer o a su esposo. Podemos comprender a quien se queja del piquete de una abeja, aunque el dolor no sea actual. Tal vez por esas dificultades en la comprensión de lo que no vemos con los ojos es que nos es más complicado aceptar el dolor de alguien más. Nos incomoda porque es algo que nos pide una atención que no sabemos dar. Más aún: hay algo moral en los dolores que, incluso en las graves enfermedades, piden algo de nuestro corazón que podríamos no saber dar. Que moralmente no estemos orientados para escuchar gritos de dolor a través de un par de ojos vidriosos. Podemos ver y comprender a medias también, pero ignorar. No es una falta de la expresión del dolor, es una incapacidad del ojo. Puede ser una fractura en el lenguaje, en el sentido en que él nos ayuda moralmente a comprender incluso en su ausencia.

No existe la incapacidad del lenguaje por naturaleza, a menos que comprendamos por incapacidad algo que esté dentro del mismo lenguaje y que lo haga complejo. El diálogo lo muestra: el desacuerdo existe entre sujetos que ven y creen hablar del mismo mundo. La incapacidad para el diálogo sería también una falta moral. No escuchamos porque no lo deseamos, porque no estamos dispuestos incluso a hacerlo. No somos sordos. La sordera o es una privación que viene con el nacimiento o, como la de Beethoven, se adquiere por una problema del órgano. Y el hombre no es sordo por naturaleza, pues entonces no podría llamársele privación. ¿No podría ser que hay corrupciones o decadencias del alma que no sea nada más la de la decadencia orgánica de la vida? No corrupciones que hablen históricamente de detrimentos históricos en la plástica y artística del espíritu. No hay originales en el caso del hombre. La esencia no es eso, en todo caso. La corrupción moral es también política porque la ciudad mantiene la buena vida de sus ciudadanos. Cuando la buena vida está en el dinero, la bestialidad aflora en la consciencia. Las tiranías modernas están sostenidas en una nueva esclavitud. La corrupción moral nos muestra esclavos.

La sordera moral para el dolor es ceguera para el mal. No es que no lo veamos del todo, es que nos venda la vista. Nos incapacita ante lo próximo. Por eso la esclavitud es habitante de esa sordera. No hay manera, por eso, de salir de la corrupción por medio de la felicidad individual. El dolor de los demás, de las víctimas nos seguirá imprecando, recordándonos el autoengaño y el sentido del arrepentimiento contra la ignorancia. La degradación no se entiende sin lo mejor. Lo mejor que perdimos, que no tenemos. No lo que no podemos tener. Tal vez por ello nuestra incapacidad es también parte del daño que un mal hace. Mal que no es enfermedad. Para el mal moral no hay cura, ni destino cierto, porque no se trata de medicarse o de esperar la muerte por causas ya sabidas. Nada es irreversible de manera total.

Tacitus

Notas de la información

1. Le declararon la muerte a los libros cuando la digitalización llegó a su apogeo. Ya no habría necesidad de conservar bibliotecas espaciosas, todo cabría en un dispositivo. Decían también que las páginas digitales ayudarían a preservar el medio ambiente. Emitieron la misma declaración con Wikipedia: las últimas enciclopedias tendrían que ser rematadas para ser exhibidas como antigüedades. Supuestamente la asistencia al teatro se ha vuelto inversamente proporcional a la asistencia al cine (claro, sin contar que las salas van creciendo). Los efectos especiales y los cortes de cámara han perfeccionado la representación; al escenario le ha salido óxido. Y lo mismo se anuncia del periódico. Todavía no hay un medio que lo reemplace completamente, sin embargo se anuncia que el Internet cumple con el mismo objetivo: informar.

2. Es verdad que varios periódicos han abierto portales en línea. Junto con los periódicos, otros sitios virtuales colaboran en la misma labor. Así parecería no haber controversia entre periódicos e Internet. Ambos perfectamente pueden convivir. No obstante, una opinión más radical eleva a las redes sociales como sepultadoras de los diarios. Si éstos buscan ofrecer la información novedosa y actual, aquéllas pueden informarnos incluso al momento. La celeridad en darse a conocer una noticia, supera con creces a los enviados y reporteros cubriendo el asunto. Tomamos a las redes sociales no sólo un punto de encuentro virtual (por muy extraño que suene esto), sino que es el acervo más grande que tenemos. Minuto tras minuto, revisando las actualizaciones, sabemos de los lugares más remotos. Nos sentimos enterados por saber de todo al instante. El timeline es una ráfaga de escenas que apenas podemos verlas, mas nos sentimos informados. Junto con la bóveda virtual que almacena los datos, nuestra memoria se ha prestado para fungir como registro. Entre periódicos y redes sociales, la comparación podría ser cierta si los primeros estuvieran llenos de escupitajos de información. Fácilmente puede creerse así por la brevedad de las noticias; la investigación queda reducida a indicar lo ocurrido.

3. El periodismo es un oficio. Parece improvisación porque el periodista debe estar alerta y siempre dispuesto, sin embargo no lo es. El reportero no sale a la oscuridad a ver qué puede alumbrar. Además de lo complicado de investigar, la preparación se hace evidente cuando cierra una edición. Por muy breve que sea, cada noticia tiene su importancia. Si no fuese así, no habría razón para colocar una junto a otra. Es decir, cada página no es una organización fortuita. Existe una selección para publicar las notas y dejar otras afuera. El periodismo no sólo es recopilar o almacenar información. La criba hace que los diarios sean públicos. El editor considera importante alguna noticia y decide publicarla. Piensa en su lector y lo que debería interesarle. El periodista persigue los destellos.

4. Las redes sociales no dan certeza. Nadie sabe si eso que se dice es verdadero. Se ha mostrado que cualquiera puede hablar y azuzar a una masa. No es necesaria la fuente para opinar en los rincones virtuales. Igualmente no la necesitamos para quejar y sacar toda nuestra frustración. La inconformidad brota fácilmente pero también se apaga fugazmente. La virtualidad brinda una sensación ilusoria de control y utilidad. Nos sentimos informados, aunque no sepamos qué hacer con la información. Rápidamente, sin encontrarle un sentido, las noticias se escapan hasta convertirse en bromas o bagatelas. Tal vez sin desearlo, por medio de las redes sociales banalizamos el conocimiento ofrecido en los diarios.  Nos sentimos importantes por comentar y saber algo actual; estamos entusiasmados de pertenecer a la moda (o como dice la jerga cibernética: subirnos al tren del mame). Las redes sociales nos unen, aunque evitan hacernos comunes. La ráfaga de información enturbia el ágora.

 

Perdón en progreso

En muchos lugares he escuchado que el perdón es un proceso, ésta idea suele molestarme bastante, porque entender al perdón como tal es entender la gracia como el resultado obtenido mediante un método.

Creer que la mirada de Dios se posa en el hombre y en su salvación debido a que éste ha encontrado la receta para ser amado es pecar de soberbia, el perdón de Dios no es resultado de un método bien seguido y a veces optimizable, el perdón llega por Gracia, y es por ello que es de agradecerse con la devoción de una vida bendecida por el salvador.

No me gusta la idea del perdón como un proceso, porque aunque sí es una decisión de quien lo otorga, no hay un método que lo garantice como resultado de un trabajo bien llevado.

Maigo.