El ocio de los amantes o tres veces el ocio

El ocio de los amantes o tres veces el ocio

Hay que notar que el ocio es, ante todo, un momento en el que se desarrolla el amor hacia la libertad –y quizá más pedagógicamente, el momento en el que se descubre el amor conducido por lo bello, bueno y verdadero. Incluso hoy, en toda la parafernalia de las iniciativas a favor de la recreación moderna, está como su columna de apoyo la idea del ocio como posibilidad de desarrollar la libertad. Libertad que ellos adornan con el adjetivo de “creadora”. Esta última palabra es la que más engrosa las filas de los ociosos hoy en día, pero también es la que más problemas ha causado en el ejercicio del ocio. Si bien es cierto que es muy común pensar en el artista como el mejor logro de la ociosidad, no es agotable en él esta actividad.

Pensar al ocio en los términos anteriores, nos lleva a exigirnos tres planteamientos que tendrán que desembocar en un solo cauce. A saber, estas cuestiones son: el ocio, la libertad y la creación. El remanso es la vida contemplativa, y la desembocadura, la buena vida; que muy seguramente son sinónimos. Hay que notar una característica más que nos ayude. El ocio como ejercicio de libertad y de creación, está envuelto hoy en día por una particularidad del espíritu humano: la autonomía y el deseo de poder, o en otras palabras, por lo que se busca recurrir al ocio es por el progreso individual. Así, aparece el gran problema:

El motor que impulsa al hombre a dedicarse profesionalmente al ocio, es la economía. Pero acaso aún no es notoria la contradicción de estas almas embebidas en el deseo de lujo y poder. Terrible es que aún no hayan notado que todo asunto, hoy día al menos, que involucre dinero, puede ser agrietado por la corrupción. ¿Cómo se puede corromper al ocio? Alejándolo de su fin rector: Formar hombres que amen la libertad. La libertad ha sido el ideal de todos los hombres, al que la mayoría le dice vida justa o feliz. Todos los antiguos mostraron que estos asuntos son difíciles, pero bellos y buenos. ¡Qué maldición para nosotros que deseamos todo sin hacer mucho, o mejor, nada! No es difícil ver desde aquí por qué el temperamento del hombre ocioso ha de ser parecido al de un amante que no consigue del todo a su amada. Pues un hombre así no flaquearía de su intención, ni tampoco la buscaría por caminos por los que desmerezca su amor, y que, lo más importante, denigren la imagen de la bien amada. La vida del ocioso ha de estar llena de esta inflamación en el pecho y la cabeza, para que le atormente dulcemente la búsqueda; y para que le endulce virilmente el encuentro. Pero hoy más que nunca, el hombre está dispuesto a vender al amor de su vida por el poder que da el dinero. El hombre que haga esto y se diga ocioso, ha de ser llamado perverso. Cuando la creación se prostituye, no sólo la libertad, también la posibilidad de la felicidad muere con ella. Cuando el ocio se corrompe, el hombre deja de ser digno de la creación.

El dolor que causa esta indignidad en los hombres aún preocupados por la felicidad (que somos todos), los lleva a preguntarse lo que todo hombre se cuestiona –o debería preguntase– alguna vez en su vida ¿Estaré haciendo bien las cosas? ¿No será que vivir se trata de algo más que el poder? Esta crisis moral de la que nos percatamos en un momento de ocio o de reflexión, es la prueba más patente de que éste no es un asunto de los artistas solamente, pues todos buscamos ser buenos y felices, o como si dijéramos, todos queremos ser partícipes de la bondad de la vida. El ocio permite esto. Así, el actuar del mejor de los ociosos nos muestra que el alma de los hombres no logra alcanzar la felicidad si no consigue armonizar a los dos caballos que conducen al alma. Sócrates nos ayuda a ver que el ocio no es un momento en el que se desahoga la actividad intelectual, sino la ocupación más importante del alma, que es encontrar la verdad. Por ello, la armonía a que nos conduce el ocio es el logro de las mejores disposiciones del alma humana. El hombre libre, ocioso, no crea su vida ni su felicidad, sino que va perfeccionando su carácter al ejercitar las virtudes intelectuales y morales que se le han dado, se va humanizando más. Al hacer esto ayuda a otros hombres que buscan la felicidad, la sabiduría y el bien en el ocio.

En el momento en que nos percatamos que lo que más amamos es la libertad, en ese momento comienza nuestra búsqueda por la mejor vida. En ese momento comienza el ocio. Ocio que no es una parte de la vida, sino toda ella, pues no buscamos por momentos ser felices, sino en todo momento. Así como no buscamos ser felices solos, sino en compañía de amigos, familiares, la pareja. Por esto la actividad del ocioso repercute en todos aquellos que lo frecuentan. Por eso la ociosidad o Filosofía debe ser un asunto de hombres libres y responsables de su libertad creadora. Por eso el ocioso debe amar la vida libre, justa y buena, tanto como a los hombres, ¿pues de qué otra manera el ocio sería un bien para todos?

También creo que el ocioso ha de tener mucho de vagabundo.

Javel

Para comenzar a gastar: El saqueo a las tiendas que ha venido ocurriendo demuestra que no buscamos dignidad al vivir, sino posibilidad de aprovecharnos del otro en momentos de debilidad. Buscamos ser villanos en la villanía y la dignidad se quedó en los deseos del año pasado.