Consenso para la censura
El 18 de enero de 2017 deberá registrarse en la historia patria como el día de la censura. Tras los hechos violentos en una secundaria regiomontana, la difusión frenética de los datos puso en manos de todos (y a disposición de cualquiera) el video del tiroteo, la imagen del atentado, la publicidad de la muerte. Los medios informativos, emplazados por el frenesí de los datos, comenzaron a publicitar los hechos y a ilustrar sus notas con el video y las fotos. Pasado un par de horas, Gobernación y Derechos Humanos sugirieron a los medios informativos “prudencia” en el manejo de las imágenes. Coincidentemente todos los medios –con excepción del popular tabloide de nota roja Metro (el patito feo de Grupo Reforma)- acataron la censura. Entiéndase: ¡todos los medios informativos del país acataron la censura! Es un hecho inédito en nuestra historia reciente. El consenso para la censura fue tal que los periodistas de oposición se escudaron en los reglamentos, los críticos en el combate a la “promoción de la violencia” y los asiduos defensores del gobierno federal esgrimieron el mal gusto de las imágenes, el cuidado de las buenas costumbres y la crisis de los valores. [No puedo evitar el recuerdo de un pasaje del diario de Rodolfo Usigli quien, tras las incomodidades provocadas por El perfil del hombre y la cultura en México de Samuel Ramos, expresó la reacción del general Calles: “los criticó con dureza opinando que la situación de México exige que se conserven los pocos valores que tenemos, aun mintiendo, y que es un crimen destruirlos”. El priismo no ha cambiado]. El consenso para la censura fue tal que los censurados orientaron sus discursos a criticar a cualquiera que en redes “compartía” (alguien debe hacer la crítica de este uso del verbo compartir) el video, a criticar la inmoralidad de los usuarios de redes y a reivindicar la moralidad de la censura. La censura ganó tanto el miércoles 18 de enero de 2017 que no se cuestionaron las amenazas a la libertad de expresión de parte del gobernador “independiente” de Nuevo León, el priista Jaime Rodríguez “El Bronco” (quien además considera la poca militarización como la causa del atentado), o el anuncio de persecución legal por parte de Gobernación. El país que no se puede poner de acuerdo encontró con facilidad consenso para la censura. ¿Por qué?
Ofrezco dos respuestas tentativas que deben ser pensadas con más calma: delación y crueldad. En una comunidad que tiende a la tiranía cunden la crueldad y la delación, pues ambas son modalidades del ejercicio del poder bajo el tirano. El consenso para la censura es conservación del modo en que la delación y la crueldad se nos van volviendo costumbre. Comencemos por la crueldad. La explicación pública del atentado en la secundaria de Monterrey rápidamente tomó dos caminos: la medicalización y la pedagogización. La pedagogización hizo uso de su comodín predilecto: el bullying. Quienes creen en el bullying como una categoría de las relaciones sociales privan de moralidad a la acción y perfilan a la conducta como el resultado de las interacciones sociales. El bully, piensan ellos, es así a consecuencia de los modos en que ha interactuado, pero su conducta puede ser modificada si se cambian sus modos de interacción. El cambio en los modos de interacción debe ser prescripto por un profesional que dispone de los elementos ambiente para la producción de una conducta distinta. La ocurrencia de un comportamiento negativo –que un joven dispare un arma de fuego contra sus compañeros y su maestra, para después dispararla contra sí mismo- da cuenta de un error de disposición y emplaza a los profesionales a corregir el ambiente en función de la reducción de la posibilidad del comportamiento negativo. Visto así, el caso –porque en esta explicación el suicida (y quizás asesino) es un caso representativo cuya recurrencia debe evitarse para el correcto funcionamiento del mecanismo social- nos advierte de la necesidad de mayor control y de regulaciones más precisas. Ciegos para reconocer la crueldad, nos empeñamos en planificar mecanismos que reduzcan la reincidencia de los casos. La medicalización, por su parte, supone iatrogénica a la violencia: quien disparó es un enfermo erróneamente tratado. De haber sido tratado correctamente, su comportamiento hubiese sido encaminado a una canalización positiva de su padecimiento –y el malestar a él concomitante-. ¿Cuál padecimiento? Ahí es donde los predicadores de la bata blanca y los ministros del diván suplantan lo público y postulan la necesaria medicalización de la vida, de toda la vida. Esto es, se supone la subordinación necesaria al profesional, con todas las consecuencias que en Némesis médica mostró Iván Illich. La violencia como padecimiento psicológico es otro modo de ocultarnos la crueldad. Quizás ocultamos la crueldad en la disposición técnica de los profesionales de la pedagogía, la psicología y la medicina porque nos disgusta ver en la crueldad el ejercicio del poder subordinado.
La delación, por su parte, tiene doble raíz: la fascinación por el chivo expiatorio –que nos enseñó a ver René Girard- y la apariencia de control y poder que permiten experimentar las redes sociales –que Giorgio Agamben comenzó a explorar en ¿Qué es un dispositivo?-. El consenso para la censura puede facilitar una disposición legal persecutoria que se presentará como regulación de las redes. La persecución satisfaría legalmente nuestra afición al linchamiento. La regulación envanecería al usuario de redes: sabe usar correctamente las redes, es responsable en el ejercicio del poder mediato en que está emplazado, gana una superioridad eficiente que lo distingue como esclavo feliz. En tanto, al otro, al torpe o al inferior, hay que delatarlo, perseguirlo y castigarlo: someterlo al poder del reglamento. El consenso para la censura es la suplantación de la moralidad de la praxis por la eficiencia del uso. El consenso para la censura pedirá nuevos profesionales en la educación del uso eficiente de las redes. Para evitar otro atentado, se esgrimirá, será necesario terminar con la política.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. El próximo jueves se cumplen 28 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. En torno al caso hay que resaltar que los defensores de los inculpados, quienes indicaron la versión del río San Juan como destino final de los restos calcinados de los normalistas, intentarán probar, a partir de un dictamen emitido esta semana, que las declaraciones se obtuvieron bajo tortura, por lo que no se siguió el debido proceso y merecen ser liberados. De ser así, la versión oficial del caso se desmorona. 2. Se ha hablado recientemente en este blog sobre la acuciante pregunta «¿qué hacer ante nuestra apremiante situación?». El lunes pasado, en La Jornada, Gustavo Esteva ofreció una de las más claras reflexiones sobre nuestros tiempos: «el desafío que enfrentamos exige obviamente un tipo de imaginación a la que no estamos acostumbrados». 3. A la pregunta «¿Qué hacer?» también se puede responder a partir de la última novela de Javier Sicilia El deshabitado, reseñada aquí.
Coletilla. “Al homicidio se le considera un crimen cuando se le comete privadamente, mas se le llama virtud cuando se ejecuta en nombre del Estado”. San Cipriano
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