Amabilidad de la musa

Amabilidad de la musa

Parece la inspiración una nota distinta en la manera de hablar, obrar y producir. Algo cuyo efecto se nota en lo sobresaliente. Hay actividades que parecen menos necesitadas de inspiración, como esos momentos en que estamos, pero no “hacemos algo”. Existe la actividad continua de la existencia, pero no hay algo en lo que la inspiración halle camino. Creo que sería una exageración falaz decir que la poesía verdadera es aquella que brota de la verdadera inspiración por lo bello, lo grande, la palabra de las musas a los privilegiados. La inspiración no hace una diferencia ontológica. Todas las artes y oficios en su origen y en su ejercicio requieren y requirieron de un inspirado que pudiera imaginarse el modo de modificar o, al menos, modelar, los materiales que la naturaleza daba, imprimirles lo que han visto en la imaginación. Y es precisamente en ese espacio de ociosidad en que nos hallamos en silencio en donde a veces, rondando recuerdos, pueden venir los afortunados encuentros con la musa. Sospecho que el acto de creación poética tiene con legitimidad el nombre de expresión porque no puede ser espontánea únicamente: las palabras no son espontáneas.

Los poetas requieren de las formas poéticas para darse licencias. El invento de los versos y las estrofas, la sonoridad del lenguaje propio no servirían de nada si el trabajo del poeta no fuera trabajar con ellas, aportarles su inteligencia, siendo guiado por ellas al mismo tiempo. Es problema interesante pensar si el ritmo y la rima nacen en el momento de la elección del poeta, pero eso no es suficiente para saber la razón por la que el lenguaje parece tener su propia sonoridad. La rima no es un invento, sino un aprovechamiento de lo potencial. Por eso requiere inspiración: las rimas más sencillas pueden estar genialmente acomodadas, los versos pueden tener apariencia de cultos sin llegar a ser un poema, porque del poema es la musicalidad sólo una parte: por ello puede haber estudio de la métrica que no necesariamente requieren del sentido completo del poema para ser entendidos.

Inspiración se necesita incluso para leer. Todo ámbito de la técnica lo requiere, e incluso de las ciencias. La evidencia de la inspiración no demuestra que lo grande se opone a lo ordinario, sino que todo acto que explica, inventa, que trata de acercar a la persona con el mundo y, por ende, con otras personas, requiere de ella para ser notable. Quizá la lectura lo muestre mejor que otra cosa. Esa región en donde las personas se encuentran a través del tiempo. Nunca hay pasividad en ella, nunca. Algo entendemos, sólo que es un viaje que se hace más largo conforme se hace espejo de nuestra vida, en tanto se hace nuestra vida. Es entendible que se juzgue al amor como un instigador universal de lo inspirado. Quizá haya ahí algo más que elementos románticos. El amor no sólo mueve a la expresión; quizá sea la inspiración una muestra de que el amor no abandona nunca la lógica. No es pasión primigenia transformada en palabra, sino amor que se da por la palabra. Se aplaude que los amantes se muestren inspirados en su expresión y su obrar porque así muestran que el bien no puede separarse del deseo, dándole universalidad a la experiencia amatoria, no individualidad. La inspiración sería, así, más que retórica de las pasiones para el placer.

Tacitus

Originalidad del Fénix

Originalidad del Fénix

El hombre tiene una inclinación natural a ayudar que la sociedad va pervirtiendo, si bien es cierto que algunos nacen tímidos para ayudar, así como otros orgullosos para recibir ayuda.

Me atrevo a declarar que a todos cuando niños, al ver que mamá preparaba los alimentos o que papá hacía las faenas del jardín, una fuerza irresistible nos empujaba a preguntar con una cierta alegría “¿Te ayudo?” De esto no se esperaba nada a cambio más que un “Sí, mira, así se hace”. Cuando llegaba el no, algo en nosotros agonizaba. Aquí nace la paciencia o el fruto agrío que es alimento del rencoroso. La alegría que nos empuja a ayudar al otro, no que nace después de ayudarlo, sino que está antes del acto, es de los rasgos más humanos que yo he visto.

Ayudamos al otro y así aprendemos el bien o pensamos cómo llegar a él.

Ayudar al otro no implica necesariamente que vea a ése en problemas o que lo juzgue de débil o inútil, de lo que nos acusa este rasgo, es de querer que el bien le llegue a otro con más prontitud. Es decir que desde la pasividad del espectador, el bien se ansía más pronto, hasta que ponemos manos a la obra y vemos que tardará un poco más. Por esto, la paciencia es importante. Que se desea ser partícipe del bien del otro es innegable, pero no por egoísmo, ni por sentir autocomplacencia, ni por agriar el bien obtenido entre los dos con un ‘ahora me debes algo’; por un lado se es desconsiderado, por el otro un mercenario del bien. El bien del otro ya es bien mío, pues puse mi cuerpo y mi alma a trabajar de tal manera que ejercitaba la búsqueda y obtención de lo bueno.

No niego que ayudar es difícil y que ha de hacerse considerando la situación, la personalidad del otro y la mía, el fin que se quiere lograr, los inconvenientes que hay en ello, etc., etc., pero sí creo que pensarlo tanto tiempo nos vuelve lentos para actuar. Ofrecer silenciosamente una mano franca, o preguntar cual niños, ¿en qué te ayudo? Es un hábito que no ha de morir. Lo que sí ha de morir es esta llama enloquecida que arde en el pecho.

Cuando terminamos de tender la mano, sabemos que ahí acabó. Sin embargo, el calor de la antigua llama junto al amor que azuza nuestro ánimo, bien pronto encenderían un nuevo bosque tan pronto viéramos a alguien más en apuros. El deseo de ayudar renace con más fuerza, quizá por esta alegría (que se va haciendo hábito) que hay en sacrificar un poco de nosotros por alguien más. En esto es el hombre igual al Fénix. Del Fénix se sabe que nunca morirá, pero sí puede cambiar su plumaje de aurea antorcha, por plumas de un vanidoso cuervo, si no sabe lo que da, y exige lo que no vale el cariz de su estirpe… así el Fénix no moriría, pero viviría eternamente viejo, feo y rencoroso, acumulando vida, riquezas, odios.

Ayudar: arder en alegría mientras se muere por otro, es de los rasgos más auténticamente humanos que yo he visto: ésta es la originalidad del Fénix.

Ésta es la llama que se ha venido apagando en México.

Javel

Cenizas en vilo de un soplo nuevo: En cualquier momento, en cualquier lugar, entre cualquier compañía, te formularás la admirable pregunta de Franklin: “¿Qué bien puedo yo hacer aquí?” Amado Nervo.

 

Grito

Con cada modulación de voz su paciencia se agotaba, con cada palabra emitida sentía que su amor se marchitaba. Y es que con cada grito que emitía era menos lo que escuchaba, ya no hablaba, ya no oía, porque como una bestía gritaba.

Caravanas redobladas

Al hurgar sobre cualquier tema inevitablemente caemos en un sitio ya conocido o descubriremos que la realidad es más complicada de lo que nos parecía. Ver un simple objeto, como una cama, una almohada, un sillón, nos pueden llevar a pensar en el descanso, en el sueño, en la soledad, en la consciencia, en el amor. Nuestra cotidianidad es menos simple de lo que nos la queremos dibujar. Por eso, Montaigne, en su ensayo Protocolo en las entrevistas reales nos lleva a una reflexión que comienza en la molicie de las cortes y va hasta la reflexión política. De los siete ejemplos que usa, sólo tres tienen que ver con la realeza y los otros cuatro podrían referirse a la cortesía entre simples particulares, entre eminentes miembros de la corte o entre gente sencilla y aristócratas. ¿Para qué pensar la cortesía real si la mayor parte de nuestro trato es con gente como nosotros?, ¿el texto del pensador francés se dirige a los hombres de las cortes exclusivamente y es un manual de buenas maneras? Evidentemente no, pues sus afirmaciones son generales y hay una contraposición entre cómo se comportan las personas principales entre ellas y cómo se comporta él, un particular, con cualquier persona (el cual es su cuarto ejemplo). Él no muestra demasiada deferencia hacia las personas porque eso sería ser un esclavo, es decir, resulta grosero para los principales, y para cualquier persona, ser adulados en extremo, pues resulta aburrido y deshonroso recibir caravanas de alguien demasiado inferior, así como toda persona excesivamente aduladora no se comporta así porque se sienta inferior y valore la excelsitud de su admirad, sino porque su actitud tiene un precio. Pensar la cortesía real nos sirve para ver las costumbres políticas del hombre.

Las reglas del decoro establecidas por la costumbre pueden ser erróneas e inclusive demostrar grosería. Pero eso no quiere decir que no deban ser seguidas, pues pensar las costumbres nos llevan a pensar cómo conviene comportarnos para convivir armónicamente. El buen comportamiento es el comportamiento que propicia la vida política, pues la mejor manera para mostrar cuál es el buen comportamiento no es dando preceptivas o armando manuales de buenas maneras, sino que es comportándonos bien.

Yaddir

Robado

Hacía mucho tiempo que el goeta no dormía bien; pero esta noche las visiones de otras tierras no fueron las que lo despertaron con el desagradable tacto del sudor frío. Esta vez fue más bien un presentimiento que le dolió en la garganta y se la cerró por un momento. Había sido la tos que lo viera despertar ahora. No demoró, no tomó lumbrera ni se calzó. Corrió escaleras abajo con tal descuido, que incluso tiró los rollos de una repisa mal cortada sin prestarles la mínima atención. A lo largo del descenso espiral sus manos mojadas dejaron la figura de sus cuatro dedos con esa marca obscura que se hace en la piedra. Llegó hasta abajo gritando nombres. Estaba fuera de sí. Los gritó desesperado una y cinco veces más. La Luna estaba oculta por las nubes así que no dio nada de luz por un momento, pero el silencio en respuesta a sus gritos obraba ya la confirmación de sus temores. Cuando la Luna fue descubierta, lo reveló negro de ira. Todas las jaulas estaban cerradas con candado, pero vacías.

Al gusto

El pueblo de san José de las centellas tiene fama de ser muy hedonistas: los habitantes se las han arreglado para formar una comunidad que no podría ser tan feliz en ningún otro lugar. Cada mes, dependiendo de las ansias que tengan la mayoría de sus integrantes, eligen por votación, la casa de alguno de sus habitantes al azar. Después, todos se unen para prenderle fuego. La ley es sencilla: el dueño de la hoguera tiene prohibido sacar sus pertenencias, mientras que todos los demás ciudadanos tienen la responsabilidad de reconstruirla una vez acabada la fiesta, de ese modo se garantiza que todos queden satisfechos.

Dichosa la cosa

Dichosa la cosa

 

Las palabras nunca nos convencen por exactas, pues no hay cosa que quepa en las palabras; el convencimiento, más bien, viene de una cosa verbal que se da cuando hablamos, siempre en plural, siempre hacia el otro, siempre en una voz alta (al menos para uno mismo). Por eso a veces las palabras nos parecen sabrosas: nos deleitamos con las palabras bien dichas, con escucharlas y decirlas, con leerlas y releerlas. Hablar, hablar bien, tiene algo de gastronómico, algo de ese deseo de compartir y vivir conjuntamente que nos da el placer de comer a la mesa, con charlas de sobremesa y amigos. Se me antoja, para ilustrar lo anterior, un poema de Alejandro Aura intitulado “Sal y pimienta”.

No describo la cosa cuando nombro
y en rombos de sonido en espirales en volutas digo
pues la cosa es pastel

muchacha

zanahoria

y así la cosa dicha me provoca en la boca
una humedad un charco un chorro

y tal viene a quedar la cosa ya descrita
con la sola apetitosa forma de la cosa verbal que palabreo.

Se corre el riesgo de leer el verso inicial como una proposición, pues ahí está “la cosa”, la actividad y la objetualidad. La cosa, empero, es diferente con este verso. La cosa es el verso: está escrito para decirse, no para nombrarse. Está escrito para llenarse la boca de endecasílabo. Y la boca llena de endecasílabo padece los versos siguientes: un poema que se degusta. El segundo verso, por ejemplo, llena la boca con la solidez de los “rombos de sonido” que se licúa en “espirales” y nos deja con los restos del bocado que nombramos “volutas”. El segundo verso es la degustación de un sonido diluyente. Distinto es lo que pasa con la cosa verbal que une al “pastel”, la “muchacha” y la “zanahoria”. El pastel se enuncia con la dulzura pegajosa de la cosa; la muchacha con los pasos de su acompasado caminar; al llegar a la zanahoria ya estamos acostumbrados, el verso va, la boca está llena y atrapada en esa h intermedia: perseguimos la zanahoria como vemos a la muchacha como se antoja el pastel. Por eso, la cosa dicha reacciona (provoca-boca) en la boca: humedad-charco-chorro. ¿No se combinan las tres palabras que llenan la boca con lo que cada una nombra cuando se les dice? El verso “una humedad un charco un chorro” sólo se presenta en su potencialidad expresiva si la boca se nos llena de una humedad un charco un chorro; el verso sólo funciona si nos llena la boca. Porque la cosa sólo viene a quedar descrita cuando la boca que pronuncia “una humedad un charco un chorro” se nos llena con una humedad un charco un chorro cuando nombra: cuando nombro describo la cosa. Por ello, al final, el poeta concluye con la cosa descrita: lo apetitoso de las palabras. Palabrear es llenarse la boca: hablar bien es un antojo sabroso. Llenarse la boca sentado a la mesa, rodeado de amigos, ya es palabra dichosa. Dichosa la cosa, que por eso es sabrosa.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. La semana pasada erré un dato: no son dos sino siete los años cumplidos del asesinato de dos posgraduantes del Tec a manos del ejército; sí, ese ejército que en la semana dio una conferencia de prensa afirmando que respeta los derechos humanos. 2. Mañana se cumplen 30 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los funcionarios reconocen que no hay más que la verdad histórica, la débil y tambaleante verdad histórica. 3. Alejandro Hope revisa los números de la violencia en febrero: sólo quedan ganas de administrar el desastre. 4. En la semana, atípicamente, el ejército salió a los medios para asegurar que no hay pruebas de que sus elementos hayan violado los derechos humanos. El Sabueso muestra la falsedad de la frase.

Coletilla. “Me gustan los placeres de la mesa, pero como no puedo sufrir la molestia de la buena compañía, ni de la crápula de la taberna, no puedo saborearlos más que con un amigo; porque solo no me es posible, pues mi imaginación se ocupa entonces de otra cosa y no tengo el placer de comer”. Jean-Jacques Rousseau