Poética del aburrimiento
¿Por qué nos aburrimos cuando, decimos, no hay nada qué hacer? Dicen los desesperados que el tedio, la sensación de tener la nada a cuestas, o de tener que soportarla gota a gota sobre nuestro es parte de una revelación: la soledad eterna, la vanidad del mundo. Principio moderno: aburrirse es quedarse sin algo qué hacer, porque el mundo, la praxis entera consiste en hacer y hacerse. La obsesión por la individualidad es la mejor opción ante el vacío del mundo: el mundo virtual de nuestro celular es el olvido de lo irrelevante, que creo yo, es también irrelevancia del lenguaje. Paradoja grande del yo aquello de que la nada sea insoportable, siendo nada. Paradoja grande porque, decimos, nunca habíamos sido más libres. Como se dice en El progreso improductivo, nos acecha lo posible de manera exacerbada, y por ello el mundo intenta ser vastamente recorrido por el yo, sin tener el tiempo para todo, porque no somos libres de la naturaleza.
El aburrimiento no es cosa de inteligencia privilegiada. La miel no es para los asnos, decía Don Quijote. Por eso creo que es falaz el creer que el solo aburrimiento es señal de que se descubre la falsedad, la idiotez de la verborrea o del sinsentido. Hace falta más que intuición para ver la mala poesía o los malos teatros. Pero no hace falta inteligencia a nadie para ver que lo aburrido puede ser ver lo mundano como ajeno a la dignidad de la inteligencia. Los aburridos existenciales son malos lectores y malos poetas. Decimos que la evidencia en torno a la niñez es que reina la inocencia total en ella, aun de la poesía. Por es el mundo de los adultos es aburrido. Yo diría que es aburrido porque no sabemos ver lo poético de la infancia. El juego es poético. Simulación, exageración, burlas, picardías que divierten porque muestran que el mundo se comprende en alguna medida. No hay inocencia en el juego, ni en los niños. Chino, chino, japonés, come caca y no me des es una frase que no debiera censurarse, sino aplaudirse. No importa eso de que se ofenda a los chinos y a los japoneses por confundirlos con su semejanza ocular, no viendo que claramente pertenecen a patrias distintas, ni aquello de sugerirles que coman desechos humanos. Eso es parte del aburrido mundo que no se sabe distinguir burlas de verdades, porque cree que lo poético no puede ser sino pureza, como la que suponen en los niños, y que no puede tener vínculo con todo aspecto de la vida. Los maestros son aburridos cuando creen que existe una sola manera de hablar para cualquiera.
El aburrimiento es un fenómeno del lenguaje, no de la falta de actividad, de inoperancia de la inteligencia o de exceso de ella. Estar a solas nos parece tortuoso cuando no sabemos entender nuestra soledad. Por eso también buscamos conversaciones triviales, que se mantienen por “educación”. Poética ínfima de redes sociales, que nos llama incluso a enterarnos, a ver, a leer bromas que nos arranquen risas, opiniones fugaces, juicios inmediatos, recelos y pensamientos de caras conocidas admiradas o denostadas. La poética de la amistad es pobre y aburrida cuando no alcanza a hacernos realmente comunes. Pero aun eso es preferible a mantenerse en el silencio total, incluso de pensamiento, decimos. Creemos que el amor es aburrido cuando no tiene la chispa que el romanticismo posmoderno nos enseñó sobre el amor. No observamos la cursilería sencilla, sutil, casi imperceptible.
Si quisiéramos realmente usar el criterio moderno, prácticamente todo lo que hacemos lo realizamos con ánimo de quitarnos de encima eso que nos acecha en cada lado. Eso mostraría lo aburrida que es la vida. Los aburridos, visto con mejor sentido práctico, somos nosotros. El gesto y la estampa de la política son aburridas en esa fría distancia que trata de mantener el respeto solemne incluso cuando se dicen disparates. La política no es lo que aburre, sino ese grado insostenible de la gesticulación, de la simulación de las buenas causas. Nos falta imaginación no para viajar al mundo de la consciencia, sino para entender mejor las cosas.
Tacitus