En el contexto de la guerra la gloria se mide por la fuerza del enemigo que es vencido o ante el que hay que rendirse, Aníbal midió sus fuerzas contra Roma y Escipión el Africano consiguió derrotar al extranjero que invadió a su amada ciudad al aprender de él todo lo que pudo obtener tras observar sus tácticas.
Por ello, para ser buen enemigo en la guerra es necesario estudiar al otro, reconocer su dignidad y entender que en muchos aspectos es mejor el otro que uno mismo. Quien desprecia a sus enemigos y los hace menos casi siempre es vencido por ellos, pues la soberbia es un mal que ciega a los generales y lleva al ejercito a una muerte segura, mientras que el reconocimiento del otro como alguien valioso pero contrario trae grandeza para el vencedor y para el vencido en la contienda de la que se trate.
Para vencer a un enemigo no es tan claro que hay que abstenerse de odiarlo, el odio encadena al odiante con lo que supuestamente desprecia, porque esconde la envidia que tiene quien odia ante la posibilidad que es el otro quien muchas veces, sin fijarse en el primero, hace lo que aquél no se anima a hacer.
Al digno enemigo no se le odia, más bien se le admira y se aprecian sus grandezas, pues enemigo sólo es el que se encuentra en mismo campo de batalla como oponente tratando de obtener la misma finalidad, muchas veces con los mismos medios con los que se cuenta. Quien odia, envidia, se encadena y se pierde en la mala visión que tiene respecto al odiado y se hace odioso a sí mismo y por lo ello insoportable, hasta para sus propios hombros.
No piense el lector que con las líneas anteriores estoy a favor de la enemistad, no es mi intensión que el mundo se llene de enemigos, aunque tampoco creo que la respuesta para que el hombre viva bien se encuentre en las sanas competencias ofrecidas por el mercado. Lo que pasa es que a veces parece que no queda nada cuando ha quedado de lado la posibilidad del amor al prójimo o siquiera el reconocimiento del otro como tal y no como mero actor en un mundo financiero.
Sin la esperanza de la salvación, de la que creo que me estoy alejando, me llega el anhelo por la búsqueda de enemigos entrañables que ya están más que sepultados.
Maigo