El espejo que se ve a sí mismo
¿Vas a renunciar a él?
-Sí, voy a renunciar a él.
La cultura es esa actividad del espíritu que eleva al hombre a la altura del bien universal y no por encima de él. Los cultos son lo que se han preparado para ver con claridad cuál es el camino que ha de seguir el hombre, en su universalidad y particularidad, para llegar a ser verdaderamente libres. Cada generación descubre un resquicio de este camino, y sin alardear lo comparten con voz amorosa, sabiendo que a los hombres de su tiempo les ayudará más de lo que podrán ayudar sus palabras a los hombres que vienen; pues el hombre culto se sabe perecedero en el tiempo, pero parte esencial del Espíritu eterno que lo llama a reconocerse en su imagen. El hombre culto busca la libertad que hay en esta dialéctica del destino y la voluntad; de la ley y la autonomía; de la vocación y la rebeldía; del objeto y el sujeto; del amo y el siervo. La cultura unifica a los hombres con el cosmos. Por ello, no es para sorprenderse que cultura era, como indica Gabriel Zaid, el cultivo (la preparación y desarrollo del alma a fin de reconocer su llamado) de las virtudes, las artes y la religión, allá en las lejanas Grecia y Roma.
El hombre culto estando preocupado por el bien de la humanidad, en este oleaje que hay entre el yo y el otro, puede caer en la terrible adoración del yo. Si bien es cierto que una renunciación a éste sería una imposibilidad de saber algo, pues el único que sabe que sabe o que no sabe, es el individuo, no estaría superando con esto la dialéctica, de hecho la perdería de vista. Sin embargo, creer que la misión del humanista es una tarea mesiánica o de reformación de la humanidad, es comenzar el camino de tirano o de ingenuo. El humanista ama a la humanidad por lo que es y no por lo que puede ser. Por eso es importante que recuerde a cada momento que el hombre es principalmente una obra de amor que puede caer, pero que necesita más que nada, de este amor activo del humanista, para volver a descubrirse como semejante al bien supremo. De lo contrario tenderemos reformistas preocupados más en su imagen o en su labor de escultores que en amar, tendremos tiranuelos con voz melífica, en vez de maestros y amigos.
El hombre culto es más que nada un ejemplo de la libertad que hay al amar el bien, la justicia, la belleza, tal y como se nos fue dada ¿o de que otra manera podemos entender a Don Quijote, sino como el máximo ejemplo del hombre que ama al hombre? Del otro lado está la burla que Lucy le hace al profesor de literatura David Lurie, su padre, cuando éste declara que “todas las mujeres le han enseñado algo de sí mismo al grado de convertirlo en mejor persona”, y ella le responde: “Espero que no te jactes de que la inversa sea verdad también, de que por el hecho de haberte conocido, todas tus mujeres sean ahora mejores personas.” Él se enoja y denota que si bien no lo había pensado tan enserio, le duele ver, con claridad, la villanía de su noble intención.
El hombre inteligente que agria las preguntas, buscando no verdades, sino aplausos o herir enemigos, es el modelo que mayormente seguimos los hombres hoy día. El parámetro de la cultura y del humanismo ya no es el amor a la libertad del hombre como creatura de Dios, sino el encumbramiento de un sujeto que se ha construido para el éxito y la pasividad.
¿Será que ya no vemos la necesidad de la cultura? ¿Que nos conformamos con el show?, ¿que ningún hombre volverá a ser ejemplo de bondad, por habernos convertido en espejo que se mira a sí mismo? ¿Será que nuestra mayor desgracia es aceptar que esta vida está condenada, y que para aliviar tal situación, todo, incluyendo la cultura, debe ser fruto de una inseminación del ego humano?… sin embargo, al reafirmar nuestra humanidad de esta manera, perdemos de vista aquello por lo que habíamos comenzado a luchar y nuestros ojos no ven más que ridículas desgracias.
Javel