Hacía mucho tiempo que el goeta no dormía bien; pero esta noche las visiones de otras tierras no fueron las que lo despertaron con el desagradable tacto del sudor frío. Esta vez fue más bien un presentimiento que le dolió en la garganta y se la cerró por un momento. Había sido la tos que lo viera despertar ahora. No demoró, no tomó lumbrera ni se calzó. Corrió escaleras abajo con tal descuido, que incluso tiró los rollos de una repisa mal cortada sin prestarles la mínima atención. A lo largo del descenso espiral sus manos mojadas dejaron la figura de sus cuatro dedos con esa marca obscura que se hace en la piedra. Llegó hasta abajo gritando nombres. Estaba fuera de sí. Los gritó desesperado una y cinco veces más. La Luna estaba oculta por las nubes así que no dio nada de luz por un momento, pero el silencio en respuesta a sus gritos obraba ya la confirmación de sus temores. Cuando la Luna fue descubierta, lo reveló negro de ira. Todas las jaulas estaban cerradas con candado, pero vacías.