Presencia mnémica

Presencia mnémica

No existe la memoria fotográfica. Existe la rapidez, la habilidad un tanto misteriosa para recordar lo que hemos percibido, ya sean escenas, ya rostros, ya ordenaciones numéricas. Lo peor que podemos hacer al abordar el trabajo de la memoria es hacerlo general a partir de la mera sugerencia de la captación. No existe la memoria fotográfica porque lo fotográfico jamás podrá tener el elemento imaginativo. Es una metáfora deficiente sobre la captación, la permanencia inmaterial y la imagen. Recordar ordenaciones numéricas no es lo mismo que recordar números, por ejemplo. Una ordenación numérica se puede recordar en tanto seguimiento de imágenes, representación de dígitos. Recordar el orden natural de los números es distinto, aunque también requiera que se aprenda el orden de los dígitos. No se puede tener certeza de estar percibiendo mil piedras en una sola mirada, pues habría que contarlas. No obstante, eso no impide que yo pueda reconocer al mil como un número, sin haber hecho la suma de individuo por individuo, ni de número por número. Basta con que vea el orden de los diez primeros números formando decenas, centenas, millares. Nadie aprendió el número mil tras haber contado mil individuos. La memoria le sirvió únicamente para notar la relación entre lo múltiple y lo genérico del número: mil se puede referir a mil individuos de una especie o a mil cosas que pueden ser, como en las ecuaciones, x, que estarían bajo el conteo de cosas.

La memoria no funciona sin el acto previo de la sensación. No existen recuerdos de cosas que no hayamos sentido. La memoria de ideas tuvo que venir primero de haberlas escuchado. Las ideas propias no se crean de la nada como en el acto divino. Eso quiere decir que para recordarlas es necesario, al menos, haberlas pensado una vez, haberlas iniciado, recorrido poco a poco. En el caso de lo sentido, al privarnos de la vista cerrando los ojos permanece en algún lugar la imagen. Pero nunca es sólo del color. La imagen corresponde a algo. El acto de la vista es evidentemente distinto al de la imaginación, aunque no podría hablar de visión sin que la imaginación sea partícipe de ese acto. De otro modo no podría explicarse que nuestro recuerdo esté integrado por la cosa vista, no sólo por sus colores o su figura. Lo que vemos está ya posibilitando una imagen, porque la vista no es sólo un mecanismo óptico de captación de la luz y de realidades materiales. Lo que se capta no es la luz. Se ve gracias a que la luz puede hacer algo sobre los entes y a que los entes se pueden ver, lo cual quieren decir que son unitarios, individuos. La fotografía no es imagen porque fotografiar nunca es acto sensible ni permanencia: las fotos pueden borrarse y reemplazar en una memoria con la manipulación de datos, lo cual ni siquiera en el caso de los experimentos neurológicos y oníricos modernos puede realizarse de manera análoga sobre la memoria.

El acto de la memoria es constante. La visión de cosas que ya conocemos, a pesar de ser siempre nueva, no nos desconcierta de manera inmediata. El mismo animal que vemos al pasar por la misma calle es sentido al ser visto y reconocido siempre como cierto animal, como un perro y como este perro. Eso sucede siempre y cuando tengamos indicios que nos permitan verlo como tal animal o interpretar la posibilidad de su presencia, como su ladrido, que también puede recordarse. Cuando nos imaginamos lo que no es, mientras nace el temor, es porque esa constancia está basada en un proceso que no corresponde con lo incierto de lo que se esconde tras las tinieblas: tenemos una novedad por medio de la sensibilidad. La inconstancia de la memoria, la distorsión horripilante de su acto, su huida y abandono o, mejor dicho, su disolución es una enfermedad: el Alzheimer o la demencia senil. Son enfermedades porque la constancia imaginativa del acto mnémico es parte del funcionamiento de la vida humana, como facultad natural del alma. Respirar es una actividad que puede ser olvidada no por falta de capacidad pulmonar, sino porque se hace por momentos: inspiración y espiración. Ese estar facultado para hacer algo por momentos es algo que comienza con la vida: la respiración aparece cuando salimos del vientre materno, sin que se nos diga cómo llevarla a cabo.

Un ciego no puede tener memoria de los colores, a causa de que no puede ver. Pero su memoria le permite mantener imágenes del sonido y saber de la materia por el tacto. No sabría caminar si sus pies no le informaran las irregularidades del camino. Por eso puede tener ideas de calles y banquetas, aunque nunca haya visto una. Por eso hay músicos ciegos: pueden colegir el orden de las teclas de un piano gracias a sus dedos y a la distinción de las notas. En ninguna de las exploraciones anteriores es la memoria más que una copia de lo sentido. Por copia sólo entiendo una reproducción en tanto que es imposible que la imagen sea la cosa. Las imágenes tienen realidad pero no pueden ser causa de sí mismas, pues no llevarían ese nombre. Se dice que para el aprendizaje se requiere una memoria despierta y dispuesta para rumiar lo dicho con anterioridad. Sospecho que eso no es una afirmación de que el aprendizaje sea posible por la acumulación o por la capacidad exacta de imitar, sino que la buena memoria permite que seamos capaces de recorrer los procesos establecidos por la palabra. La reminiscencia es el instrumento de la educación en tanto guía al alma en la firmeza, no en el flujo constante del río de las opiniones.

Tacitus

Senderos de la locura

Vivimos en tiempos de locura y erróneamente la encomiamos. Nuestro hogar es el caos y lo habitamos pese a los estragos. Terminamos suspensos ante los eventos inexplicables y creemos que la sinrazón y azar rigen el mundo (por muy contradictorio que suene). Las explicaciones pueden parecernos estorbosas o descorazonadas. La teoría es soberbia, pataleos y berrinches del hombre por comprender lo inconmensurable. La locura parece tan atractiva al adecuarse lo mejor posible al espíritu de la realidad. Los actos súbitos e inmediatos que irrumpen parecen ser lo más honesto que hay. Son actos tan honestos que no tienen dobles intenciones, no guardan hipocresía y supuestamente manifiestan lo que verdaderamente sentimos o pensamos. Satisfacen más las decisiones entre menos deliberadas sean y se escuche con mayor atención a la voz del fuero interno. Se puede ser un solitario feliz; el desvarío es la persistencia incesante por la complacencia. Amamos la locura al ser máxima expresión de la libertad humana.

Contrario a esta opinión, con un prurito, para el diagnóstico clínico la locura es una aberración. Los desvaríos son alteraciones patológicas. El contexto es percibido de manera anómala. Ver gigantes donde hay molinos de viento es una desviación de las facultades. La alucinación es la enfermedad venciendo el juicio y los sentidos. El castigo de Don Quijote son las muelas perdidas, el cuerpo maltrecho y los quebrantos de costilla. Emprender aventuras fútiles, buscando princesas por aldeanas o castillos por ventas, hace que caiga rodando por las asperezas pedregosas sin ningún sentido aparente. Conservar la cordura es reservarse. La salud mental es una manera de enclaustrarse. Los hidalgos reclaman como suyo a don Alonso Quijano.

No siempre la locura es aberración de la realidad. También puede ser recuperación de la normalidad y persecución por la verdad. Y así sucede con Don Quijote al menos en sus intenciones o empresa. Análogamente Jesús produce desconciertos entre sus coetáneos, así como el Caballero de la Triste Figura lo hace con quienes se encuentra. Sentarse con los recaudadores o convivir con los leprosos son actos inusuales y hasta extraños. La misericordia guarda tensión con la ortodoxia al no ser necesaria e irrumpir en ella. No es sólo suspender las legalidades, sino procurar algo más importante: el prójimo.  El amor trastoca las convenciones no para destruirlas, sino para resplandecer su principio. Es una locura integradora. Sería desacralizar a Jesús si lo creyéramos un romántico idealista (como sostiene una de sus interpretaciones históricas); omitiríamos el misterio de la encarnación. Nada parece más loco que buscar aquello no visible o difícil de entender. Basar nuestras acciones en una certeza fácilmente quebrantable. La manía devastadora aprovecha esto para seducirnos y reconfortarnos.