Fe y verdad

Fe y verdad

Me parece absurdo que el catolicismo pueda llegar a ser un nombre de afiliación, al grado de poder distinguir, al menos en el habla común, entre los creyentes como practicantes y como pertenecientes a una tradición que aceptan pero que no están dispuestos a reproducir, relegando la aceptación a una total oscuridad y remitiendo a una palabra que aprenden de esa misma tradición: la consciencia. Al mismo tiempo, no puedo evitar que este absurdo no remita a algunos a un prejuicio que se señala para hacer de la fe una diferencia intelectual. Es decir, que el señalamiento del absurdo por la oscuridad que señalo con que se conciba la fe no termine en un aburguesamiento y no en el evangelio. Por eso creo que el intento de comprender la fe no puede conformarse con aceptar que a un hombre se le distinga como católico por su simple aceptación del rito, por su ferviente obstinación en la tradición o por su superioridad intelectual. No existe la creencia de palabra solamente, y creerlo así proviene de una oscuridad en torno a lo que la palabra significa para el católico. Lo que señalo se puede entender desde la interpretación más sencilla de algo que se reitera teológicamente con sensatez: el cristiano no puede escindir sus obras de sus palabras; por eso las promesas son importantes para él, deudas de espíritu que mueven a su mano o a su pensamiento a expresarse de manera adecuada a la luz del amor.

La consciencia es el sofisma preferido de la fe contemporánea. Y creo que es falso que el cristianismo sea el mismo responsable de que eso sea así. Esa es una mentira de quienes estudian al cristianismo como parte de la historia de las ideas y la sociedad, argumentando ya una manera de interpretar la historia de manera ajena a como el cristianismo trató de enseñarnos. Pero ese no es el problema más profundo. Lo grave de la consciencia contemporánea es que dice guardar y ser capaz de afrontar individualmente la posibilidad de una crisis para la que la fe sólo es fuerza volitiva, nombre religioso que guarda su seguridad en medio de la falta de autognosis. El problema más profundo para la consciencia moderna es el mal. Eso no significa que sea algo que la fe no haya considerado desde un inicio. Siempre fue un problema para todo cristiano. Pero ahora se contrasta con la producción de la razón moderna, que concibe a la carne como cuerpo y a la voluntad en drama constante con la libertad. ¿Qué es del católico cristiano si formar parte del cuerpo de Cristo se resuelve a mantener presente el dogma en su fuero interno, mientras su propio cuerpo, ese del que es parte por el mismo dogma le reclama algo para lo que se mantiene inmóvil?

El cristianismo permanece como cultura en una de sus dimensiones. La riqueza del evangelio, de los textos teológicos, los cánticos y poesías populares los puede gozar cualquiera que no sea cristiano. Pero también es cultura o, mejor dicho, es sobre todo cultura para quien se aventura a que su fe sea enriquecida en la palabra. La fe es también conversación del presente con el pasado. No puede decirse que esa fe sólo radique en el conocimiento de su propia cultura, porque ese conocimiento orilla al católico a no creerse sólo parte ella. Se llama católico cristiano por su imitación del origen de esa cultura. En la medida en que no es sólo preferencia intelectual es que debe afrontar las palabras que hacen de la fe un prejuicio. No puede haber virtud en la ignorancia, pero sí conocimiento limitado del bien. Puede decirse, con mucha razón, que la conversión es apenas el inicio de la educación cristiana, así como el bautismo es la muerte primera, necesaria para la vida en el perdón.

¿Será suficiente razón para que la fe sea tratada en el silencio el hecho de que no existe comunidad alguna? La respuesta no necesariamente va hacia el sueño de la ultraderecha. La Iglesia no es, por ello, un recinto hecho de tradiciones. La comunidad no existe gracias a la ideología: la fe en la comunidad no se mantiene por puritanismos, porque deviene en hipocresía. Hipocresía que hace del perfeccionamiento en Cristo una tarea ajena al amor y servil del amor propio. No puede haber cristianos de palabra cuyos actos no estén dirigidos amorosamente. La consciencia moderna falla al cuestionarse, entrando en ese laberinto hecho de omisiones y negaciones. Pero la enseñanza radical es que hemos sido perdonados. El mal nos inculpa, pero el arrepentimiento es amor y no persecución. La fe no puede ser un deber.

Tacitus