Dilemas políticos

La labor política no sólo se limita a lo que decidan los gobernantes, aunque quizá sean ellos los que tomen las decisiones de mayor resonancia. ¿Qué hacen los súbditos, aquellos que trabajan para los gobernantes?, ¿obedecerlos plenamente o mezclar su criterio con las ordenes que se les dan? La respuesta que se dé evidencia el interés político de los principales participantes políticos. La política puede ser una carrera individual, semejante a las vidas empresariales, o un trabajo colectivo.

Un problema dentro de la práctica política, cuando todavía la hay, es si conviene decir todo los que se cuenta en una embajada. Es decir, si un mandatario de alto nivel lanza una provocación hacia el país representado por algún o algunos embajadores, ¿conviene que los embajadores no le cuenten todo al mandatario al que representan o importa más la obediencia que le tienen hacia su jefe? Si es una provocación, no se puede tomar como una declaración seria, por más influyente que sea quien lo haya dicho. Si así habla, ¿cómo se dispondrá para actuar? El embajador debe funcionar como filtro, saber qué quiso decir con su declaración quien la profirió, pues por tratarse de un mandatario no se puede tomar como si no la hubiera dicho. Tal vez sea sólo una prueba para ver qué hace el país afectado o podría tratarse de una demostración de poder la polémica declaración, incluso podría tratarse de una señal de debilidad y con las palabras quisiera empoderarse. Antes de obedecer a su jefe, el embajador debe ver por el bien de su comunidad.

La obediencia ciega funciona y es conveniente en una tiranía, régimen en el cual deja de haber política. Dado que cualquier decisión política es complicada, no puede dejarse a la voluntad de una sola persona el tomarla. El poder posibilita y dificulta las acciones. La buena vida no se aleja del poder, pero tampoco lo toma.

Yaddir

Porvenir

Escribiré estas palabras ayer, antier… una semana antes… y las publicaré en seis años, cuando el mundo esté más roto, más carcomido; cuando la vida valga veinte pesos menos, ¡cuarenta pesos menos! ¡Cuarenta!  Pues el ahora no existe, el hoy no está, se fue, se evaporó, se mutiló, nunca ha estado. Clausuró sus puertas y se disfrazó de porvenir, pero como no está allá, nunca llegará. Como nunca llegaron las palabras que escribiré ayer… y que publico mañana.

Gazmogno

Sordina

—¿Sabes? Dicen que ese ángel de bronce que está sobre la parroquia va a tocar su trompeta el día del en que nuestro Señor regrese y venga a juzgar a justos e impíos por igual, de ese modo nos avisará a los ungidos que estamos salvos, pero solo los que escuchemos el sonar de su bendito aliento.

—¿Y alguien lo ha escuchado alguna vez?

— Todavía no.

Apocalíptica política

Apocalíptica política

 

Enrique Krauze ha llamado Biografía del poder a su recolección de la historia de México. Captando como pocos la metáfora paceana de la piramidalidad mexicana, Krauze nos ha mostrado que en el México moderno el tiempo se mide cíclicamente entre el nacimiento y el ocaso del tlatoani en turno. La cuenta larga del tiempo postrevolucionario comprehende la cuenta breve de los sexenios priistas. La necesidad del tiempo cosmológico prehispánico encontró su expresión en la permanencia en el cambio de la Revolución Institucional. La sumisión al tlatoani y la capacidad de coerción que hicieron posible al régimen priista tuvieron su fundamento en la necesidad cosmológica. Transitar a la democracia impelía, por tanto, la desmitologización.

         La Ilustración liberal, empero, siempre supone una Arcadia; regularmente supone la arcadia del progreso. En el caso mexicano, a la par de la Ilustración liberal se impuso un mito pragmático: si en nuestras manos está el advenimiento de la democracia (tesis liberal), nosotros podemos acelerar el ciclo cósmico (mito pragmático). Fue la fe del 97 que reificó en el 2000. Sin embargo, el mito pragmático impuso un imperativo: el tiempo cósmico perdió su cuenta larga y el cambio se volvió inminente. Si en nuestras manos está el tiempo cósmico, los ciclos son producto de nuestro hacer, los ciclos provendrán de nuestras manos. Si nosotros originamos los ciclos, la democracia no puede ser meta en el camino, sino producción posterior a la consecución del poder, a nuestra consecución del poder (de ahí la reelaboración de la etimología del término “democracia”). Para que todo cambie definitivamente se requiere un nuevo fundador de ciclos. La cuenta breve pende de una mano imperiosa. Imperativa se volvió la llegada al poder del Mesías Tropical.

         El imperativo mesiánico de los nuevos tiempos se expresa recurrentemente en las exigencias de un cambio inminente. Si la mala administración del presidente toma cualquier decisión medianamente impopular, torna mito popular que se ha llegado a un límite último y que su renuncia, su caída o su destitución es inminente. Si las protestas tornan nuevamente violentas, torna mito popular que viene la revolución, que ha despertado el México bronco, que el cambio radical de la totalidad es inminente. Y si vivimos un periodo electoral, torna mito popular la inminencia de la alternancia, la necesidad dicotómica de aglutinar los votos, la aniquilación de la diferencia en una alianza opositora efectista y, claro está, la falacia detrás de la promoción del voto útil. Situar a una elección como eschaton es la nueva mitología cosmológica del tiempo mexicano. Nuestra política ha tornado apocalíptica.

         Cuando los nuevos mitólogos no puedan sostener la inminencia estaremos en problemas. Cuando los cristianos no pudieron explicar el retraso de la parusía surgieron las posiciones milenaristas, que podían fincarse en la cosmología del eterno retorno de los paganos. En México, en cambio, la mitología prehispánica propiciaba a los dioses mediante un sacrificio sangriento: de la sangre manante de un corazón recién cercenado pendía el reinicio del ciclo cósmico. ¿Qué tan inminente es ahora la inminencia?

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Ayer se cumplieron 32 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Sobre el caso hay que señalar que la PGR investiga las posibles relaciones de funcionarios con Guerreros Unidos. 2. Nuestro mundo está invadido por la acedia, lo que se muestra en su aparente ilegibilidad. Lo explica Javier Sicilia. 3. El delegado morenista de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal, mandó golpear a un grupo de vecinos que se manifestaba en su contra. Claro, don Ricardo lo negará, como siempre, dirá que es un compló, como siempre, que las cosas no son así… El estilo monrealista. ¿Ya se le habrá olvidado que en su campaña prometió un referéndum revocatorio para este año? 4. Y el estilo de López Obrador, ya se sabe, es el de la ofensa «con todo respeto» y la justificación de las corruptelas amorosas. Digna de escucharse la entrevista que el Mesías Tropical le dio a Pepe Cárdenas, pues nos muestra en toda su talla el autismo funcional de un político mentiroso. 5. Las cosas buenas casi no se cuentan… dice el presidente. Y dice Animal Político que en la primera quincena de mayo la inflación presentó su mayor nivel en ocho años. ¿Eso importa? Pues importa en la medida en que el dinero cubre menos gastos, los precios se elevan y se desequilibra la relación entre producción y demanda. Pero dice el presidente Peña que hay cosas que no se cuentan. 6. Deberá guardarse el editorial de La Jornada del jueves 25 de mayo de 2017, donde se consigna la censura al medio por parte de la Sedena. De pronto, la Sedena cambió su postura de los últimos tiempos e impidió el paso a uno de sus eventos a un reportero que ha cubierto la fuente por 22 años. Raro, ¿no? 7. Y Carlos Puig señala la islamofobia mexicana.

Coletilla. “En el espejo del tiempo, las parejas que se aman mantienen intacto su reflejo”. Jorge F. Hernández

La hora maniquea

La hora maniquea

La corrupción parece un laberinto que se cruza a ciegas. La oscuridad es lo evidente. Los sentidos están dispuestos a sentir los muros con los que los pies, el rostro, el aliento en cada jadeo se va topando. El suelo mismo no parece inestable. No es ella el signo del apocalipsis. Esa es la teología vana de los desesperados. ¿Será que la esperanza sólo puede comenzar a sentirse cuando aparece una luz nueva? Es más acertado pensar en que se le considera una virtud constante para la vida del hombre, dado el carácter incierto del porvenir. Por eso el optimismo de la esperanza no es candidez, ni ceguera. Por eso no puede ser injusta en su manera de afrontar al mal. Lo corruptible del hombre es su propia humanidad. No es la pérdida de ella. No es sólo la mala educación. No se corrompe el sentido original del bien, porque ese no existe. El mal corrompe no un buen corazón, sino el deseo y el juicio moral. No lo rebaja de un estado prístino: lo conduce con aspecto de ser deseable. La seducción del mal es tentación, toque de algo, latencia. Se puede decir que abre una herida en la bondad de la vida, que puede pasar desapercibida como herida. Parece, y esa es parte de la tentación, ser sólo una sugerencia de la imaginación, moldeada por la educación de la circunstancia.

La corrupción del estado no es meramente cultural. Alcanza una dimensión histórica, es cierto, pero el nombre de la historia no explica por sí mismo la moralidad. Más que el conflicto del relativismo y la fijeza de lo axiológico, el carácter histórico de la corrupción no puede ser entendido si no nos vemos como seres históricos en ella. Y eso no lo puede hacer la historia por sí misma. Por eso es que la corrupción no es un problema cultural. Tiene que reconocerse que el fracaso del estado es algo que rebasa a un solo mandatario, pero que a la vez cada figura política, incluso la ciudadanía, es parte de la confusión que conlleva todo intento democrático. Existe la posibilidad de apelar al conocimiento de lo eterno en lo temporal porque la corrupción no es, como dije, término de la humanidad. El pecado no es posible sin un rasgo mínimo de humanidad que lo haga exitoso. El fracaso del estado es un problema político porque es también un conflicto moral. No refiere únicamente al fracaso de la clase política, aunque ese sea desde hace tiempo más que evidente y, sobre todo, indefendible. El camino de la democracia debe llevarnos a ver en el ciudadano a la comunidad política involucrada en atribuirse el poder. Cuando no hay comunidad, ¿qué sucede con el poder? La respuesta la tenemos al alcance.

La ausencia de comunidad no se comprueba sólo en la extrañeza que cada habitante guarda entre sí. No es únicamente la fragmentación que ha logrado el poder político. La ausencia de comunidad está en el menosprecio de la palabra. No en la palabra de los intelectuales, que termina infectada del lenguaje de la grilla ante nosotros. Hablo de la palabra del otro en general, lo cual de hecho es causa de lo anterior. En la palabra que es el otro. Se omiten las desapariciones, se prefieren los prejuicios (eso incluye a la familia, al sexo y a la libertad) que impiden ver el dolor y pensar la justicia para los demás, que es, siempre, justicia para nosotros. Se vierte el odio en el escenario de las revanchas y los sueños revolucionarios. Se defiende la oposición con un puritanismo hipócrita, amante del escarnio. Se vive la violencia de la peor manera posible: el silencio, que parece su efecto irremediable, síntoma del sinsentido de la cadena de la muerte; el ruido es hijo del silencio ahora. Ese laberinto de la corrupción huele a sangre de los que no son y deberían ser los nuestros. Vamos a ciegas pero no impedidos. Porque la palabra vive en la corrupción, aunque parezca ser inútil en ese hielo de la indiferencia. La esperanza sabe que el hombre no hace milagros, pero vive gracias al milagro mismo. En esas condiciones nuestro maniqueísmo político será el peligro más grande, la tentación para continuar en la ignominia.

Tacitus

En la tierra de nadie

En la tierra de nadie

En una noche en que caminaba por este paraje, comencé a ser perseguido por lobos; quise refugiarme, pero increíblemente las casas ante mí desaparecieron. Grité por ayuda y el guardián de la ley, al extender su mano, se convirtió en sombra del licántropo o en cortina de humo entre ambos, de cualquier forma no me protegía de las mordidas, ni de los zarpazos, que eran lo único real en todo este valle de ilusiones, más que nada por sangrientos.

Cuando morí, aparecieron más fantasmas. Primero vinieron las sombras de unos licenciados que dijeron muy cortésmente: ‘Estamos trabajando en el caso, pero por lo pronto, ten 500 pesos y silencio.’ Después llegaron unos bufones muy tristes, que con aire soberbio cuchicheaban lo siguiente: ‘No que iba a la escuela, al trabajo, a mí se me hace que en otros líos andaba metido.’ Cuando terminaron, se fueron más tristes, pero orgullosos por haber sembrado esta risa en los demás.

Esa fue mi ceremonia luctuosa. Ese día, nadie –ni por compasión– ni por orden cívico me amortajó, dejaron que el pútrido olor del ataque y de la muerte ensanchara más el malhumor, el odio, el territorio de la tierra de nadie, el desconsuelo y el temor del abandono que siempre ofende corazones. En cambio, me volví lugar común de la injusticia, número en la estadística de los que fieles a la lección “afirman que la vida es sólo un viaje de ida a ninguna estación”, y que rastrean en todo el mal humano, a fin de decir, en esta criatura no se puede confiar, habrá que vigilarla. Me transformé en nido de buitres que se regocijan en la carroña.

En la tierra de nadie la desesperación va disfrazada de cinismo y el olvido junto a las mentiras del bufón destrozan poco a poco la confianza. Los buitres necesitan de ellos para chirriar orgullosos, ’venimos a salvarlos de su dolor, déjense devorar’… Pero hoy vino un hombre y me dijo, ‘ven y levántate, que tu enfermedad peor no es la muerte, sino el olvido, la mentira y el desprecio por lo que es la ley: y hasta que no la ames, vivirás vagando entre espejismo-burlas, en la tierra de nadie, en el lugar sin límites.’

Javel   

Para seguir gastando: No puede haber comunidad, si no hay deseo por el bien común, por la ley y la justicia. La gran mentira del narcotráfico y del terrorismo, es que sólo hay antropofagia o voluntad de poder. Terrible, además, los datos que revela Vice News sobre los niños que están envenenados de violencia. El Estado, que somos todos, les hemos fallado, pues no viendo otra salida al abandono ético, social, cultural y económico, el brazo amigo, mecénico, maestro y fraternal, lo ofrece el monstruo que se devora a sí mismo, el narcotráfico. Estos niños también están extraviados y merecen ser reencontrados.

Brasas: “se sabían hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pudiera salir de sus manos, ni de aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes […] los rostros de mico, en el fondo más bien tristes por una pérdida irreparable e ignorada” José Revueltas, El apando