Silencio privado

Silencio privado

 

Una vez más tenemos frente a nosotros el mismo problema y una vez más le vamos a dar la vuelta. Cierto, no es correcto que un periodista –mucho menos siete- sea asesinado. Cierto, la respuesta de los administradores es insuficiente y se anticipa ineficaz. Y también es cierto que los periodistas son sólo un gremio y que no parece justo un trato privilegiado a un segmento de la población cuando en este territorio de guerra y muerte sólo nos iguala el bautismo de las balas y el olvido de las fosas. Pero no por ello es cierto que el responsable de los asesinatos sea el “narcoestado”. Ni es cierto que el presidente Peña sea el culpable de la muerte de los periodistas. Ni mucho menos es cierto que cambiando el modelo económico, o con “honestidad valiente”, o con mejores leyes, los periodistas ya no serán asesinados. Ninguna respuesta gubernamental tendrá éxito donde no hay Estado, así como ninguna reforma moral será posible donde no hay comunidad. En el régimen de la escasez el crimen es el único modelo económico; aunque puede pertenecer a la iniciativa privada –modelo estadounidense-, puede ser estatalizado –modelo del socialismo del siglo XXI-, o puede ser un régimen mixto –modelo Revolucionario Institucional-. Nuestro exterminio será inevitable; nuestra supervivencia caínica. El problema, insisto, es que no hay comunidad y sin ella ningún fratricidio puede ser legalmente sancionado. Donde la ley es imposible sólo salva el aniquilamiento.

         Podría suponerse entonces que el asunto de los periodistas asesinados se subordina al problema general de la ausencia de comunidad, que el asesinato de un periodista sólo es un pretexto más para hablar nuevamente de lo mismo de siempre. Pero no es así del todo. Creer solamente eso es errar el punto y dar nuevamente la espalda a lo importante. Afirmaré lo que para muchos es una clara exageración: sólo se necesitan periodistas en la sociedad democrática. O dicho de otro modo: para que una sociedad se mantenga democrática cuando su número de miembros excede el límite natural de la vecindad es necesario el periodismo, pues sólo por su mediación es posible lo que –en una frase insuperable- Daniel Cosío Villegas expresó como ideal: hacer pública la vida pública. Cuando el periodismo torna en militancia ideológica, o en publicidad corporativa, o en propaganda oficial, no forma comunidad, sino que la debilita y la falsifica. Y la reacción del gremio periodístico ante el asesinato de un colega puede ser lo mismo formadora de comunidad, que destructora de ella. Usar el asesinato para avanzar la agenda del intolerante opositor eterno, culpar al presidente de todos los asesinatos, o esparcir el rumor de la censura omnipresente, no es en modo alguno construcción de comunidad, sino posicionamiento público de una convicción privada, posibilitación de la resolución sectaria, grilla antipolítica. Los periodistas no actúan necesariamente con miras en la política.

         ¿Qué hacer? Propongo –raro en mí- tres acciones. Primero, no olvidar lo que nos enseñó 2011. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad visibilizó a las víctimas y las puso al centro de la vida pública; en tanto el poeta Javier Sicilia nos mostró que es posible demandar justicia con gravedad y sin rencor. ¿Qué lugar ocupan ahora las víctimas en los medios? ¿A qué periodista le siguen preocupando esos casos del infierno personal, frente al aquelarre seductor de un gobernadojete corrupto? La estrategia mediática de la administración de Peña Nieto fue desviar la mirada de las víctimas; casi todos los medios la siguieron y ahora nos sorprende nuevamente el terror. Las historias de las víctimas se acumulan y ya hasta olvidamos cómo contarlas. Segundo, cambiar el uso de las tecnologías: lo importante políticamente no es la publicidad del medio, sino la información comprobada –no importa la primicia, Carlos; no importa el escándalo, Carmen; no importa el ánimo del presidente, Pascal-. Ninguna víctima será hashtag; retuitear a Epigmenio cada día 26 no localizará a los 43; la historia de ninguna víctima se gasta en un tuit. Y tercero, olvidémonos de la desmemoria. El demócrata se informa más allá de la tendencia. Para hacer público lo público, se necesita claridad privada. El demócrata debe estar atento y lúcido entre el boletín oficial y el trascendido, entre la candidez de la propaganda y la malicia de las fake news, entre la convicción militante y el escepticismo ácrata. Y si para el demócrata nada tienen que hacer las víctimas en lo público, nada tendrán que hacer los periodistas en la patria. La demagogia siempre triunfa en privado.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El abogado de los padres de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa presentó un panorama de la trayectoria del caso. Los padres retiraron su plantón afuera de las oficinas de la PGR tras llegar a un acuerdo para atender las cuatro líneas de investigación señaladas por el GIEI. 2. «Lo que agoniza puede pervivir en una larga crisis donde lo primero será ignorar la disfuncionalidad, la inoperancia» dice Roberto Zamarripa. 3. La alianza entre Rayito de Esperanza y la Maestra se sella sobre una sabrosa historia de la que Raymundo Riva Palacio muestra algunas escenas: la incompatibilidad entre Elba y Videgaray, la alianza entre Miranda Nava y la CNTE, o la cercanía de los salinistas al morenaje. 4. El pasado miércoles, la profa Delfina, candidata de Morena al EdoMex, calificó de fascistas a los opositores venezolanos. Nadie se llame a sorpresa, que no es la primera vez que la gente de Morena defiende la dictadura de Maduro. Hay quien vive la pesadilla ajena como sueño propio. 5. ¿Cuál es el papel de las iglesias en la elección del Estado de México? Lo responde Bernardo Barranco. 6. Y por último, la historia de un traficante de influencias que se nos casa.

Coletilla. El pasado lunes 15 de mayo de 2017 dejó de transmitirse, tras sesenta años continuos de radiodifusión, el que probablemente sea el programa radiofónico más transmitido en México: La tremenda corte. Las madrugadas ya no serán las mismas para los que nacimos viejos.

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