Pobres empresarios y terroristas

Pobres empresarios y terroristas

Un océano de mal

Que la pobreza no es una vileza, es verdad. Lo que es vil es la miseria que han construido los poderosos, desear que el otro siga siendo pobre y más pobre todavía si es posible. El pobre es el que no tiene. El miserable es el que no deja que el otro tenga algo. El infeliz es el que le quita todo al hombre en nombre de la justicia; el que da razones para enajenar a las personas. Los pobres son un negocio y una fantasía en la mirada del empresario capo o del terrorista. Son un negocio, porque los obliga a estar vulnerables para pedir migas. Son una fantasía porque le muestran cuán poderoso es, que sólo a él acuden diciendo ¡Tú tienes la verdad!

El empresario y el terrorista se degustan haciendo ver que la humanidad está sola como los huérfanos, indefensos, así es más fácil venderles la mentira del progreso o de la lucha por la justicia a cambio de su libertad, pues ellos saben que el hombre siempre está en busca de un lugar al que pueda llegar. El hombre nace con el corazón ardiendo por encontrar su lugar en el mundo, pero las respuestas son tan obscuras, que al escuchar una explosión o al sentir el poder que da el progreso, los aceptan con vivo entusiasmo.

Tanto el filántropo empresario y liberal, como el terrorista, escuchan bajo sus pies a los pobres gritando: Líbranos del hambre, de la peste, del dolor, de la incomodidad, de la injusticia. El hombre padece esto y ve que no hay más respuesta que la del maldito dinero. Pero lo malo con el dinero, que es al mismo tiempo el mayor problema para la avaricia, es que éste es efímero. El dinero se esfuma de las manos cual el bocado de la lengua, y en las fauces del desenfreno ruge la exigencia de más y más, cada vez más. Y ya sabemos qué pasa con el glotón que no sacia su hambre, todo se le vuelve alimento. Procesa todo cuanto hay a su alcance para convertirlo en artículo de consumo. Por eso es necesario que Dios muera, para saciar el hambre de los otros y ver que no sufran, para tener el dominio de lo eterno, frente a lo perecedero del bien terreno y ser un mejor dios.

-¡A esos liberales y burgueses hay que matarlos!, grita el terrorista mientras acaricia a su bomba humana.

La demanda es el derecho de los pobres para ser glotones. Pero al mismo tiempo es lo que engorda al que les imposibilita esto. La demanda es el lobo disfrazado de oveja, pues creemos que la consumimos, cuando es ella quien nos devora. Es bien sabido que el mundo se convirtió en un lugar de hambrientos después de la segunda mitad del siglo XIX. Los adelantos en la tecnología no han hecho más que aumentar el hambre, es decir, la pobreza. Pues somos pobres, ya que sólo nos alimentamos de un pan que se acaba, dejándonos incompletos al final del día. Si pensamos en la novela de Huxley en términos de avidez, es decir, de deseo de consumo total, veremos que ahí se presentan las dos grandes hambrunas que ha padecido todo nuestro siglo XX y lo que va del XXI, es decir, el hambre de progreso y de carne o deseo sexual, ¿o qué otra explicación habría para hablar de “la era de Ford, que a veces se hacía llamar también Freud” , es decir, del padre de la industria moderna y de la revolución sexual?

-Por­ eso, sigue el guerrillero, tú derrumbarás sus torres, a fin de que el hombre sienta otra vez la necesidad de Dios.

La supuesta igualdad que nos ofrece la cultura del consumo, no es otra más que ésta: sabernos cada vez más pobres, más hambrientos. Pero de esta pobreza nacida de la avaricia (adultez del hombre inaugurada por el siglo de las luces), no nacen más que rencores y deudas imposibles de pagar, ya que la codicia del hombre no tiene límites. Por esto la pobreza no puede ser resuelta en términos de economía, ya que esto termina matando al ideal de la justicia (parricidio por un dólar), como un perro que mata al amo para poder devorar a las ovejas y alimentar a su jauría.

-Y eso sólo es justo para quien tiene fuerza para defenderse, pero nosotros mataremos a los fuertes en nombre del bien para todos.

-Pero, por fin habla el pobre, ¿Es preferible el fuego y la sangre como lugar común y fundador de la felicidad? Hacer más pobre al hombre, o de otra forma, dejarlo indefenso diciéndole que es huérfano y que está solo en el mundo, es, quizá, la mayor de las injusticias. La industria hace soberbio y desconfiado al hambriento, al punto que éste muestra el dorso de la mano cuando se le ayuda. Quizá con razón se diga “era tan pobre, que sólo tenía dinero”. El terrorismo busca fundar una nueva fe, que se base en la fuerza; la economía se avocará al desarrollo de armas y de estructuras que aíslen a los países unos de otros por temor a que la bolsa caiga. Ni la alquimia de las piedras a panes, ni la tercera tentación nos han salvado. ¿El misterio del milagro será la nueva trampa?

Javel

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