Psicología sin alma

Psicología sin alma

Ningún psicólogo, y casi ningún hombre, se niega a aceptar que el amor es algo necesario. La pedagogía contemporánea trata de dejar la rudeza como práctica del amor familiar. Los sexólogos alienan el amor del sexo para dar terapia de algo que acompaña al cuerpo por naturaleza. Moldean las costumbres íntimas del concubinato, el matrimonio y el noviazgo para ofrecer conocimiento ilustrado de la materia (el alma es una abstracción que nunca se alcanza a entender en ellos). Son puritanos del cuerpo. En una u otra medida, todos parten del supuesto de que el amor es necesario, como algo que la vida requiere para ser tal. Desde que el sexo puede controlarse (ciencia anticonceptiva, planificación familiar) su represión ya no es un problema, sino un obstáculo. El aburguesamiento nos reduce a la lujuria. La pedagogía confunde la naturaleza amorosa con la vanidad del egoísmo.

Nuestra naturaleza, como lo muestra la metáfora platónica del carro alado, enseña que el amor es algo que está en nuestro ser. Que ser y amar son uno en el animal que es el hombre. No es esa metáfora un mito de la idealidad del hombre. Es alegoría de su vida. Cree que el erotismo es sólo algo que enciende con el deseo amoroso, pero en realidad está en el deseo mismo. Por eso el mito da un número de almas. Hace falta algo de sapiencia para ver en cada acto esa naturaleza. La necesidad del amor radica únicamente en que el hombre no es tal sin él. En que su alma es erótica. Hay quienes ven en ello una justificación de la lujuria. El cristianismo, mucho más sabio, nos enseñó a distinguir a Eros de la lujuria al concebirnos como carne, sin olvidar la enseñanza platónica. Supo mostrar que lo erótico no es deseo sexual, y sugirió, lo que parece inexplicable para los sexólogos, a la castidad como la mejor manera en que ese erotismo se logra, sin sojuzgar la carne, sin separar burdamente al sexo del amor. No la puso (a la castidad) como regla conductual, ni como moral personal. Por eso lo mantiene como un don. La naturalidad del sexo no es necesidad más que en el sentido en que se requiere para mantener la vida. Eso no obliga a todo mundo, hasta donde veo, a la culpabilidad criminal que todo mundo atribuye a los cristianos que buscan la castidad. Eso es más bien maniqueísmo de la dualidad alma cuerpo, que no existe para el cristiano. No es posible la castidad entendida como dominio del deseo.

Se requiere inteligencia para pensar la lujuria como pecado, no así para el prejuicio del sexo como acto despreciable del cuerpo en favor del alma, como se requiere sabiduría para entendernos en todo momento. La educación requiere de conocimiento del alma y, por tanto, del amor, para saber guiar, para entender los límites de la palabra, la perfección de una retórica posible. Porque ella no sirve si no sabe aprovechar el deseo de saber, si no templa y conduce a lo mejor en el intercambio de la palabra. Por eso la educación requiere iluminar la naturaleza, en la medida en que es iluminación de la humanidad propia, de los dilemas y problemas propios que siempre abarcan un problema recurrente. Por eso las modas son la manera más torpe de abordar cualquier cuestión: no buscan la verdad, sino el despliegue del yo. El pecado no es mantenerse siendo cuerpo, despreciando la recompensa de la vida eterna. El pecado es seductor porque está velado con nuestros propios prejuicios. El pecado en la lujuria nos confunde con respecto al amor, que es confundirnos sobre nosotros mismos. La razón hace falta ante el pecado no como un dominio de sí, sino como un deseo de la verdad cuyo resultado milagroso es la caridad, no el idealismo.

 

Tacitus