La fría lengua de la muerte, que muchas veces tiene forma de navaja, había probado ya más de dieciséis estómagos débiles que se habían atrevido a faltarle al respeto a Pedro “El sanguinario”. Éste, llevaba ya varios años viviendo fuera del pueblo, asaltando, robando y violando. Hizo todo lo que quiso con las caravanas de comerciantes que se encontraba: las asaltaba, las quemaba, las desvalijaba para después perderse en el bosque. El día que pedro murió, lo encontraron con las tripas de fuera. Alguien lo había rajado con su propia navaja. Siempre, a su debido tiempo, la muerte gusta de morder la mano que le da de comer.