De cómo perdí mis sentimientos
Una de las ventajas espirituales reservadas a los daltónicos es la expectación burlona ante la inminencia de la pregunta impertinente de quien acaba de conocer nuestra condición. Claro que sé de qué color es el suéter del otro, pero no tengo tan poco humor –ni soy tan humanitario- como para decirle lo que quiere escuchar. Toda mi vida he visto el pasto verde, aunque pronto aprendí que es casi imposible para el normal comprender que nunca vemos el mismo verde. Y no, no sé cómo ven los perros. Desde que tengo memoria –y no la nombro como una facultad potencial, sino como la actividad potente que es- nunca he sido perro, aunque a veces defiendo mi lugar; casi siempre he andado en dos patas y casi nunca acerco mi rostro a los genitales ajenos cuando ando por la calle. No sé cómo ven los perros y ni siquiera sé si tienen sentimientos.
Momento, no quiero provocar el linchamiento de una turba animalista. Sé que a muchos conmueve el video tal en que llora un pollito. Sé que la mayoría ha oído de la existencia de sesudos estudios sobre el cerebro animal que una minoría dice entender. Sé que no es de buen gusto en esta época, falta de gusto pero prolija en gasto, decir que los animales son eso, animales. No estoy llamando a matar animales, ni a maltratarlos deportivamente, ni a no hacerlo, o dejar de hacerlo, o encontrar el método adecuado, económico y multicultural para hacerlo. Simplemente estoy diciendo que no sé si los animales tienen sentimientos. No lo sé, repito, pero tampoco me preocupo mucho por saberlo. Me preocupa más la acción humana, preguntar por el comportamiento del hombre con los animales, el uso de los animales por el hombre. El comportamiento humano no se cuestiona con un pollito llorando o mediante un colorido electroencefalograma, pues son ejemplos muy faltos de imaginación; al hombre se le cuestiona con preguntas éticas, con reflexión política, con imaginación.
No todo es burla en mi expectación ante las preguntas inminentes por el daltonismo. En ocasiones, cuando el caso lo amerita o la persona me interesa, me da por preguntarme qué movió su pregunta. Las más de las veces no es una pregunta genuina, pues cualquiera que lo piense con tantito cuidado sabe que en realidad es una pregunta sin respuesta, y que más bien es un intento de normalización, que es una necesaria toma de distancia de lo raro para guarecerse en la seguridad emocional de la normalidad, de la propia normalidad. Preguntar al daltónico de qué color es el suéter es tan insensato como preguntar si los perritos tiernos tienen sentimientos. Cualquiera que piense tantito las preguntas reconocerá que no hay respuesta definitiva. ¿O no sería equivalente preguntar a un perro si acaso ve igual que los daltónicos? Es insensato. Por suerte hasta ahora no me he encontrado a nadie tan inteligente como para preguntarme si los daltónicos tenemos sentimientos, que eso arruinaría indudablemente el deleite de mi burlona expectación.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. Interesante entrevista en la revista Contralínea. En ella se presenta un panorama de la postura práctica, o quizá teórico-práctica, de los comunistas anárquicos. En resumen: consideran que la revolución no llegará, como creían algunos comunistas del siglo pasado, por un grupo de avanzada que mediante la crítica-práctica establecería la dictadura del proletariado, sino a través de la totalización de la violencia. Explican que la inconformidad de la clase proletaria se expresa tarde o temprano en violencia, ellos sólo exhiben que el proletariado ya tiene esta visión. La totalización de la violencia derivará en la revolución y con ello en el exterminio del Estado. Destacan, además, su diferencia con los ecoanarquistas, a quienes identifican como nihilistas, en tanto su posicionamiento a favor de la violencia como necesaria para la revolución no es destructiva de la especie humana. 2. Importante revisión de datos del equipo de Data4. Recientemente se ha repetido que el aumento de la violencia durante el primer semestre de 2017 se debió a las liberaciones facilitadas por el nuevo sistema de justicia penal. Repetido el mensaje, ya se preparan las mesas de trabajo para modificar el sistema penal, para evitar que «sea una puerta giratoria». Lo importante del estudio de José Merino es que muestra con datos que no hay evidencia de la relación entre el aumento de la violencia y el nuevo sistema penal, además de que nos alerta: según las proyecciones, este año será el más violento del sexenio. Vivimos el infierno, aunque el administrador sólo tiene ojos para las buenas noticias. 3. Al presidente le gusta contar las cosas buenas. El pasado martes contó que las cifras de empleo han crecido considerablemente, también contó que eso es una buena noticia. No contaba el contador con la capacidad de contar de Enrique Quintana: sí, ha crecido el índice de formalización de los empleos, pero eso no significa que el empleo haya crecido conforme a la demanda. Lo cual nos recuerda el viejo adagio: cuando cuentes cuentos, cuenta cuántos cuentos cuentas… 4. «Pues usted será el mejor calificado, pero ella es mujer y tenemos que cubrir cuota de género», así se justificó el domingo en una deplorable columna la decisión para conformar al comité ciudadano del Sistema Nacional Anticorrupción. No estarán los mejores, pero qué bonito se siente afirmar la pluralidad mientras se incita a linchar a un periódico. 5. Fulminante la pregunta de Guillermo Fadanelli: ¿qué tendría que hacer un hombre sin alternativas políticas? Y para responderla dialoga consigo mismo entre la resolución y la soledad.
Coletilla. He leído Jinetes de Tlatelolco [Ediciones Proceso, 2017] de Juan Veledíaz. El libro tiene la intención de volver la mirada a la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, pero preguntando por la versión de los militares sobre aquellos hechos. En particular, el autor se adentra en la visión de Marcelino García Barragán, quien por ese entonces era el titular de la Secretaría de la Defensa. La investigación es valiosa porque incorpora una perspectiva olvidada en la historia del caso. De su lectura extraigo tres datos importantes.
- Se confirma la versión presenciada por Luis González de Alba y presentada por primera vez en Los días y los años [1971] (recuérdese que La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska es un libro plagado de imprecisiones): en el tercer piso del edificio Chihuahua se apostaron unos jóvenes de guante blanco que al recibir los disparos del ejército gritaron asustados y al unísono: «¡No disparen, Batallón Olimpia!». González de Alba consideró que no había coordinación entre el ejército y el Batallón Olimpia; el libro de Veledíaz lo confirma. El Batallón Olimpia no fue, como por ahí se ha escrito, un grupo paramilitar de exterminio.
- El tiroteo de aquella tarde no inició desde el podio en que se encontraban los dirigentes del CNH, como dice la versión oficial, ni desde la tropa militar situada en la plaza, como bien señaló González de Alba. El tiroteo inició desde la azotea del edificio Chihuahua, donde estaban situados dos francotiradores. El secretario de la Defensa ignoraba la presencia de los francotiradores. El coordinador del Batallón Olimpia ignoraba la presencia de los francotiradores. Los francotiradores fueron situados ahí por orden del jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza. Además de Gutiérrez Oropeza, en el plan de colocar francotiradores que dispararan al ejército desde la azotea del edificio participó el agente de la CIA Luis Echeverría Álvarez, quien por entonces era secretario de Gobernación y quien algunos años después sería presidente de la república.
- Durante el conflicto estudiantil de 1968, el embajador estadounidense en México Fulton Freeman ofreció al general Marcelino García Barragán el apoyo del FBI para orquestar un golpe de Estado y poner las cosas en orden. La anécdota confirma lo que Carlos Madrazo dijo a Elena Garro, y lo que Javier García Paniagua -hijo del general García Barragán y padre del actual director de la Agencia de Investigación Criminal- comentó en alguna ocasión.