El vendaval (tres intentos)

Versión 1: prosa poética

Sufrió la voz tantos años el vendaval de matanza y tormento, martirio y tristeza, masacre y tortura, que los nombres se le fueron desgastando; hasta que llegó el tiempo en que el terregal que se levantaba era lo mismo polvo de huesos que de palabras.

 

Versión 2: soneto

El vendaval de matanza y tormento,
truena su fuerza, y nubla los ojos,
ciñe la voz, traga ruina y despojos
de la que fuera ciudad y ahora es cuento.
El vendaval de masacre y tortura,
ha desgastado los nombres, las formas,
ha resecado ley, hábito y norma
con la insistencia de furia y locura.
Bárbaros montan grotescos altares
con los que veneran al cruel vendaval,
bailan de gozo al mirar que los mares
se hinchan de rojo preñando con sal
tierras que fueran ayer manantiales,
y hoy son de hueso y de voz por igual.

 

Versión 3: verso libre

El cruel vendaval se ciñe a la voz:
furioso, la asalta, la embiste su trueno,
la truena en su estruendo. La voz le resiste
mas sigue en su asalto incansable que ruge
de lejos, de cerca, por dentro, por fuera,
y sigue, no agota, no suda, no llora,
día tras día,
año tras año,
tiempo tras tiempo.

El cruel vendaval se ciñe a la voz:
revienta tormenta que rompe y destroza,
es matanza y tormento, es martirio y tristeza,
es motín y traición, es masacre y tortura,
la gasta y desgasta, le quita la forma,
confunde la recta, la cuenta, la altura,
los nombres que fueron ciudades trastocan
en cuentos secretos de ocultos sentidos,
día tras día,
año tras año,
tiempo tras tiempo.

El cruel vendaval se ciñe a la voz:
debajo lo adoran las casas salvajes
de bárbaros mudos que erigen altares
grotescos, tiranos, de monstruos profanos
y bailan al ritmo del roce y desgaste,
obrado por sal con un filo constante,
en cantos, palabras, razones y nombres
que lloran la tierra reseca yaciente
debajo del cruel vendaval que levanta
innúmeras nubes del polvo asfixiante
formado con restos de hueso y de voz.

Celos

A la mañana siguiente, el purpúreo cuerpo de ella yacía, indefenso, sin poder contarle a nadie la imagen que sus ojos secos vieron al amanecer: era una hoja de acero muy afilado y frío, muy frío, Penetró en sus cuencas y haciendo palanca los chispó de un solo movimiento. Quién iba a pensar que una cortesana tan afamada como lo era ella, terminaría en el bosque muerta de frío. Ella misma jamás hubiera imaginado que sus ojos reemplazarían las canicas de la cabeza disecada del jabalí que cuelga sobre la cama del rey que ella conoció tan bien.

De cómo perdí mis sentimientos

De cómo perdí mis sentimientos

 

Una de las ventajas espirituales reservadas a los daltónicos es la expectación burlona ante la inminencia de la pregunta impertinente de quien acaba de conocer nuestra condición. Claro que sé de qué color es el suéter del otro, pero no tengo tan poco humor –ni soy tan humanitario- como para decirle lo que quiere escuchar. Toda mi vida he visto el pasto verde, aunque pronto aprendí que es casi imposible para el normal comprender que nunca vemos el mismo verde. Y no, no sé cómo ven los perros. Desde que tengo memoria –y no la nombro como una facultad potencial, sino como la actividad potente que es- nunca he sido perro, aunque a veces defiendo mi lugar; casi siempre he andado en dos patas y casi nunca acerco mi rostro a los genitales ajenos cuando ando por la calle. No sé cómo ven los perros y ni siquiera sé si tienen sentimientos.

         Momento, no quiero provocar el linchamiento de una turba animalista. Sé que a muchos conmueve el video tal en que llora un pollito. Sé que la mayoría ha oído de la existencia de sesudos estudios sobre el cerebro animal que una minoría dice entender. Sé que no es de buen gusto en esta época, falta de gusto pero prolija en gasto, decir que los animales son eso, animales. No estoy llamando a matar animales, ni a maltratarlos deportivamente, ni a no hacerlo, o dejar de hacerlo, o encontrar el método adecuado, económico y multicultural para hacerlo. Simplemente estoy diciendo que no sé si los animales tienen sentimientos. No lo sé, repito, pero tampoco me preocupo mucho por saberlo. Me preocupa más la acción humana, preguntar por el comportamiento del hombre con los animales, el uso de los animales por el hombre. El comportamiento humano no se cuestiona con un pollito llorando o mediante un colorido electroencefalograma, pues son ejemplos muy faltos de imaginación; al hombre se le cuestiona con preguntas éticas, con reflexión política, con imaginación.

         No todo es burla en mi expectación ante las preguntas inminentes por el daltonismo. En ocasiones, cuando el caso lo amerita o la persona me interesa, me da por preguntarme qué movió su pregunta. Las más de las veces no es una pregunta genuina, pues cualquiera que lo piense con tantito cuidado sabe que en realidad es una pregunta sin respuesta, y que más bien es un intento de normalización, que es una necesaria toma de distancia de lo raro para guarecerse en la seguridad emocional de la normalidad, de la propia normalidad. Preguntar al daltónico de qué color es el suéter es tan insensato como preguntar si los perritos tiernos tienen sentimientos. Cualquiera que piense tantito las preguntas reconocerá que no hay respuesta definitiva. ¿O no sería equivalente preguntar a un perro si acaso ve igual que los daltónicos? Es insensato. Por suerte hasta ahora no me he encontrado a nadie tan inteligente como para preguntarme si los daltónicos tenemos sentimientos, que eso arruinaría indudablemente el deleite de mi burlona expectación.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Interesante entrevista en la revista Contralínea. En ella se presenta un panorama de la postura práctica, o quizá teórico-práctica, de los comunistas anárquicos. En resumen: consideran que la revolución no llegará, como creían algunos comunistas del siglo pasado, por un grupo de avanzada que mediante la crítica-práctica establecería la dictadura del proletariado, sino a través de la totalización de la violencia. Explican que la inconformidad de la clase proletaria se expresa tarde o temprano en violencia, ellos sólo exhiben que el proletariado ya tiene esta visión. La totalización de la violencia derivará en la revolución y con ello en el exterminio del Estado. Destacan, además, su diferencia con los ecoanarquistas, a quienes identifican como nihilistas, en tanto su posicionamiento a favor de la violencia como necesaria para la revolución no es destructiva de la especie humana. 2. Importante revisión de datos del equipo de Data4. Recientemente se ha repetido que el aumento de la violencia durante el primer semestre de 2017 se debió a las liberaciones facilitadas por el nuevo sistema de justicia penal. Repetido el mensaje, ya se preparan las mesas de trabajo para modificar el sistema penal, para evitar que «sea una puerta giratoria». Lo importante del estudio de José Merino es que muestra con datos que no hay evidencia de la relación entre el aumento de la violencia y el nuevo sistema penal, además de que nos alerta: según las proyecciones, este año será el más violento del sexenio. Vivimos el infierno, aunque el administrador sólo tiene ojos para las buenas noticias. 3. Al presidente le gusta contar las cosas buenas. El pasado martes contó que las cifras de empleo han crecido considerablemente, también contó que eso es una buena noticia. No contaba el contador con la capacidad de contar de Enrique Quintana: sí, ha crecido el índice de formalización de los empleos, pero eso no significa que el empleo haya crecido conforme a la demanda. Lo cual nos recuerda el viejo adagio: cuando cuentes cuentos, cuenta cuántos cuentos cuentas… 4. «Pues usted será el mejor calificado, pero ella es mujer y tenemos que cubrir cuota de género», así se justificó el domingo en una deplorable columna la decisión para conformar al comité ciudadano del Sistema Nacional Anticorrupción. No estarán los mejores, pero qué bonito se siente afirmar la pluralidad mientras se incita a  linchar a un periódico. 5. Fulminante la pregunta de Guillermo Fadanelli: ¿qué tendría que hacer un hombre sin alternativas políticas? Y para responderla dialoga consigo mismo entre la resolución y la soledad.

Coletilla. He leído Jinetes de Tlatelolco [Ediciones Proceso, 2017] de Juan Veledíaz. El libro tiene la intención de volver la mirada a la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, pero preguntando por la versión de los militares sobre aquellos hechos. En particular, el autor se adentra en la visión de Marcelino García Barragán, quien por ese entonces era el titular de la Secretaría de la Defensa. La investigación es valiosa porque incorpora una perspectiva olvidada en la historia del caso. De su lectura extraigo tres datos importantes.

  1. Se confirma la versión presenciada por Luis González de Alba y presentada por primera vez en Los días y los años [1971] (recuérdese que La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska es un libro plagado de imprecisiones): en el tercer piso del edificio Chihuahua se apostaron unos jóvenes de guante blanco que al recibir los disparos del ejército gritaron asustados y al unísono: «¡No disparen, Batallón Olimpia!». González de Alba consideró que no había coordinación entre el ejército y el Batallón Olimpia; el libro de Veledíaz lo confirma. El Batallón Olimpia no fue, como por ahí se ha escrito, un grupo paramilitar de exterminio.
  2. El tiroteo de aquella tarde no inició desde el podio en que se encontraban los dirigentes del CNH, como dice la versión oficial, ni desde la tropa militar situada en la plaza, como bien señaló González de Alba. El tiroteo inició desde la azotea del edificio Chihuahua, donde estaban situados dos francotiradores. El secretario de la Defensa ignoraba la presencia de los francotiradores. El coordinador del Batallón Olimpia ignoraba la presencia de los francotiradores. Los francotiradores fueron situados ahí por orden del jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza. Además de Gutiérrez Oropeza, en el plan de colocar francotiradores que dispararan al ejército desde la azotea del edificio participó el agente de la CIA Luis Echeverría Álvarez, quien por entonces era secretario de Gobernación y quien algunos años después sería presidente de la república.
  3. Durante el conflicto estudiantil de 1968, el embajador estadounidense en México Fulton Freeman ofreció al general Marcelino García Barragán el apoyo del FBI para orquestar un golpe de Estado y poner las cosas en orden. La anécdota confirma lo que Carlos Madrazo dijo a Elena Garro, y lo que Javier García Paniagua -hijo del general García Barragán y padre del actual director de la Agencia de Investigación Criminal- comentó en alguna ocasión.

Espejismos

Espejismos

Es recurrente que la prisa esté urdida como un espejismo. Que el deseo ardiente de llegar a algo sea la mejor manera de huir de ello. Se trama toda una farsa para sostener esa carrera, prolongada sobre las horas de ocio y labor que nos ocupan. La amargura de los obstáculos provoca la sensación de una caída por ellos. Ahí radica el espejismo, que nos hace desvariar en busca de agua, de una gota de salvación que parece esconderse, escabullirse cuando se le quiere asir con la presión de nuestros dedos, látigos de la fortuna que se resquebrajan como el polvo proverbial del que venimos. Por eso para los posmodernos la felicidad es un estado de ánimo, que proviene simplemente del tacto para las situaciones placenteras, que duran tanto como las sonrisas. Se obra para la felicidad en tanto cada placer permite, decimos, la satisfacción de los deseos, esa materia oscura que pocas veces se abrillanta con la luz del pensamiento. ¿Qué habrán querido decir los viejos cristianos cuando afirmaban que no había paz sino en Dios?

Es obvio que pocos dirían que cada uno de sus actos está dirigido a ver a Dios, por no mezclar las cosas de este mundo con el Creador. Pero, aunque Él no sea lo mismo que las cosas, ¿cómo entender la gracia del mundo como creado? La vanidad y la idolatría son un problema en tanto que la sabiduría enseña que en el mundo milagroso no hay nada nuevo bajo el sol. La grandeza de Dios es algo que se confunde hasta el extremo de la objetivación: una manera de idolatrar es dejar a la fe sin reflexión. La sabiduría que se exige para reconocer la vanidad del mundo es la misma que se necesita para reconocer que el lugar de Dios no es el mundo, que fue legado al hombre. Tiene mucho sentido, por eso, decir que los hombres fascinados por el placer del mundo no siempre son los mejores apreciadores de éste. Tiene el mismo sentido afirmar que es vano consentir en que la búsqueda de Dios, que es paz, proviene fundamentalmente del gasto de uno en el mundo. Una sola cosa necesaria hay, dice un poema, y eso es todo: lo demás es vanidad de vanidades. Lo cual ubica perfectamente en dos palabras un conflicto que parece pedir infinitud, como en el deseo a lo largo de la vida, para enseñar sabiamente que todo es una sola cosa, a diferencia de nuestra manera de pensar lo total, que siempre parece inacabada. La perplejidad de un hombre moderno al pensar la buena vida del hombre virtuoso y sabio consiste en no saber decir el momento en que puede el hombre llamarse al fin feliz.

La paz de Dios no es el equilibro anti estrés. La paz de Dios invade al capitán de un barco en medio de la tempestad. La paz de Dios es el barco. Es igual de vana la insatisfacción suspirante de los anhelos comunes que la medicina para los nervios, que es nihilismo para dejar ir con los ojos cerrados. Se dice que el secreto de la alegría cristiana es esa misma paz. ¿Dónde está la paz en lo que para nadie es placentero? ¿Dónde está la paz en la “negación” del cuerpo? El argumento en contra del cristianismo es circular: se cree que sólo habla abstractamente de un reducto espiritual que ya no es propiamente cristiano. La paz de Dios pide del alma una disposición mínima a la examinación de sí. No a una guerra contra la naturaleza, sino a alumbrarla bajo lo milagroso de la fe. La paz de Dios no existe si no hay pecado alguno por confesar ni por limpiar, lo cual contrasta perfectamente con la idea actual de que esa paz es guerra contra uno mismo. La prisa por buscar un camino esconde la verdadera huida de lo que anhelamos. No hay que esperar el futuro en esperanza de volver a ser levantados. La paz de Dios enseña que ya lo hemos sido tras la violencia en la carne, y que no podemos defraudar esa realidad.

 

 

Tacitus

Muñequitas

Ilustre, bella, a ojos de unos perfecta, Jimena Narváez Lino siempre fue orgullo para sus padres. Desde niña fue afable, aguda y pertinaz. Sin impulso de nadie, era visionaria. En la universidad tuvo un desempeño sobresaliente. Al finalizar su carrera le entregaron una medalla por su aprovechamiento. Ella no sabía nada. En la entrega de diplomas realmente la sorprendieron. Entrevistaron a sus padres y compañeros, lo cuales dieron opiniones excelentes y le mandaron felicitaciones. Fue un encomio audiovisual. Lo que a nadie sorprendió fue la presteza con la que consiguió empleo. Al hacerlo, todos le dijeron que lo veían venir y lo merecía indudablemente. En la misma ceremonia de clausura, por suerte, se encontraba el licenciado Hernández de León, quien dirigía uno de los despachos de arquitectos más activos en el Valle Metropolitano. El reconocimiento despertó su curiosidad. Al cabo de un año de graduarse, Jimena ya tenía un trabajo codiciado, bien posicionado, una familia que la presumía y un sinfín de viajes que le dejaron anécdotas divertidas y, tal vez, una que otra enseñanza.

—Están preciosas las matrioshkas, así se les dice, ¿no?

—Sí, o muñequita rusa o mamushka. Da igual, de cualquier modo no las compré en Rusia. Será mi próxima parada, después de China. Me lo propongo.

—¿Este año irás de vacaciones para allá?— preguntó Frida después de guardar su libro de Oscar Wilde en su bolsa.

—No es mi prioridad. Este año se jubila mi papá y coincide con mi período vacacional. Además de la gran fiesta que preparó mi mamá, la cual sinceramente me da mucha flojera, haremos una comida en casa. Quisiera estar para eso. Sé que será algo especial; vendrá mi tío de Mexicali que lleva cinco años sin ver a mi papá. Quiero ver sus rostros. Tal vez después vaya para allá. Aunque debo ahorrar para el viaje.

—No cabe duda que están preciosas— continuaba diciendo admirada Brenda, giraba las esculturitas, observando cada detalle— la otra vez vi que Karla tenía unas en su mesita central, la de la sala. Me dijo que era uno de sus tantos regalos que le dio su novio, el que era su jefe.

—¡Su novio! No me hagas reír. Era ella otra becaria que sólo se anduvo dando. Karla fue hasta modelo, se viste bien, es niña de casa, y ese idiota no la supo conservar.

—Ay, Frida, la estúpida fue ella. Una sabe cuando está siendo utilizada, cuando sólo te buscan para tener sexo. Ni tan niña de casa. Y hubiera estado bien si fuera un poco más honesta. Aun sabiendo lo que le pasó a las otras chicas, ella seguía ahí. Le gustaba ser consentida, tener atención. Así son ese tipo de personas. Su perfil es de alguien que nunca le costó nada y nunca pensó nada. Creció entre bienes materiales, sin esforzarse por nada. Cuando hablas con ella no te dice nada interesante. Siempre me ha parecido muy superficial.

—Se enamoró ciegamente; entiéndela un poco. No la justifico, pero yo la vi llorar cuando él la cortó.

—Puede ser, Jimena, pero en esta vida no todo es el corazón. No puedes vivir visceralmente. Hay que ser racionales y escoger con criterio. Habemos mujeres chingonas; fuertes y conscientes. Actuamos con determinación y resistimos a los influjos perjudiciales. Tú eres una de ellas. ¿Cuándo nos han visto así la cara? Sufriste un engaño, pero no te utilizaron.

—Por eso yo espero a mi hombre ideal, a mi Darcy. Mejor soltera a mal acompañada. Nosotros debemos hacerles ver que lo mejor cuesta. No andarnos acostando a la primera. Deben esforzarse para ganarnos. Los caminos al corazón son pedregosos.

—Tampoco exageres, Frida. Tú quieres que todos sean como tu hombre ideal. Nadie te gusta. Pero ya, sinceramente me da hueva estar hablando de ella. Vayamos a algo más importante…

II

—No, ¡estoy harta! Déjame irme. De verdad discúlpame, no aguanto estar aquí. Odio su fiestecita. Traté de sacar a Brenda, pero me abofeteó. Soporté la fiesta, soporté verla borracha. Lo que no toleraré es su agresión.

—No puedes dejarme con ella. No sé qué hacer.

—Llámame cuando quieran irse y yo paso por ustedes. Sea la hora que sea. Llevo a Karla a su casa y voy a mi casa— sonrió Jimena a Frida intentando tranquilizarla. Después de ello subió a su coche y respiró hondo— Lo siento, Karla, por escuchar lo de afuera. Apenas nos llevamos y andas viéndome así.

—No te preocupes. Pasan estas cosas. ¿No importa hacer una parada antes de tu casa?

—Para nada. Acabo de recordar cuando tu mamá, en la prepa, me llevó a mi casa porque la mía no llegaba por mí. Fue un súper favor. Sólo se habían hablado un par de veces y eso por ir en el mismo club.

Con mejor ánimo, Jimena encendió y arrancó su coche. Al principio habló cordialmente con Karla. La conversación amena sirvió para serenarla y hacer sentir cómoda a su acompañante. Por lo mismo, rápidamente, ella empezó a hablar y llorar por su noviazgo fallido. Con su mano derecha, Karla se limpiaba las lágrimas. A ratos, con su mano izquierda, suplía la comezón feroz de su entrepierna. Sin embargo a Jimena no le importó la pérdida de modales. Su calidez y oídos sirvieron como consuelo de la otra.

III

—¿Supiste que falleció José Luis Cuevas?

—¡Sí! No mames. Gran pérdida para el arte plástico mexicano. Es uno de los últimos grandes, si bien no es el último. Ahora la expresividad nacional no tiene una de sus antorchas. ¿Qué haremos sin el autor de La giganta y Acapulco 72? Ese enfant terrible que, así, valiéndole madres, puso esa representación del citadino en una glorieta. Dime si no los brazos, piernas y extremidades amontonadas de su Figura obscena nos escupe en la cara nuestro caos urbano.

—Un chiste muy sutil. Ay, ese incorregible. Deberíamos ir a su homenaje. No creo que esté tan atestado; ¡vamos!

—Va. Fíjate, en la mesa de enfrente. Pinches fresas, nosotras hablando de arte y ellas echando el chisme con su caramel machiatto. Sólo con verlas me da hueva. Han de hablar pura tontería. Tan bonitas y pendejas— murmuraba una joven que las miraba a lo lejos con desprecio ardiente y vivo.

—Así es hoy en día. Estamos rodeados de burgueses frívolos y tontos.

Poeta moderno

Huelga decir que el poeta culpa a la musa por no acudir a su llamado, por no estar lista cada vez que algo le solicita, por no jugar con él a los dados.

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La semejanza entre Albert Camus y Maluma

Sé que más de un lector se va a indignar por nombrar a un alto miembro de la cultura universal y a un simple cantante sumamente famoso. Pero hay una razón que me lleva a juntarlos y, si el lector demuestra que mi razón es insuficiente, deberé retractarme. ¿Qué pueden tener en común un escritor que vivió en carne propia y reporteó las injusticias que padecieron los argelinos, quien escribiera una novela donde puso a un personaje sin carácter y un joven que eleva las pulsiones de sus fanáticas? Parece que no son sus capacidades intelectivas, ni que ambos aparezcan en una foto; ambos tienen en común su público.

No explote el lector en una carcajada al pensar que las personas que leen con gusto a Albert Camus, si es que realmente debe leerse así, bailen lo que canta Maluma. Esa semejanza, que quizá algunos compartan, no es la que pretendo destacar. Más bien, pretendo enfatizar que los lectores de Camus, así como los que escuchan a Maluma, no lo leen por las más profundas razones, lo leen por gusto. Dicho de otra manera: así como el existencialismo es una moda, la música de Maluma también. No quiero decir que el existencialismo sea algo que deba ser tomado a la ligera, todo lector debería horrorizarse al leer el extranjero o darse cuenta de que ese sujeto (que no puede llamarse personaje por su falta de carácter) es la podredumbre del hombre moderno. Por otro lado, si la base del existencialismo es alguna clase de pasión, sensación o la falta de ella, no puede tomarse, filosóficamente hablando, en serio. Evidentemente, el existencialismo, en algún punto, no es absurdo. Pero aquellos que denostaron a Maluma por leer a Albert Camus (que no sabemos si lo entienda más de lo que lo entienden los fans del argelino) evidentemente no se toman enserio el existencialismo.

Las modas surgen de los gustos y estos suelen tener su base en algo que se diluye. Por ello, no hay buenos y malos gustos, sólo gustos que se dice que son buenos y gustos que se dice que son malos. Evidentemente, sí es posible explicar en qué consiste la buena y la mala literatura. También es posible explicar por qué es mejor escuchar a muchos cantautores que a Maluma. Pero la razón en los tuits se diluye. Por eso, ayer no se criticó a Maluma por aparentar leer un libro de Camus, así como no se pensó por qué leerlo es mejor que escuchar a Maluma. Ayer, sólo se jugó a la indignación.

Yaddir