Confesión sobre el cinismo

Confesión sobre el cinismo

He de confesar que la primer reacción que tuve al enterarme de la noticia fue un deseo de reír. Comencé a decir que la mala organización entre los sindicatos es lo que había ocasionado tan penoso asunto, que la administración a cargo de otorgar las plazas era un verdadero desastre, y que lejos de tener alma de economistas eran sólo unos ladrones. Después, al ir soslayando los velos de mi risa, descubrí que un temor empático me sacudía impidiendo que la carcajada fluyera limpia. Me dio miedo y con la risa cubría o hacía más ligera la situación. También tuve coraje por la broma tan cruel que estaba escuchando: dos grupos de asaltantes se encuentran en el mismo autobús y pelean a muerte y con muerte en medio de los ya petrificados pasajeros. Dos leones peleando por una gacela que aún respira. La risa del inicio amargó toda mi noche, pues descubrí que era cinismo puro.

Si el hombre no siente culpa, sólo le queda el mal. Este cinismo que ya no habla de buenos modales ni siquiera en presencia de las posibles víctimas, al menos para bajarles la guardia. Este cinismo que no cubre ni descubre alguna verdad del hombre, sino que más bien descarna toda humanidad. Este cinismo que nos deja heridos de muerte, temblando de miedo y de rabia, pero con espasmos de risa nerviosa. Pero también pensé que si nos duele el cinismo y nos lastima la deshumanización es porque extrañamos nuestra verdad, nuestro amor, nuestra paz. Por esto creo que hoy más que nunca se hace necesario el reportaje, el periodismo, para que nos defendamos de las dentelladas secas del cínico y reconozcamos que al final de la risa nerviosa aún hay fe, también creo que la conciencia –afortunadamente- nunca nos dejará solos.

Javel

Conducir a ciegas

Cultivar, no es lo mismo que educar, no es fácil mostrar al otro que el bien es bueno.

La dificultad estriba en que no se deja conducir quien tiene libre albedrío, pero carece de docilidad, y en que no puede conducir hacia lo bueno quien acepta como bien todo, debido a que debe ser tolerante.

Además la dificultad se convierte en imposibilidad cuando se espera educar a un león para que actúe como mono amaestrado, y se espera, al mismo tiempo, la valentía de un león en la bestia de carga en mor de la igualdad.

Sin conocimiento sobre lo bueno y alguna idea de la naturaleza humana, lo que hacemos no es sino cultivar vegetales que medio se mueven al viento y se quiebran con las tempestades.

Creo que Platón se da cuenta de las diferencias y por lo mismo no concentra esperanzas en que ciegos como estamos, podamos educar.

Maigo

La reina de las posibilidades

Leía la otra vez una nota (que se hacía pasar por artículo de divulgación científica) cuya intención era demostrar que las personas más inteligentes tenían mayor miedo a fracasar. Como muchos escritos semejantes, lo central del asunto se iba en explicar los procesos cerebrales, no en por qué fracasan más. La reflexión tampoco consistía en qué sea la inteligencia, si en la velocidad para relacionar una cosa con otra, en entender cuestiones complejas que requieren una larga cadena de asuntos (ninguno igual al otro, pero relacionados entre sí), ni en el papel que juega la imaginación en ello. ¿Se pueden denominar tres clases de inteligencias diversas? Es decir, ¿podemos decir que existe la inteligencia que relaciona rápido una cosa con otra, la que no sólo las relaciona, sino que se percata de sus distinciones e igualdades en una totalidad y la que permite proyectar?

La imaginación tiene la inigualable característica de desviar nuestros pensamientos y, a veces, casi controlarnos. Cuenta un autor del pasado que él se enfermaba cuando veía a gente enferma y la gente enferma podía recuperarse al ver su perfecta salud durante su juventud. Dejando de lado la posibilidad o imposibilidad de su relato, nos señala que la imaginación tiene una fuerza que afecta en lo que queremos, en lo que no queremos y que no le importan las divisiones alma cuerpo, pues la imaginación misma las diluye. Me imagino que el acto de imaginar en su ejemplo sería como si la imaginación se escapase a todo juicio y a toda pasión, para tomar ella la decisión de enfermar o curar. Suena demasiado extraña su función, casi como si fuera un ninja que controlara a la inteligencia y a las pasiones. Tal vez la imaginación lleve de golpe a una idea: el enfermo piensa “yo puedo verme así; me he visto así” y la alegría que le produce el juicio ayuda a que se cure; el joven dice “en algún momento me veré así; inevitablemente he de enfermar” y esa triste idea lo enferma. Suena muy imaginativo todo esto; quizá aquel cuentista que nos echa un mito sobre la imaginación nos quiere decir otra cosa.

Imaginemos qué podemos hacer; imaginemos las diversas maneras en las que nuestros proyectos, aquellos planes que deseamos concretizar, pueden fracasar. ¿Hay más maneras en las cuales se puede fracasar que en las cuales se puede realizar algo óptimamente? Cuando imaginamos eso, nuestras pasiones se ven contrapuestas, alegría, miedo, nuestras ideas (haré esto de tal modo y tal otro; evitaré aquello, pero sin dejar de considerar esto otro; puedo fracasar si hago eso) influyen junto con ello y las imágenes que nos ayudan a proyectar las ideas nos presentan una perspectiva completa de nuestro plan. Podríamos imaginar que la imaginación está relacionada con la inteligencia y con la pasión en algo semejante, aunque no tan estable, como un triángulo. Entonces las personas más inseguras no necesariamente son las más inteligentes, sino las que imaginan más su fracaso. Pero no pueden imaginarlo sin un contexto específico, es decir, sin que sus recuerdos se entrometan. La imaginación funciona junto con las pasiones, la intelección y los recuerdos.

La reina de las posibilidades, la loca de la casa, la instigadora por excelencia, pero también la mejor ayuda para realizar planes, la impulsora del arte, y quien nos ayuda a tomar las mejores decisiones, la imaginación, es central en nuestra vida. No sólo se le debe denostar. Dada su astucia, si no somos suficientemente inteligentes para controlarla, ponerle un alto y hacerla trabajar en nuestro bien, no hemos de echarle la culpa de todos nuestros males. Autoconocernos es autoconocer nuestra imaginación.

Yaddir

Secretos de Estado

Un secretario es originalmente un confidente, un oído discreto a quien hacemos depositario de algún secreto. Es el que guarda los secretos1. Originalmente; pero eso no quiere decir que verdaderamente, en especial porque no parece haber ya quien use así la palabra. Como rara vez pierden por completo su humor las palabras envejecidas y algo de lo que fueron cuando jóvenes se mantiene allí para quien quiera escuchar, de todos modos importa que alguna vez se le haya tomado así. Podemos notar que ahora ese nombre es exclusivamente una cuestión de administración, especialmente en cargos públicos. «Secretaria» mantiene su importancia a lo largo de muchas ramas y negocios, pero «secretario» y «secretaría» difícilmente ocurren en otro contexto que el del funcionario. Cosa curiosa, pues me parece que lo más notorio que comparten el viejo y actual uso es que el de secretario es un cargo2 que se ostenta. Es decir, es un nombre de honor. Pensemos en lo mucho que estimamos la confianza de las personas que más respetamos y encontraremos la clave de esta curiosidad. La confianza que merece el secretario en una posición pública difícilmente deja de ostentarse en público; a cualquiera le alegra que alguien de importancia lo juzgue digno de fiar. Así vemos que se «ostenta el cargo» en ambos sentidos: como que se le ejerce institucionalmente y como que se presume a voces en la plaza como insignia de excelencia.

Cuando la confianza se presume suele ser porque se le toma por recompensa. El amante de honores no tardará mucho en aparecer como confiable cuanto pueda, como sea que se le ocurra, para que su recompensa sea mayor y pueda lucirse más. Podemos ver lo que pasa después: rápido entran en conflicto la necesidad de guardar el secreto y el impulso de hacer sabido a todos los vientos que uno es su guarda. Y el problema empeora: qué tipo de persona es la que cuenta los secretos influye en la clase de información que se valora, se oculta y se maneja. Es de mucha importancia para el Estado cuáles son las cosas que conciernen a sus secretarías. Por supuesto, en una vena más cándida puede decirse que no hay de qué preocuparse porque el secretario de una sección del Estado sabe los secretos que conciernen a su área con todos los detalles, guarda toda la información pertinente, la conoce a fondo, etcétera; pero no parece ser tan sencillo. Si el que regala el secreto, es decir, quien confiere el cargo de honor, no tiene por valiosa la vida pública, sus secretos pueden serle de hecho contrarios. El secreto puede ser violento, cruel, inhumano. Puede estarse ocultando el manejo de las instituciones fundadas con bandera pública para intereses privados, o lo que es peor, para destruir la posibilidad de los intereses públicos. Si se me permite jugar más con la palabra, secreto viene del verbo latín secerno que quiere decir separar, poner aparte, dividir3 y de allí que venga a usarse como lo que se deja tan sólo para unos pocos; en términos políticos tiene implicaciones sumamente interesantes, usada para apartar y esconder de la vista, por ejemplo el tesoro de la ciudad4, o para referir a quien se lleva a otra parte para decirle algo en privado, para decir que unos son excepcionales y tratados aparte de los otros, o para hablar de algo muy lejano, retirado, apartado, y por extensión escondido, misterioso, guardado fuera de la vista5. De este verbo nos vienen también nuestras palabras secta, segregar, secretar, secante, todas ellas formas de separación. Cuando el interés en el bien común no es potestad del estadista, el secretario es un agente de la segregación, sembrador de facciones e incitador de la discordia.

Importaría especialmente pensar en esto si se viviera en una nación en la que los ministros (o más bien funcionarios) no fueran sino administradores de instituciones fundadas en el comercio del poder, pues ésta es la forma tiránica del descuido de lo común. En tal lugar, al nivel jerárquico más alto una secretaría sólo diferiría de otra por las ganancias que produce para «los interesados». No habría en realidad un jefe a cargo que conozca los secretos más profundos de las instancias en las que trabaja para los gobernados. Podríamos tener así ‒recordemos que esto es pura especulación‒, un secretario de comunicaciones y transportes que nomás puede supervisar la mitad (si somos generosos con nuestra credulidad) de los caminos construidos en el país; un secretario de relaciones exteriores que antes en su vida nunca había desempeñado un cargo diplomático; un secretario de defensa que hace discursos evidenciando su sabida dedicación a una función que no le corresponde; en fin, imaginemos incluso un secretario de educación que ni pronuncia bien el español ni ‒y esto sería significativamente peor‒ le importa hacerlo, uno que si llama «astróloga» a una astrónoma se corrige después no porque conceda una importancia fundamental a la distinción entre ciencia y superchería, sino porque prefiere amainar las críticas, y en pocas palabras, un secretario de educación descuidado, cínico, insensible y maleducado6. Si es posible que las secretarías se «desempeñen» de estos modos es porque no se guarda el interés público y los secretos que tienen secretarios así son perniciosos para la política.

Por eso tales secretarios parecen pura pantalla: administran la sección que les corresponde despreocupados de las peculiaridades de sus cargos como si no fuera indispensable conocer el fondo de lo que dominan. Y en ello parecen haberse alejado incluso del amor a los honores que pone en conflicto el ostensible cargo y su indispensable reserva: todos ellos coinciden en su función de manejar todo como un conjunto de recursos conmensurables, intercambiables e indistintos entre sí. Por supuesto que esto es una imagen clara del mercado; más prueba aún de que vivimos como si todo fuera comerciable. No es esto ya amor al honor, es más como una preferencia perezosa por el honor más rentable. Gloria barata. Lambisconería eficiente. No es de extrañar tampoco la clase de gente que son: si la única cosa que puede hacer que una vaca sea comparable a los zapatos ‒hechos con piel de sus congéneres menos afortunadas‒ es el dinero, es éste también el que tales secretarios usan de vara para medir sus responsabilidades. La nación como negocio es la cancelación de la vida pública a favor de los secretos privados. El simulacro de sapiencia es el interés en saciar un siempre creciente deseo personal. Así pues, no es necesaria ninguna maestría, ninguna especial excelencia en el conocimiento. El secretario no es ya quien guarde y conozca los secretos de su ministerio. Lo único que le queda del que se ostenta como digno, es la ostentación; y ésta, la más barata que se pueda.


1Véase cómo usa Cervantes la palabra en Don Quijote, Primera parte, Capítulo XXXIV, cuando Camila le habla a Lotario del inconveniente de que su dama de compañía conozca el secreto del adulterio entre ambos: «lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reñir, que el ser ella secretario de nuestros tratos me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos».

2Dicho de paso, en la disciplina heráldica (que parece tener su propio dialecto del español), se dice que las imágenes representando una familia en el escudo de armas son «cargos» y de todas se piensa que dan honor. Un escudo se dice estar «cargado» de un sol o de una quimera, por ejemplo.

3Ovidio, Metamorfosis, libro 6, v. 55, usa secernit al hablar de la separación de las telas que se hace de la urdimbre con el telar. Es iluminadora la reflexión que se hace en la introducción al Político de Platón en la traducción de Eva Brann, Peter Kalkavage y Eric Salem: «el paradigma del tejido nos acerca al más impactante elemento del diálogo: la facción (en griego stasis). El verdadero estadista sabe cómo hacer Uno a partir de Muchos principalmente porque sabe cómo superar la facción, es decir, la oposición presente entre lados o partidos atrincherados y sin disposición de ceder».

4Así la usa Tito Livio, Historia de Roma, libro 7, 16, al decir que Marcio no separó nada de su botín para el tesoro sino que lo dejó a las manos de todos los que participaron en el saqueo de Priverno.

5Ovidio, Metamorfosis, libro 2, v. 556, hablando de un cofre cuyos secreta se desconocen y cuyo contenido está prohibido verse.

6Esta actitud hacia el error distingue a un buen educador de uno malo: si puede hacerse hábito de docilidad para el aprendizaje, el ejemplo de docilidad es indispensable en el maestro. Uno que no puede admitir con humildad una equivocación, o que no muestra interés por aprender, es un educador completamente inútil.

La Muerte Chiquita

Como dos tiernos conejos se internaron en el bosque, pícaros, coquetos. Jugando a seguir la llamada de la naturaleza se despojaron de sus ropas entre besos y matorrales. La espera de toda una vida por fin había llegado al punto en que se vería consumada, ella había aceptado contribuir en el juego de la pasión con su presencia; él, llevaba las sogas hechas de algodón que no cortaban la circulación, pero sí inmovilizaban lo suficiente como para tenerla por completo a su merced. Con su propia mano, ella abrochó el cinturón de cuero que aunado a una pelota roja, sofocaría sus gritos de placer. Los tiernos amarres que con amor hacía él, fueron trepando desde los tobillos hasta el blanco cuello de su compañera, quien gustosa se veía a sí misma agitada por el deseo y el viento frío del bosque. Los amarres quedaron firmes, justos, como si el mismísimo Dios los hubiera hecho, ese Dios que aprieta pero no ahorca.

Cualquiera que no hubiera visto cómo se entregaron esos amantes en la intimidad, hubiera creído que el delicado proceso de sometimiento voluntario fue mucho más excitante que el acto mismo del amor; pero no fue así. El orgasmo que nubló para siempre los ojos de él, fue el mejor de toda su mediocre vida. Ella no se quedó atrás, estaba tan encendida que tardó un par de horas en darse cuenta de que su amante no se había quedado dormido por el éxtasis, y que el rígido cuerpo junto a ella no volvería a moverse jamás. No había nada qué hacer con las manos sujetas a su espalda y los pies impedidos para caminar. Se quedó allí quietecita, como le había pedido él que estuviera. No se movió, ni siquiera para ver por última vez el rostro de su amado. Con lágrimas en los ojos, eventualmente cayó en cuenta de que el frío nocturno acabaría con su vida. De algún modo fue aceptando su destino conforme transcurría el tiempo allí sola tirada en un claro. La impresión que se llevó cuando por primera vez tuvo la certeza de que moriría allí sin remedio, no fue tan grande como cuando perdió sus ojos todavía estando viva; este suceso le horrorizó tanto que pasó las horas antes de morir, repitiendo una y otra vez (sin que nadie más que Dios la escuchara) el modo en el que sucedió: “El pico se abrió más y más, la cabeza del gorrión se acercó a mí y el resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió”.

Sonando un ruido

Sonando un ruido

 

Hace dos semanas presenté aquí una colección de versiones sobre el haiku más famoso. Invité a que se intentaran más versiones. Cantumimbra presentó la suya. Me interesa ver si el haiku puede llevarse a otras formas. Intenté ripiosamente que la rana saltara en un soneto de arte menor. ¿Habrá sonado el ruido?

 

Límpido lago lacio

de sereno reflejo:

es del día espejo,

de la noche palacio.

 

Calmo lago añejo,

del silencio prefacio

y del alma tridacio;

en la calma consejo.

 

¡Raudo ruido la rana!

Es súbito cadejo.

Chabisque que allana

 

por chucano batracio.

Chasca, rana truhana,

en el charco pancracio.

 

Sigue la invitación abierta, lector, para que hagas sonar el ruido y pruebes llevar el haiku más famoso a otras formas. Quizá descubramos algo.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Hoy se cumplen 35 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los funcionarios de la PGR se habían comprometido a presentar los resultados de la investigación en agosto… les queda una semana. Los padres de los desaparecidos, por su parte, advirtieron que de no recibir información importante en agosto, incrementarán el número y la intensidad de sus protestas antes del tercer aniversario anual. 2. El 1 de octubre de 2016 señalé a Juan Dabdoub como líder del Frente Nacional por la Familia. Y afirmé hace dos semanas que para la gente del Frente, además de la imposible candidatura de José Luis Luege en el PAN, era buena noticia la posible candidatura de Ricardo Monreal en Morena. Ayer, Juan Dabdoud manifestó en Twitter: «Haremos todo por evitar que Claudia Sheinbaum llegue a la Jefatura de la CDMX, el gobierno de la ciudad no puede caer en manos sionistas», «La elección de Claudia Sheinbaum nos confirma que Morena es un partido al servicio del judeo-comunismo. Nada nuevo bajo el sol» y «Acabo de hablar con el Licenciado Ricardo Monreal, lo invité a impugnar la encuesta de su partido. Es de los pocos hombres buenos de Morena». ¿No que no? Lo dicho, el gobierno de Ricardo Monreal sería muy buena noticia para el Frente Nacional por la Familia. 3. «¿Vale la pena arriesgar la vida por un reportaje así?», le preguntaron al reportero. «Es por comodidad, por vivir con la tranquilidad de no cerrar los ojos, los oídos, ni la boca ante la brutalidad, la estupidez y la cobardía», respondió el periodista Humberto Padgett, autor de Los muchachos perdidos [Debate, 2012] un impresionante panorama de las vidas e historias del tribunal para menores, quien fue golpeado y amenazado en la Ciudad Universitaria de la UNAM por los narcomenudistas que ahí operan. Curioso: censura, amenaza y narcotráfico, pero no se ve a la izquierda universitaria protestando, o los progres unamitas en una campaña para acabar con la venta y el consumo de drogas en sus instalaciones. El país será un socavón, pero nunca el Paraíso del Pedregal. Hipocresía universitaria. 4. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) ha publicado un estudio sobre las carreras profesionales más rentables en México. Los tres primeros lugares (sentido descendente) son: ingeniería química, estadística y finanzas-banca-seguros. Y creo que tiene toda la razón. En un país en que el narco está pasando del cultivo al procesamiento es alta la rentabilidad de la ingeniería química. En un país en que la administración pública ha asumido que nada puede resolverse, pero de todo pueden ofrecerse cifras, debe ser alta la rentabilidad de la estadística. Y, aufhebungen!, el narco necesita lavar dinero para que las estadísticas ofrezcan mejor rostro, ¿no? Los especialistas en finanzas, banca y seguros tienen alta rentabilidad. ¿Habrá algún estudio que nos informe sobre nuestra competitividad narca? 5. «Lo bueno cuenta y queremos que siga contando» dice la frase promocional del quinto informe de gobierno del Lic. Enrique Peña Nieto. En la semana, se dieron a conocer los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública: en todos los estados de la república han repuntado los índices de homicidios. Seguimos contando, Señor Presidente.

Coletilla. “Mantenía en su casa un orden tan estricto que resultaba de una violencia inaguantable”. Ignacio Solares

 

Lo esencial y lo histórico

Lo esencial y lo histórico

El uso común de la palabra historia está siempre ligado al pasado, al tiempo ido. Incluso la narración simple de los hechos sin aparente importancia es un ejercicio mnémico; contar historias, sean ficticias, sean relatos testimoniales, es referir a lo ocurrido. Nuestros padres tienen mil historias, y podrían referirlas todas en lo que nos empeñamos en llamar la historia de una vida. Esto no diluye la frontera entre el término acuñado al conocimiento documentado del pasado y los relatos personales ni esclarece más allá de lo obvio el significado profundo de lo histórico. En este terreno de lo obvio ¿a qué nos referimos con lo histórico, y qué diferencia tiene con la concepción de lo pasado? No se puede responder con honda claridad desde ese terreno, porque saber de nuestro pasado, del pasado de personas queridas o cercanas es apenas una dimensión básica del conocimiento pretérito. Los recuerdos traídos por la palabra nos permiten notar que es ella la que alumbra la conexión entre lo presente y lo pasado: la diferencia entre nuestras vidas y la de nuestros es posible por un puente en donde cortamos la maleza o nos tropezamos mientras vamos y venimos, mientras entendemos a pesar de la distancia, porque sabemos de las posibilidades presentes. Las diferencias económicas, por ejemplo, parecen sorprendentes y maravillosas sin saber de administración: basta con saber el valor de ciertas cosas. Esa dimensión mínima de lo histórico muestra que, si bien no conocemos la sucesión de los hechos pasados, podemos arrojar luz sobre lo presente de algún modo navegando en la memoria, sin que eso agote el entendimiento que se puede tener del mundo.

La sabiduría para lo política no se explica suficientemente con el conocimiento histórico. Entender el funcionamiento del sistema político mexicano a través de su larga existencia no es suficiente para ser prudente. No hacen falta pruebas. Sin embargo, es cierto también que la prudencia se vería limitada si no entendiera dicho sistema, viendo su rostro de adefesio y de organización empresarial, lo cual puede percibirse en el presente. Se presenta una oscuridad, pues parece que hay algo que orienta radicalmente al pensamiento a afirmar que el hombre, en tanto ser que realiza acciones, es un ser hecho para historia, y que la comprensión de la multiplicidad de su naturaleza práctica debe producir la renuncia a la univocidad de la verdad. Más complicado se vuelve negar esto cuando postulamos la evidencia de que la esencia de dicho carácter múltiple de lo práctica radica en la libertad humana. Pero esa afirmación es tremendamente oscura, porque no es evidente en primer lugar que la libertad sea la capacidad para ser imprevisibles u originales en todo momento. Si uno quisiera cuestionarse radicalmente sobre su propia naturaleza, podría llegar a sostener que la libertad es algo que explica sólo a medias el carácter de lo práctico: la ignorancia política es prueba de ello. Sobre todo, no esclarecer el significado de la libertad es renunciar a la sabiduría sobre el presente. Si el hombre es un ser histórico, ¿se debe a que cambia o a que permanece humano en cada distinción, en cada producto de su pensamiento, en cada progreso técnico y en cada obra de arte? Las obras literarias, por ejemplo, brindan un conocimiento histórico que no necesariamente es esquematismo sociológico: el fundamento de la relación entre poesía y lector radica en que éste pueda saber algo sobre su propia humanidad significa gracias a su posición en el tiempo, que se esclarece en hombres imaginados en un pasado, en otra circunstancia, pero con problemas semejantes, universales.

El ser histórico del hombre no le impide la autognosis. Sólo si pensáramos que el hombre se conoce y se vuelve consciente de sí mismo a través de la historia, teatro en el que las pasiones de otros hombres forman el mecanismo de lo ajeno a lo que se pertenece, la autognosis sería irrelevante. Por eso es muy seductora la idea de la dialéctica en la historia. Por eso es también preocupante y digna de meditación la posibilidad de que la historia no sea racional en lo más mínimo, porque nos reta a pensar si por racionalidad entendemos que los hechos históricos tienen un sentido definitivo. ¿Qué es, entonces la historia del ser que lleva en su definición la razón?  Conocer los problemas de nuestros tiempos, sin embargo, sólo es posible auténticamente si podemos comprender lo mejor. Parece que el defecto principal de los hombres de estado consiste ahora en que niegan que ese conocimiento sea posible o incluso deseable: lo mejor es apenas una idea, y las ideas son, para ellos, producto de la imaginación. Si nos perdemos en el mar de la historia sin hacerle las preguntas que requerimos, no la volvemos presente y fallamos en la intención de que ella permanezca en la palabra. Lo histórico no nos explica la naturaleza entera del hombre, porque la sabiduría en la variabilidad de la práctica consiste en la virtud, que tiene ejemplos históricos, pero que ellos no por ser históricos nos hacen virtuosos. No sé si la confrontación aristotélica entre poesía e historia como modos del lógos se haga tomando en cuenta los efectos de la una o de la otra en el hombre. Parece más bien que la palabra de una, a través de la complejidad de lo mimético, da en el acto mejor muestra de lo que el hombre es. La particularidad de la historia la limita a ser fiel. La universalidad de la poesía no la convierte en producción arbitraria, porque entonces dejaría de ser arte. Los remedos se distinguen de las buenas imitaciones.

 

 

Tacitus