— ¿Qué más da si me llevo a este pobre niño? — Se dijo el soldado desobedeciendo la orden directa de su superior. Todo el escuadrón debía entrar, arrasar la aldea y salir de allí en el menor tiempo posible. No había tiempo para detenerse a salvar a las víctimas del ataque, ni siquiera para llevar a cuestas a los compañeros heridos o mutilados. Órdenes son órdenes, le quedó muy claro cuando el enemigo descubrió a su batallón en mitad de la selva gracias al niño llorón que aquél soldado de buen corazón llevaba cargando a cuestas desde hacía ya más de cinco horas.