En días recientes ha circulado en redes sociales un cartón que intenta mostrar la aparente paradoja de la tolerancia. Si bien la intención del cartonista es presentar las consecuencias de ser tolerantes con las ideas sobre la pureza racial, la idea parte de una falsa paradoja así como la reflexión que la propicia, no ser tolerantes con la intolerancia, es parcial. Evidentemente no quiero decir que las ideas de la pureza racial deban tolerarse, por el contrario, estoy en total desacuerdo con ellas, pero no porque sean intolerantes, sino porque son injustas, perversas y parten de un falso supuesto. Precisamente porque son injustas y propician la injusticia, la tolerancia es insuficiente para juzgarlas. La tolerancia no puede juzgar.
La contradicción de la tolerancia nace cuando la misma tolerancia no resulta suficiente para propiciar la armonía entre los ciudadanos, es decir, cuando resulta insuficiente como argumento. Para que la tolerancia deba aplicarse se debe aceptar que todos los ciudadanos son individuos y que tienen muchas diferencias irreconciliables, las cuales deben soportar, tolerar. Una versión más suave de la idea anterior es que la tolerancia consiste en aceptar las diferencias de los demás y aprender a vivir con ellas, lo cual supone que los ciudadanos están más dispuestos al abrazo que al trancazo. En ambos casos, la tolerancia no propicia la felicidad, quizá ni siquiera una convivencia decente. Quizá sea mejor preguntar ¿la tolerancia se promueve para que los ciudadanos sean felices o para la conservación más o menos en paz del régimen y de los regímenes circundantes? Visto así, sus funciones serían limitadas. Pero si la tolerancia es insuficiente para promover una convivencia que propicie la felicidad, ¿cómo se justifica el que no debamos atacarnos unos a otros como animales salvajes? Parece que lo mejor es pensar si nuestras acciones, gustos y aficiones son buenas. Pensar en la superioridad racial es malo no sólo porque propicia la injusticia y justifica el asesinar a las personas de otro color, sino también porque se cree que lo bueno es el color y no los talentos de las personas, sus actos justos o su inteligencia; un régimen con personas justas es mejor que uno con personas blancas. En última instancia podríamos pensar que todas las personas podemos tender al bien y en esa medida tenemos algo en común por lo cual vivir unos con otros. En este punto no debe confundirse lo bueno con lo que nos gusta, puesto que así volvemos al asunto de las razas y la falsa diferencia de unas con otras. Lo bueno es lo mejor y lo mejor es pensar constantemente, en cada acción, cómo podemos vivir bien.
Yaddir