¿Qué tanto el narcotráfico ha cambiado nuestras vidas? La pregunta, dado que no la miramos a distancia, se vuelve más complicada de responder, pues el narcotráfico sigue cambiando nuestras vidas. Pero desde que el narcotráfico se volvió más violento, hacia finales del siglo pasado, hasta el presente podemos establecer ciertos cambios. Principalmente la indiferencia hacia la violencia o su contrario, el terrible miedo hacia ella, sea el cambio más radical que hemos padecido. Es sorprendente que veamos caer vidas humanas cual si fueran hojas y caminar por donde cayeron con plácida calma; por otro lado ya no podemos vivir en paz, temiendo en todo momento una ráfaga cargada de odio que cunda en sufrimiento. El sufrimiento se enrarece en un ambiente de sufrimiento. Una tercera vía se asoma y se apaga: las autodefensas. Se asoma porque surge como una opción contra la violencia, pero se apaga cuando el narcotráfico las devora: las vuelve parte de sí o las aniquila. ¿Son posibles las autodefensas en las ciudades más modernas? La vida mirada con indiferencia, insensibilidad, miedo o defensa, cambia nuestros hábitos.
La política evidentemente cambia con el narcotráfico. El problema de la justicia se vuelve más complejo. El problema se bifurca y se entreteje en otros dos problemas: la corrupción y la violencia. La corrupción dificulta que los gobernadores tengan el control de sus estados, pues el dinero parece mandarlos o mandar a sus colaboradores cercanos. Ahí entra el otro problema, que en términos clásicos se conoce como el derecho del más fuerte. El más fuerte es quien decide qué es lo justo y qué lo injusto. Como una oscura cadena alimenticia, el más fuerte se va comiendo al más débil, y quien antes era el más fuerte, y le va imponiendo sus reglas. Se sabe que un violento narcotraficante le dijo a un alcalde: “la noche es nuestra”. Del mismo modo, se pueden corromper las fuerzas de seguridad (la fuerza del estado); ya no protegen, solapan. Cuando la fuerza del crimen organizado se compara con la del estado, algunos ven la corrupción como un modo de mediar o lograr acuerdos, un modo de aceptar el mal menor. Es un modo de entender la máxima de Pablo Escobar: “plata o plomo”.
Todos conocemos a alguien atrapado en el problema de las drogas o hemos conocido a alguien, si quiera lejanamente, que perdió un ser querido. Muchos hemos visto series o leído libros donde se muestren figuras representativas del narcotráfico. También hemos escuchado los más de mil corridos sobre algún narcotraficante famoso. La fama de Joaquín Guzmán Loera compite con la de políticos en activo de alto nivel, a veces la supera. Hay una especie de fascinación por una vida llena de suerte, peligro, dinero, poder, muerte y placeres. ¿Será que deseamos la misma suerte que eleva de la pobreza a la riqueza a una persona sin considerar su ruindad? O ¿deseamos los placeres que alcanza una persona semejante sin importar el terrible precio que haya que pagar para satisfacerlos?, ¿la imaginación nos jugará una mala pasada y a muchos apetece el poder del más encumbrado narcotraficante porque creen que alguien así todo, casi ilimitadamente, lo puede? Que un bandido ocupe más las series que un líder político parece preocupante, pero que para algunos sea más inspirador el primero que el segundo es verdaderamente alarmante. Nuestra vida cambia por el modo en el que vamos viendo y entendiendo el narcotráfico en nuestras distintas circunstancias. No podemos hacer como si no estuviera. La mejor manera de evitarlo es actuar justamente. En caso contrario “Somos homicidas de nuestro propio futuro”.
Yaddir