Leía la otra vez una nota (que se hacía pasar por artículo de divulgación científica) cuya intención era demostrar que las personas más inteligentes tenían mayor miedo a fracasar. Como muchos escritos semejantes, lo central del asunto se iba en explicar los procesos cerebrales, no en por qué fracasan más. La reflexión tampoco consistía en qué sea la inteligencia, si en la velocidad para relacionar una cosa con otra, en entender cuestiones complejas que requieren una larga cadena de asuntos (ninguno igual al otro, pero relacionados entre sí), ni en el papel que juega la imaginación en ello. ¿Se pueden denominar tres clases de inteligencias diversas? Es decir, ¿podemos decir que existe la inteligencia que relaciona rápido una cosa con otra, la que no sólo las relaciona, sino que se percata de sus distinciones e igualdades en una totalidad y la que permite proyectar?
La imaginación tiene la inigualable característica de desviar nuestros pensamientos y, a veces, casi controlarnos. Cuenta un autor del pasado que él se enfermaba cuando veía a gente enferma y la gente enferma podía recuperarse al ver su perfecta salud durante su juventud. Dejando de lado la posibilidad o imposibilidad de su relato, nos señala que la imaginación tiene una fuerza que afecta en lo que queremos, en lo que no queremos y que no le importan las divisiones alma cuerpo, pues la imaginación misma las diluye. Me imagino que el acto de imaginar en su ejemplo sería como si la imaginación se escapase a todo juicio y a toda pasión, para tomar ella la decisión de enfermar o curar. Suena demasiado extraña su función, casi como si fuera un ninja que controlara a la inteligencia y a las pasiones. Tal vez la imaginación lleve de golpe a una idea: el enfermo piensa “yo puedo verme así; me he visto así” y la alegría que le produce el juicio ayuda a que se cure; el joven dice “en algún momento me veré así; inevitablemente he de enfermar” y esa triste idea lo enferma. Suena muy imaginativo todo esto; quizá aquel cuentista que nos echa un mito sobre la imaginación nos quiere decir otra cosa.
Imaginemos qué podemos hacer; imaginemos las diversas maneras en las que nuestros proyectos, aquellos planes que deseamos concretizar, pueden fracasar. ¿Hay más maneras en las cuales se puede fracasar que en las cuales se puede realizar algo óptimamente? Cuando imaginamos eso, nuestras pasiones se ven contrapuestas, alegría, miedo, nuestras ideas (haré esto de tal modo y tal otro; evitaré aquello, pero sin dejar de considerar esto otro; puedo fracasar si hago eso) influyen junto con ello y las imágenes que nos ayudan a proyectar las ideas nos presentan una perspectiva completa de nuestro plan. Podríamos imaginar que la imaginación está relacionada con la inteligencia y con la pasión en algo semejante, aunque no tan estable, como un triángulo. Entonces las personas más inseguras no necesariamente son las más inteligentes, sino las que imaginan más su fracaso. Pero no pueden imaginarlo sin un contexto específico, es decir, sin que sus recuerdos se entrometan. La imaginación funciona junto con las pasiones, la intelección y los recuerdos.
La reina de las posibilidades, la loca de la casa, la instigadora por excelencia, pero también la mejor ayuda para realizar planes, la impulsora del arte, y quien nos ayuda a tomar las mejores decisiones, la imaginación, es central en nuestra vida. No sólo se le debe denostar. Dada su astucia, si no somos suficientemente inteligentes para controlarla, ponerle un alto y hacerla trabajar en nuestro bien, no hemos de echarle la culpa de todos nuestros males. Autoconocernos es autoconocer nuestra imaginación.
Yaddir