Confesión sobre el cinismo
He de confesar que la primer reacción que tuve al enterarme de la noticia fue un deseo de reír. Comencé a decir que la mala organización entre los sindicatos es lo que había ocasionado tan penoso asunto, que la administración a cargo de otorgar las plazas era un verdadero desastre, y que lejos de tener alma de economistas eran sólo unos ladrones. Después, al ir soslayando los velos de mi risa, descubrí que un temor empático me sacudía impidiendo que la carcajada fluyera limpia. Me dio miedo y con la risa cubría o hacía más ligera la situación. También tuve coraje por la broma tan cruel que estaba escuchando: dos grupos de asaltantes se encuentran en el mismo autobús y pelean a muerte y con muerte en medio de los ya petrificados pasajeros. Dos leones peleando por una gacela que aún respira. La risa del inicio amargó toda mi noche, pues descubrí que era cinismo puro.
Si el hombre no siente culpa, sólo le queda el mal. Este cinismo que ya no habla de buenos modales ni siquiera en presencia de las posibles víctimas, al menos para bajarles la guardia. Este cinismo que no cubre ni descubre alguna verdad del hombre, sino que más bien descarna toda humanidad. Este cinismo que nos deja heridos de muerte, temblando de miedo y de rabia, pero con espasmos de risa nerviosa. Pero también pensé que si nos duele el cinismo y nos lastima la deshumanización es porque extrañamos nuestra verdad, nuestro amor, nuestra paz. Por esto creo que hoy más que nunca se hace necesario el reportaje, el periodismo, para que nos defendamos de las dentelladas secas del cínico y reconozcamos que al final de la risa nerviosa aún hay fe, también creo que la conciencia –afortunadamente- nunca nos dejará solos.
Javel