Trémulo refugio

Trémulo refugio

 

Tomo el clásico poema “El refugio” de Solomon Ibn Gabirol [1022-1058 (según la Britannica)] para revisitarlo con una forma que no se atrevió a ser soneto pleno. Mi versión se basa en la depurada edición hebrea del doctor Davidson.

 

Te he hecho mi abrigo,

mi temor y mi temblor.

Llegaste a ser mi torre,

sitiado en derredor.

 

Cuando la ayuda persigo

a babor o a estribor,

queriendo salvar mi vida,

basta sólo con tu dón.

 

Tú has sido mi ración

entre el terreno placer;

de tristes días el sol.

 

El diluvio de Tu amor:

rapto eterno del ser.

¡Alabanza tu oración!

 

 

Escenas del terruño. Tuvimos una semana rousseauniana que encantó y embelesó a muchos revolucionarios. Bajo el signo de la emergencia brotó la voluntad general. En Veracruz, Puebla, Morelos, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, la Ciudad de México y la Ciudad Universitaria de la UNAM (un Estado dentro del Estado), la voluntad general decretó la suspensión de la legitimidad de los funcionarios y tomó en sus propias manos la distribución de la “ayuda”. En regiones de siete estados de la república la voluntad general asumió “soberanamente” la función gubernamental desplazando violentamente a los funcionarios. En regiones de cuatro estados la voluntad general enfrentó “soberanamente” al ejército. En una más, se enfrentaron el ejército y la policía federal. No hubo argumento alguno a favor del poder legítimamente constituido ni en contra de la irrupción voluntarista. No hubo defensa de la ley. Pregunta para los embelesados y encantados por la súbita aparición de la voluntad general: ¿no es el camino idóneo para que en más de una región el narco tome definitivamente las funciones del Estado?

 

Coletilla. Bellísimo poema de Fabio Morábito en Letras Libres de septiembre.

Minuta del polvo

Minuta del polvo

Para los muertos

Para los vivos, porque algo queda

 

 

Vibra un clamor en el grito del aire,

fiero beso de migraña sellado

en un soplo tibio, en un pulso helado;

la voz recrea una oquedad inane

y el polvo encarna con la sangre

haciendo llaga un puño débil,

seguro en su incierta desnudez.

El espacio no amamanta heridas,

sólo abrojos de engañosa tez

que tornamos luces habitables.

Queda la carne, el rumor estéril

de una esperanza hija de la noche,

nictálope en su calor forzado,

ciega aún ante el parto temporal

de su futuro, gesto del presente.

Dentelladas pide el muerto suelo,

que la sepultura es vieja madre;

hallarás entre tu tierno duelo

el agua de tu manida orfandad,

simulando tu reflejo, tu bondad.

Cruzarás la piel inerte de una tumba:

sentirás tu rostro al paso de tu mano.

 

Tacitus

Nos queda México

Nos queda México

Sí. Sí molesta. Es una canallada. En la catástrofe, no sólo el pillaje, sino la burla. Pero ahora más que nunca las acciones de Graco Ramírez nos dejan ver qué entienden nuestros políticos por política: hay que comprar la pobreza, mantenerla, los clientes están ahí. Con el derrumbe de la capital, también terminó de desmoronarse la máscara del político guapo, del político tierno. La corrupción nos derruyó. El cinismo nos hiere más que la imagen de la gran ciudad en ruinas, porque ése nos impide sardónicamente recomenzar. Afortunadamente nos queda el presente.

No. La pobreza, lo mismo que la catástrofe sísmica, no es negocio. Esto lo entienden muy bien los hombres, jóvenes y mujeres que desconfiando abiertamente del sistema administrativo, tomaron la ciudad en sus manos. La pobreza, lo mismo que la catástrofe, son oportunidades de recrear el ejercicio de la comunidad, tanto como el de la justicia. Es la oportunidad de ir deshaciendo todo rastro de inhumanidad, ahora que el gran movimiento nos sacudió pétreos rencores, miedos, desconfianzas. Estos hombres y mujeres que aparecieron en estos días de gran vulnerabilidad a sostener con sus manos la ciudad, han dejado ya en nuestras memorias gestos que indudablemente moverán a nuestros ánimos en futuras ocasiones –y ojalá en la cotidianeidad– a actuar mejor, con la calidez de saber que es por el otro. La vida –ahora sabemos en México– es la oportunidad de ayudarnos.

Pero así como vemos que estos momentos despiertan el ánimo fraterno, y que las acciones bondadosas de esos héroes nos educan, así mismo pasa con la cara de la impúdica corrupción. Casos hay ya varios entre los particulares, como quienes robaron las tarjetas de ahorro de una joven fallecida en los escombros para comprar ropa en tiendas de marca, o como los jóvenes que secuestran pipas en Iztapalapa o en Nezahualcóyotl. El buen ejemplo siempre tendrá en frente la tentación de la villanía. Por eso hay que poner atención a estos jóvenes que han dado un paso diferente en pos de México, pues catastrófico sería que se envilecieran en el modelo vetusto de la corrupción, si detectamos esto, habrá que ayudarlos, como ellos lo han hecho hoy con nosotros.

Si los políticos quieren hacer negocio de la crueldad, del cinismo y de la corrupción, nosotros hay que hacer monopolio de la bondad, de la justicia y de la responsabilidad cívica, aunque nos quedemos fuera del sistema político que ellos representan… aunque fundemos un mejor México.

Javel

Para seguir gastando: Ahora que sabemos la eficacia de los perros para rastrear a personas desaparecidas, y de toda la tecnología que tenemos en nuestras manos para detectar vida o cuerpos, así como celulares ya estén prendidos o no. ¿No podríamos implementar todo esto en el cateo de casas de seguridad, en los casos de secuestro y trata?

Esperanza en la tristeza

La cueva de mi tristeza sólo se ilumina con la luz de la esperanza, la cual viene sólo de tu  infiniamor. Tú Dios mío entiendes bien mis dolores, mis soledades y sinsabores, te hiciste hombre por misericordia y me das gracia a pesar de mis pecados.

 

Entiendes mi desesperanza ante la desaparición de mis hijos, perdonas que no entienda muchos de tus designios. Limpias mis lágrimas cada vez que me derrumbo y con tu infinita paciencia me sostienes en el mundo.

 

Estoy triste, porque tristes son estos tiempos, a veces pareciera que no hay nadie en quien confiar o con quien buscar consuelo. Nos inunda el llanto, temblamos todos de miedo y la esperanza se pierde entre selfies y denuedos, aunque la tristeza nos guía a llevar la vista al suelo, tú amor nos invita a dirigirla siempre al cielo.

 

Maigo.

Temblores espirituales

El cuento El terremoto de Chile, de Heinrich von Kleist, destaca la irracionalidad que puede ocasionar un magno y destructivo evento. Los terremotos no tienen una causa clara; para la gente en la que se ubica el cuento, el año 1647, la única causa posible es la ira de Dios (tal vez el fin de los tiempos, un aviso o algo que escapa a nuestra comprensión). Nosotros, mal acostumbrados a buscar causas precisas para cualquier acontecimiento, nos parecería irracional ver la causa en la inescrutable ira de Dios, pero no podemos dar una razón que nos satisfaga, pues queremos saber exactamente por qué tiembla en determinado lugar, determinado día y a determinada hora, pues la retórica de la ciencia nos ha hecho creer en una sublime capacidad de predicción que han alcanzado los científicos. El cuento se centra en la historia de Doña Josefa, una bella y noble joven, y Jerónimo, un preceptor que se enamora de ésta; dado que el padre de la dama es un señor que, al parecer, no quiere ver manchada su reputación corre al pretor y ordena que su hija se vuelva monja. Pero ella y él tienen contacto carnal en pleno convento. Él va a la cárcel. Ella será quemada en la hoguera, aunque antes le quitan al hijo que tuvo con él. El día en el que se iba a ejecutar la sentencia, la tierra se sacude.

La desesperación cunde a la misma velocidad con la que caen las construcciones. Jerónimo escapa y busca todo el día a su amada Josefa; ella hace lo mismo, aunque logra encontrar y salvar a su hijo; al fin se encuentran. Son felices porque creen que el temblor ha destruido el odio que la sociedad tenía hacia ellos; son felices porque ya no son los chivos expiatorios de los pecados de Santiago. Pero la felicidad termina cuando después de un sermón dado por un Dominico, quien condena el pecado cometido por los amantes, así como señala en ello la causa del terremoto, son vilipendiados y vapuleados nuevamente por la comunidad. Ambos son asesinados por la confundida e iracunda turba. El tumulto se controla cuando un hombre estrella en la pared del convento dominico a un hijo que pensaban era el de ellos. Lo que parecía ser la construcción de una nueva sociedad, de una nueva manera de pensar la relación con los demás, regresa a la manera incorrecta de pensar la religión, a los vicios y pecados de siempre. Se encuentra una causa donde no hay causa; un pecado no puede significar la destrucción de una sociedad, pues en caso contrario el mundo estaría destruido; tampoco un pecado cura otro pecado, el asesinato de tres personas no borra el pecado de dos personas a quienes ni siquiera se les da la oportunidad de arrepentirse. Ante lo que no podemos comprender, no conviene actuar de manera absurda, pues resulta riesgoso.

Yaddir

Los herederos de la Guerra de las Coreas

Hace tiempo reflexionaba yo en este blog después de la dureza de las declaraciones hechas por el heredero del supremo liderazgo de Norcorea. En ese entonces no tenía ni dos años de haber recibido el máximo poder en su nación tras la muerte de su padre. Declaró el irritable joven, pues, que lo que había entre las Coreas no debía malentenderse: era una guerra, quizá con ceses acordados al fuego, pero una guerra al fin. Abundantemente se dijo que eran palabras vacías de un aprendiz que estaba desesperado por plantarse con fuerza en el lugar de poderío en que lo había dejado su antecesor: espectáculo para su propio pueblo por un lado y por el otro continuación de una larga y documentada estrategia de verborrea belicosa que no tenía otro objetivo que llamar la atención internacional para que a nadie se le ocurriera meterse con su soberanía. De entonces para acá hemos sido testigos de géiseres de demostraciones de fortaleza que salpican con discursos de aborrecimiento a otras formas de gobierno en todo el mundo. Y no me refiero únicamente a los que pronuncia el partido que domina esta república asiática, sino también a sus sureños vecinos, a los Estados Unidos de América, a China, Japón, Alemania, Rusia, etcétera. Debe vérsele así aunque ennerve nuestras sensibilidades cosmopolitas pues ambos son aborrecimiento: denunciar a la occidental como una cultura mediocre, superficial y decadente que produce hombres detestables, no muy lejanos de los demonios; así como también delatar los horrores de la vida bajo el miedo al impredecible tirano y su ilimitada brutalidad. Es decir, es hipocresía presumir que se respeta toda soberanía mientras se piense que alguna de estas –o ambas– observaciones está bien hecha. En ese entonces, pues, decía yo que valía la pena observar con atención qué tipos de personas estaban involucradas en esta discusión sobre los mejores modos de vida, no fuéramos a olvidar que una guerra tiene causas tan obscuras que podríamos obviar las más humanas: las pasiones y el carácter de quienes toman decisiones con miras (fingidas o sentidas) al bien común.

Lejos de eso, nos hemos habituado a escuchar los discursos que explican la tensión regional entre Norcorea y sus vecinos, y los aliados de ambos, como una especie de negociación descarriada en que se dan o se quitan beneficios económicos y candados mercantiles. Se ha asumido que todos los involucrados tienen mentes frías que calculan las ventajas de sus tácticas mediáticas e invierten recursos en sus propias campañas de acuerdo a intereses racionalmente concebidos. En otras palabras, se ha aludido a que todas las partes tienen «sentido común», aunque tal comunidad se disuelva apenas se encuentren unos con otros. La interpretación de la situación regional en estos términos no ha tenido otra consecuencia que el robustecimiento de la desconfianza del régimen peninsular, seguida de sanciones severas de comercio contra él, produciendo más de lo primero y extremando cada vez más las condiciones en las que se sigue cavando la espiral. Y es que las sanciones antes de provocar escarmiento parecen confirmar las advertencias que el supremo líder les hace a sus súbditos-ciudadanos de que una alianza occidental pretende desnudarlos de todos sus privilegios como nación independiente. Ellos claman que les quieren quitar su derecho a defenderse y a mantener su territorio, que los quieren obligar a jurarle lealtad al enemigo y rendirle tributo, mientras que los contrarios arguyen contra la amenaza mundial que significa que Norcorea tenga armas de inimaginable poder destructivo que había prometido no desarrollar. Todo esto, insistía hace cuatro años y lo vuelvo a hacer, puede hacernos olvidar que en el corazón de sucesos tan escandalosos como éstos, hay personas motivadas por un sinnúmero de cosas, probablemente inasequibles para el esquema abstracto de los movimientos económicos mundiales y las grandemente razonables sanciones. Y ahora, empezando este año, además del heredero de un líder totalitario, ha caído en el lugar de darle dirección al conflicto el heredero de un magnate capitalista. Se decía del líder supremo que no teníamos nada que temer porque «era un joven educado, que había asistido a las mejores escuelas europeas» y «por tanto» sabía que no había buenos motivos para arriesgar en serio su forma de vida por un desafío a sus detractores. Si bien un currículo académico no garantiza ninguna fortaleza de carácter ni mucho menos algún atisbo de prudencia o cuando menos autocontrol, ¿cuál es el consuelo imaginario para el maleducado buscarreflectores de Nueva York? Éste no tardó en marcar con su personalidad el rumbo del conflicto. Gracias a las imágenes que eligió este viejo ególatra para hablar del desacuerdo entre los regímenes, escuchamos ahora con frecuencia sobre mares de fuego e incendios de ingente destrucción.

Los dos herederos intercambian menciones de los horrores de violencia cavernaria en un diálogo proporcionalmente áspero. Por supuesto, en este conflicto han ocurrido muchos otros cambios con respecto a hace cuatro años. La profundiad del problema a estas alturas es inexpresable para alguien como yo. Las almas de las personas de más influencia en China y Rusia, por ejemplo, o la llegada del nuevo primer ministro surcoreano con todo y su fracasado plan de destensar el conflicto negociando, las más recientes elecciones alemanas, o la creciente comodidad con la idea de que reaparezca el ejército japonés; son todos aspectos que acercan un poco a comprender un panorama de lo más volátil y movedizo. Es de todas maneras evidente el extraordinario peso que tendrán en los días por venir los discursos y acciones de los dos herederos. No perdamos de vista que ninguno de ellos parece poder comprender soberanía sin soberbia. No han dado razones para pensar que no identificarían una agresión personal con una violación de las naciones que creen sometidas bajo su poder. Ambos se han mostrado orgullosos a un grado extraordinario, aunque de diferentes modos: el heredero de magnate es incapaz de someterse al escrutinio público sin que su fragilidad emocional se descubra, mientras que el heredero de totalitario recurre constantemente a castigos ejemplares sin la mínima clemencia para tratar de mantener intacta la alabanza a su figura simbólica. Ambos coinciden en su necesidad urgente de ser vitoreados y apreciados con pompa, mencionados entre sonrisa y aplauso, halagados hasta el empalagamiento. Son amantes fervorosos de la idolatría. Ahora, mientras que el ramplón de Nueva York siempre se ha expresado teniéndose por centro del mundo, el erudito de Pionyang apenas hace unos días estrenó un discurso exaltado y mordaz en primera persona. Esto debería alertarnos a la posibilidad de un cambio radical en las relaciones entre estos herederos de la Guerra de las Coreas. Puede ser que las cosas continúen, como mucho se dice, entre dimes y diretes, sanciones, amenazas, ejercicios armamentistas que no son más que fintas, asfixia de mercados e intercambios; pero debe cuidarse uno de querer medir con la frialdad del cálculo lo que se enraiza en el amor. Hace un mes seguían expresándose como cabecillas incautos e inestables de naciones gigantescas; hace unos días, empezaron a expresarse como naciones ofendidas. Y tanto alguien ramplón cuanto un erudito pueden figurarse lo peligroso de un tirano ofendido; a menos, quizá, que esté muy indignado él mismo.

Descaro

Cuentan que si vienes del bosque tomando la calzada del rey en una noche de luna llena, se te pueden aparecer dos lobos blancos. Sus afilados colmillos brillan bajo la luz de la luna como dos dagas de plata, mientras que sus ojos profundos como dos brasas de carbón te hacen perder la razón. Según cuentan, te rodean, y no te dejan mover. Si intentas correr te ladran erizando todo su pelaje de la espalda. Hubo un par de hombres que se atrevieron a desafiar este aviso de precaución, y su rostro rebanado hasta el hueso como si se tratase de una calabaza, de esas que adornan la ofrenda  del día de muertos, fue descubierto al día siguiente con un tremendo gesto de horror. A quienes les hacen caso y se quedan quietecitos les va peor: estos endemoniados animales los sitian toda la noche, garantizando que el hechizo que terminará por matarlos de frío, cumpla su objetivo. No ha habido, hasta ahora, ningún hombre, mujer o niño que haya salido con vida de tan atroz situación.

¿Que cómo sé que esto pasa si nadie ha salido vivo? Es muy fácil: yo soy quien invoco a los lobos.