El sello en el alma

El sello en el alma

El amor es la realidad más clara del alma, aunque al mismo tiempo se muestre en forma laberíntica. ¿Puede el hombre dejar de amar? Esa posibilidad sólo es imaginable en la medida en que el amor no forme parte de la experiencia de lo humano. Cuando concebimos que el amor desaparece de los actos humanos, pensamos en términos morales los efectos del amor. ¿Es natural esa relación entre lo moral y el amor? La respuesta que demos es importante en tanto que por ella (podemos asignar cierto conocimiento ligado a la experiencia de lo amoroso como benéfico en su presencia, o que, incluso estando presente, pueda trastornar nuestro acercamiento a lo moral. Lo fundamental de la pasión para el hombre moderno estriba en que forma parte de la concepción que damos del amor como pasión fundamental. La razón se opone a ella como guía porque no puede decidir sobre ellas. El mero hecho de afirmar que la razón tenga o no tenga que decidir sobre la pasión muestra la escisión que sirve de base a nuestra autoafirmación como individuos. El amor es patencia de lo individual, diríamos, en tanto que es él la fuerza que nos mueve a desear prácticamente todo. No obstante, es evidente que la naturaleza pasional del hombre no se muestra para nosotros en el amor, pues muestra mejor de la humanidad en tanto universal es, diríamos, el deseo de conservarse.

¿Cómo el amor puede hacernos conducir mejor la vida? ¿No es, en tanto pasión, siempre problemática, aunque sea natural? ¿Cuál es el valor del amor, por expresarlo en nuestras palabras cotidianas? Si el valor proviene de lo placentero, no queda claro realmente en qué sentido el placer puede a veces mostrarnos nuestra equivocación: a veces nos complacemos en lo vano. Claro que, bajo la discusión de estos tiempos, decir que hay cosas vanas es haber atribuido un valor. Al amor, se dirá, no tiene que atribuírsele valor alguno porque no requiere de juicio alguno para ser experimentado. Puede esquematizarse su conocimiento en los flujos del cuerpo, pero su existencia no es algo que dependa de que se le atribuya un valor. Que no decidamos sobre su existencia, no obstante, funda su carácter problemático, más allá del valor; carácter que se basa en comprender al hombre como un ser esencialmente erótico. Esa naturaleza del hombre no se muestra en el esquematismo de las reacciones físicas, porque no es meramente pasional: en todo momento es oscuro saber qué es lo que produce el movimiento si no existe un contacto. El amor no es estrictamente pasional, entendiendo por pasión el movimiento del “cuerpo”. La aceleración del pulso cardiaco y el flujo de las sustancias cerebrales dependen, en última instancia, de la posibilidad de que la belleza me atraiga.

Lo bello no puede ser subjetivo, porque nuestra experiencia fundamental de lo bello proviene por igual de la percepción de la belleza en la apariencia y de su manifestación en los actos y palabras. Lo bello es idea en tanto inteligible, no en tanto configuración arbitraria. Sospecho que la inteligibilidad de lo bello, que no es lo mismo que decir que es “racional” en el sentido moderno, no corresponde con la división de un cuerpo y sus proporciones, porque involucra a la imaginación más allá de las dimensiones materiales. La belleza de una acción se observa en la totalidad de ella. La belleza de un rostro es deseable porque no se puede descomponer. El espoleo del alma a partir del deseo muestra la inteligibilidad de la experiencia erótica. El amor (Eros) es, platónicamente, el que otorga los más grandes bienes, y su presencia no puede dividir el hecho de que la belleza le infunde verdad, actualidad en todas sus gradaciones, haciendo del hombre distinto de acuerdo al amor. El más grande bien que otorga no sólo está en la presencia de lo bello en el acompañamiento de dos, sino que éste es apenas la presentación primordial. El erotismo socrático, por ejemplo, no es comprensible sin un logos que ilumine esa naturaleza primordial, a pesar de ser Sócrates un hombre muy distinto a otros hombres. No es cierto que sólo los mejores deseen lo bello. Los que se equivocan al desear lo peor no dejan de ser eróticos: los injustos se encuentran en la parte más baja de la escala platónica del mito de la palinodia, lo cual indica que forman parte de ella.

Bajo esa gradación, ¿cómo es posible interpretar nuestra experiencia erótica a partir de ese mito? La conclusión de la palinodia es, en buena parte, dirigida a establecer que el hombre más erótico es el filósofo. Es complicado, sobre todo, saber en qué radica esa superioridad erótica, sin llegar a confundir a los extremos de la escala: el tirano y el filósofo. El erotismo del filósofo no se muestra en la persecución febril de lo bello en los cuerpos, y esa negación no ilumina de inmediato la actividad de éste como alguien dedicado a lo que se llama la belleza de lo inmaterial, rótulo que se presta fácilmente al sofisma, porque en realidad toda belleza es inmaterial. Nuestra experiencia erótica se articula mejor a partir de lo mejor; lo mejor permite atisbar no una idealidad, sino bosquejar a partir de nuestra persecución de lo bello lo que por naturaleza somos. El filósofo es el hombre más erótico en la escala socrática a partir de la naturaleza del alma inmortal, cuya prueba es la anámnesis, puesta aquí como vinculo. La felicidad del amor como naturaleza presente en todo hombre permite explicaciones de ese deseo de lo bello. Es verdad: la palinodia no nos habla del mal. ¿Es verdad? ¿No dijimos que los hombres más bajo en la escala eran los tiranos? No nos describe la presencia del mal en los actos humanos, pero puede colegirse su relación con el erotismo natural: el tirano es el más lejano de lo eterno en la vuelta de las almas porque es el que se place en la injusticia. La escala no es el instrumento de la determinación divina, porque aunque el filósofo no pueda ser producido, nuestra experiencia amorosa puede todavía, gracias al mito, ser comprendida en relación con dicha escala. Esa comprensión implica que nos preguntemos ¿qué es el alma y por qué es amante por naturaleza?

No queda claro, no obstante, en qué sentido uno pueda afirmar todavía que el filósofo es el más erótico por amar lo eterno, lo cual suena en parte a la comprensión popular del sentido de lo platónico. Amor de lo eterno y práctica de muerte parecen ideas contradictorias. La piedad del filósofo podría diluirse en un rito privado que quizás sólo se aclara para sus amigos. Pero ni para sus amigos es del todo evidente. Amar lo eterno es un modo de referirse al deseo; la muerte es práctica en tanto el alma es inmortal. Acercarse a lo inmortal requiere muerte. El amor socrático no es suicidio premeditado, sino vida alumbrada a partir de lo inteligible. La segunda navegación es fruto y expresión de un racionalismo que no termina en melancolía, porque cumple con la máxima del dios: conócete a ti mismo. Conocerse a sí mismo es problema porque sin esa exigencia, la piedad es apenas satisfacción pública y privada del nómos. Conocerse a sí mismo no implica destrucción de la polis y sus costumbres (aunque sí cuestionamiento de sus dogmas), pues Sócrates, a pesar de demostrar la falsedad de lo que se le imputaba, acató la sentencia, no obstante el carácter injusto de ella. Al final tenemos que pensar si vemos la piedad socrática en la hora de su muerte, sin martirios falsos, o si lloramos como todos sus amigos ante un cadáver mudo. La piedad quizá sea lo único que nos diga por qué es mejor padecer una injusticia que cometerla.

 

 

Tacitus