¿Por qué nos gusta disfrazarnos? Que sigamos tradiciones sin cuestionar, mucho más si son divertidas, parece que no responde totalmente, pues siempre queremos disfrazarnos de algo en específico, no de cualquier cosa. Parece que la vanidad nos motiva a usar disfraces; queremos lucir aterradores, elegantemente tenebrosos o provocativamente espeluznantes; queremos causar alguna reacción en nuestros espectadores. Pero responder que es simplemente por vanidad, o entender así a la vanidad, nos traslada a otra pregunta: ¿todos los días nos estamos disfrazando? Aunque la pregunta ya se volvió malévola, pues se estaría suponiendo que todos los días estamos ocultando algo con nuestra apariencia y queriendo que nos vean como queremos ser vistos y no como realmente somos; sería como suponer que somos tan endemoniados como queremos mostrar con nuestros disfraces. Pero la ropa que nos ponemos cotidianamente siempre es la misma, lo cual hace que, incluso para el más malévolo, sea complejo mantener su engaño; por otro lado, las palabras o incluso las propias acciones puedan ocultar más de lo que lo hacen los trajes que usamos. Volvamos a la pregunta inicial.
El primer ensayista inglés decía que el gusto que teníamos por la mentira se veía en nuestro gusto por los disfraces de los carnavales o las vestimentas del teatro. ¿Será que nos gusta mentir y por ello nos disfrazamos? Ya no es mera vanidad la que nos orilla al disfraz, sino una búsqueda de decidir lo que el otro va a decir de mí. ¿Para qué controlar lo que la gente opine de mí?, ¿se buscará un uso político con la venta de la propia imagen? O acaso, como Macbeth cuando ve la daga imaginaria y dice que la bondad es un niño cabalgando en medio de la tormenta, el disfraz y su efecto nos permiten justificar nuestras intenciones más oscuras, más malvadas. ¿Los disfraces nos ayudan a ocultarnos a nosotros mismos nuestros deseos más malvados?
Yaddir