La hipotenusa de la medusa

A menudo sufrimos el mal del insomnio. A altas horas de la madrugada no logramos conciliar el sueño. La oscuridad alrededor de nosotros es imagen de la oscuridad interna; nos sentimos perdidos, sin ver nada y a veces con la angustia de todo ser irreconocible. El mundo es difuso, con ojos cerrados o abiertos. El alboroto de recuerdos y pensamientos nos invade horas antes del amanecer. Hay personas que cambian el confesionario por su propia cama, otras enumeran perennemente sus pendientes y obligaciones. Algunos pocos se inspiran y hacen poemas:

3:33 a.m.

Difusa la musa
a estas horas de la madrugada
cargado de besos y de nada
descubro la hipotenusa
de la medusa

Difusa la masa
El humo turista en mis entrañas
araña con sus uñas mis arañas
y cada hora que pasa
me traspasa

El anterior poema pertenece a Llegaremos tarde a todo de Fernando Rivera Calderón ( el último suplemento Laberinto presentó el mismo extracto del libro). El título nos sitúa a esa hora intermedia. Quien se jacta de sobrevivir a la una o a las dos, a las tres duda de su capacidad. Deja de resistirse y desafiar a la noche. Para el fiestero casual es trompeta de retirada; para el pachanguero, última escaramuza antes de morir. Aquí, el madrugador oye a la musa y se carga de besos: le recita romances y baladas incompletas, reta a su corazón y memoria. Sin embargo sus palabras se revuelven y acaban en nada. En vilo, confunde susurros con esquizofrenia. Su imaginación tocada por la musa lo lleva a descubrir la hipotenusa de la medusa. Eso que llaman la realidad material, sometida a la claridad, se desvanece ante la vaguedad de la musa. El madrugador rompe su límite y comulga con su hallazgo. Pierde peso, pierde su propio cuerpo. Se sublima en ritmo y sus entrañas son silbido que pasea como turista. La madrugada avanza y avanza, pero ya no hay indicio de angustia. Se hace inmune al tiempo que rige la realidad material; invulnerable a las horas que pasan y pasan.

La oscuridad dispersa atraviesa y el humo la atrapa. Se invierte la sublimación en versos y estrofas. Un instante de insomnio es traducido en golpeteo rítmico. El hallazgo de la hipotenusa de la medusa tiene que ocurrir en medio del poema; es el centro del instante. Leer el poema exige entender lo que se dice. Saber el significado de sus palabras, percibir la jovialidad de Rivera Calderón, imaginar la escena. El absurdo se ordena con la lectura. No siempre es el antagónico definitivo de la razón. El poema enfrenta una manera en que entendemos lógica. Mediante geometría analítica es imposible saber la hipotenusa de la medusa. Mediante poesía, sí. En ambos interviene el intelecto humano. Después de leerlo, numerosas preguntas vienen: ¿toda alteración lógica es ilógica? ¿Por qué podemos comprender lo difuso? ¿El lenguaje del corazón dice más que el de la razón? ¿La deriva de occidente nos obliga a plantearnos un nuevo amanecer del pensar? Golpea de nuevo la musa difusa.

 

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