Presencia
Cuando el amor se ve desde el crisol del fuego, el problema no es que nos consuma, sino que se convierte apenas en escarcha de cenizas. Acaso la belleza, faro del amor, nos haga sabios cuando no requerimos animar las brasas con el tacto. Acaso el mejor beso se goza con los ojos abiertos, quitando el hollín de que se empapan esos vidrios cuya materia prima es un grano leve, excitable. Esperar no es manotear sobre la lumbre. La comunión verdadera no nos deshace: el castillo de arena que debe rendirse se llama vanidad. El amor es el soplo de la verdad, cuya irradiación enciende la vida en deseo, mientras la amistad reúne las manos deshaciendo el abismo. El pudor no contiene: es un ánimo solar. Sólo se disuelve en la vergüenza cuando se es desvergonzado. El pudor, así, no cubre el cuerpo, sino que entrega en desnudez fiel el alma.
Nota: te pido paciencia, buen lector, pues el juego que Námaste Heptákis y Javel han abordado seguirá la próxima semana en un intento más de mi parte.
Tacitus