Amistad a distancia

Hay aves exóticas que aparecen de vez en cuando: nosotros somos los ornitólogos, cada estación llega, la admiramos y vivimos un rato feliz. El pajarito también canta y disfruta nuestros cuidados, y parte. Y así se repite cada temporada.

 

 

 

El sentido de esperar

Hace cinco años terminaron las diarias contracciones, la preocupación del momento se ha fortalecido, el cansancio ha crecido bastante y la esperanza se ha arraigado en mi ánimo y se ha estado alimentado cada día.

Lo más demandante que he hecho en mi vida, ha dado sentido a lo que antes mi atención requería. La pregunta por lo bueno me interroga día a día, con cada pasito, con cada palabra y con cada decisión que se va tomando en nombre de aquella por quien desvelo mis ojos para cuidar su sueño.

Hace cinco años se acabaron las diarias contracciones y apenas comienzo con los diarios desvelos.

Valió la pena esperar y sigue la esperanza alimentando la paciente espera por lo que florecerá luego.

 

Maigo

 

 

En las manos de la fortuna

La formidable precisión entre lo que queremos que suceda luego de realizar una acción y la consecuencia de dicha acción es semejante a una lista de reproducción musical aleatoria. Entre más elementos haya en juego, más variable será lo que aparezca. Comer cereal y perdonar a un amigo que tenía intenciones de perjudicarnos son acciones en distintos sentidos y con distintas consecuencias. En ambos casos tenemos previstas las posibles cosas que sucederán luego de realizar la acción, pero el perdón es algo tan complejo para los hombres que casi debemos saber qué siente quien nos perdona para saber qué hará luego de ser sorpresivamente perdonado. Si nos quería perjudicar porque él creía que hacía algo bueno, su reacción será radicalmente distinta a si nos quería perjudicar por venganza o porque así conseguía un puesto que ambicionaba y sólo lo obtendría al perjudicar. Ante un acto poco común ¿cuál es la mejor manera de reaccionar?

Montaigne nos cuenta en su ensayo XXV la historia de dos príncipes que perdonaron dos conspiraciones contra ellos con distintos resultados; uno vivió mucho tiempo después del indulto y el otro poco, pero no fue asesinado por la persona perdonada. Para el reflexivo francés es evidente que hay asuntos que se escapan a nuestro poder, por eso hace uso del ejemplo de dos hombres notoriamente poderosos, y que la fortuna es aún más poderosa que el acto más meditado. La insignificancia del hombre lo lleva a proponer que es mejor actuar basándonos en la temeridad que en la reflexión cuando no se sabe con precisión qué podrá ocurrir, pero se debe actuar. La respuesta no es nada previsible y nos obliga a pensar si es mejor no actuar que hacer algo sin meditación. Es casi como dejar pasar, pues se está dejando en manos de la fortuna lo que se hace y tendrá necesariamente consecuencias, aunque en ningún caso consecuencias necesarias. ¿Es una acción aquello de lo que no se puede siquiera vislumbrar un posible escenario después de actuar? Me parece que Montaigne quiere cuestionarse esto y afirmar que es preferible una resolución basada en una ciega intuición.

Los dos ejemplos referidos tienen más diferencias que similitudes pese a que explícitamente se quieran recalcar las similitudes. La diferencia más importante es que uno de esos príncipes sabe lo que el otro quiere y lo que constantemente lo mueve, por eso sobrevive a diferencia del que cree saber lo que los demás quieren. ¿Pero qué es preferible, una vida riesgosa, a manos de la fortuna, a una más sencilla, donde la fortuna pueda interferir menos? Implícitamente ésta es la pregunta general del ensayo. Somos más felices en la paz que en la guerra; somos más felices con amigos que con competidores.

Yaddir

Casablanca Revisited

Lo siento Sam, pero un beso nunca es sólo un beso…

Gazmogno

Ingenuidad

Las trompetas de los ángeles eran estruendosas como una ola navegando sobre la ciudad de Tokio. Se escuchaban por igual sin importar en qué parte del globo terrestre estuvieras parado, y sin importar la religión o el idioma que profesases, te enterabas de que había llegado el fin del Mundo.

De verdad intenté no reírme de los que asustados comenzaron a cavar fosas en la tierra tan grandes que pudieran albergar a ellos y a sus familias el resto del tiempo. No los compadezco, cada quién se las apañó como pudo, después de todo no había un manual o un video de Youtube que explicara las normas de etiqueta que debían seguirse en un día tan especial.

Está de más decir que nadie lo esperaba, y que durante los últimos dieciséis años el mundo se ha desquiciado por completo mientras esperan que dejen de sonar las fanfarrias angelicales. Pero yo no, yo hice lo único que mi razón me dictó (al igual que a muchos otros). En cuanto escuché el llanto del metal divino resonar por los cielos, tome a la fuerza una pistola y balas, muchas de ellas.

Visiones nocturnas

Visiones nocturnas

 

Entre 1888 y 1891, Stefan George [1868-1933] escribió tres poemas en “lingua romana”, uno de los tres lenguajes que inventó. Revisito el tercero, intitulado La imagen. Queda la pregunta: ¿hay reglas para traducir un idioma desconocido y sólo destilado en tres poemas?

 

Aterrado en la noche despierto.

Veo inmensas nubes negras

ajenas a las formas quietas.

Al tiempo que una grey de larvas

-invisibles mas bien audibles-

los nervios me va estremeciendo

al aparecer la imagen.

Apareció entre muchas otras

y me conmovió en lo profundo:

me transfiguró en deseo…

y la olvidé ― Los mismos sueños

no pudieron resucitarla.

Venganza ― Piden su derecho

todos los terrores nocturnos.

Se impone poderosa imagen.

 

 

Escenas del terruño. 1. Mañana se cumplen 38 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. En la investigación del caso no se han presentado avances. Y, a mi juicio, ahora está más lejana la posibilidad de que el caso se aclare, pues una interpretación posible de la noción de «revictimización» de la “Ley de desaparición forzada” impediría que, por ejemplo, se investigue por qué secuestraron los camiones los normalistas, quién los envió específicamente a secuestrar esos camiones, o si acaso hay algún nexo entre la actividad de los desaparecidos y el tráfico de drogas, o alguna conexión entre los desaparecidos y la guerrilla. ¿Dónde están en esta ocasión todas las organizaciones civiles que prontas muestran su indignación con el puño en alto? ¿Será que ya están en campaña? 2. La semana pasada comenté aquí que el diario Reforma había dejado ir una nota muy importante en el Estado de México y que parte de la clave era el acercamiento entre el principal partido opositor y el empoderado de Tecámac. Esta semana, Emilio Ulloa Pérez, consejero de Morena, confirmó que durante la campaña tuvo negociaciones con Aarón Urbina Bedolla. Búsquese qué puesto ganó Arturo Ugalde Meneses en el PRI de EdoMex. Hay nota, insisto. Ahí ya tienen los nombres. 3. Lloré, lloré mucho… pero de risa. El pasado jueves el doctor Lorenzo Meyer escribió un panegírico de Porfirio Muñoz Ledo donde celebra sus piruetas como si fueran responsabilidades políticas, así como hace pasar sus acomodos y traiciones como si fuesen fidelidades democráticas. Mala espina que el doctor Meyer haga tan mala historia, ¿o dónde quedó el Porfirio del PARM, o el que levantó la mano de Fox? Ojalá algún historiador honesto un día nos cuente la historia de lo que Porfirio propuso a un grupo de jóvenes en una casa coyoacanense allá en el 68, casa de una familia adinerada dedicada a la danza, casa a la que el “demócrata” llegó con propuesta golpista. ¿Quién se animará a contarlo?

 

Coletilla. ¿Gabriel Zaid hablando de su propia vida? Y no sólo eso, sino que con toda humildad nos cuenta su encuentro con Carlos Pellicer.

Breviario de las pérdidas

Breviario de las pérdidas

Las pérdidas se distinguen por ser involuntarias, como el olvido. La pérdida es a veces el vestido negro del olvido. A veces es la losa de la muerte de alguien amado; otras es el humo inasible en que se deshace la vida, como en la huida anormal de la memoria. No es la inexistencia: la pérdida tiene un cuerpo cadavérico invisible. La pérdida es la herida siempre posible en la carne refleja del ser vivo que es la memoria. No es casualidad que sólo la memoria humana reconozca su propio reflejo, cimiento universal de la vanidad y el conocimiento de sí. En la muerte no se nos pierde una posesión: la memoria nos atormenta o nos abruma para probárnoslo. ¿Qué perdemos, sino al muerto, que ya no podemos reconocer en la impostura helada de lo inerte? El muerto no es el cadáver. No perdemos el recuerdo, evidentemente, sino la vida ajena, que no era ajena. La teatralidad de los velorios lo atestigua: el negro deambulando, las lágrimas de afecto, de remordimiento, de compasión, de arrepentimiento, y las palabras parcas. El muerto no se extravía, se pierde. La palabra es sabia: nunca sabemos a ciencia cierta qué está pasando. Sólo sabemos que pasa. No perdemos sólo la oportunidad de decir lo que no pudimos repetir una última vez, ni la posibilidad de vivir todo en un día; no se pierden los recuerdos ni el futuro, porque ese nunca fue nuestro en sentido estricto, más allá de las suposiciones y deseos. La muerte no es menos pérdida por ser esperada. Los que pierden a un hijo no conocido aún no pierden sólo sus proyectos y esperanzas, puesto que la vida no es sólo un proyecto. Interesante sensibilidad, propia del ser humano, la que permite hablar de pérdidas manteniendo esa capacidad de la imaginación, fruto del don de la memoria.

Una sola vez en mi vida vi a alguien que iba perdiendo la memoria. Según sé, los síntomas son a veces progresivos; me pregunto a qué se debe que la memoria no huya de golpe y de manera absoluta, cosa que ni en la amnesia ni la demencia senil sucede. Puede ser por la constitución del cerebro humano, pero sospecho también que algo tiene que ver la naturaleza de la facultad del recuerdo, que se enriquece gradualmente y que hasta es objeto de la técnica del lenguaje. Sólo si concebimos al recuerdo como mera información, cabe hablar de esa pérdida como de un apagón progresivo, como si se agotara la fuente de energía. Lo curioso es que, por más que el cerebro obtenga deficiencias que se vayan empeorando, esto no explicaría del todo por qué la pérdida parece más bien llegar a extremos que interfieren con otras funciones básicas, por más que haya íntima conexión entre el funcionamiento adecuado del órgano central con todo el cuerpo. Hay algo que no es plenamente cerebral. Recuerdo los pocos rasgos que alcancé a apreciar de esa persona en cuestión. El más impactante era una especie de ausencia. Los barruntos de su voz parecían expresar una disolución interna. Veía a un hombre, no a un cadáver. El movimiento era dirigido, pues de lo contrario no había más que errar para él. Lo más preocupante era que él no parecía perdido: ese juicio lo di yo. Ese hombre no podía estar perdido porque no podía ya ser capaz de perderse: su vida se estaba yendo. Mejor dicho: todo era pérdida. Como si en ese estado se manifestara el problema de perder la memoria: una pugna inimaginable entre lo permanente y lo corrosivo. Como si la vida se fuera reduciendo junto a esa facultad. En esa pugna está sólo el polvo de la vida misma, que se acumula hasta que impide el paso de un dedo cariñoso sobre lo añorado.

Un último caso interesante de la pérdida. En las guerras y en las epidemias, los hombres se refieren a las muertes como bajas o pérdidas humanas. ¿Qué tienen ambos fenómenos que nos hacen percibir esas desapariciones como algo perdido? Sospecho que tiene que ver con la presencia implacable de la naturaleza en una, mientras que en la otra la existencia de algo que se siente propio. Las guerras funcionaban de manera teleológica. ¿Qué sucede con las víctimas de una guerra declarada, pero no asumida, y con las bajas que deja una sombra que muchos imaginan como una enfermedad por extirpar? La muerte expulsa con la sangre un barro que empantana la memoria, que la incapacita o la deja absorta. Quizá el olvido sea el lenguaje de las muertes que se visten de oquedades, y que aparecen como justificables. El intento por erradicar la muerte regó el suelo con ella. Paradoja fatal. No es sólo que la muerte recurrente erosione la dignidad, es que la violencia es la materia resquebrajada de nuestra memoria. Las muertes se olvidan: cuando no existe el homicidio voluntario, no nos asalta la fantasía de la daga que acabó con Macbeth. Queda nuestra forma del terror, que es la sospecha, el humo, el fantasma de una daga que atraviesa las calles para tocar con el frío de la noche el espinazo de nuestra consciencia, mientras la sangre se derrama sin que lo sepamos en ese momento, y la farsa inveterada, gesticulante de nuestra existencia inocente. No empuñamos esa daga, pero la tenemos clavada. Clavada en la miseria de nuestro olvido que es el cuerpo de tanta muerte. Perdemos mucho más que personas en este silencio mortal.

 

 

Tacitus