Lo llamaron sus amigos anticuado, y su esposa casi lo deja. A algunos francamente nos pareció increíble que en pleno siglo veintiuno, Jacinto pasó un par de meses cosiendo con casimir inglés un traje para él mismo utilizando solo una aguja, como se hacía antes. Según él, eso es lo que hacían los hombres de verdad, los hombres de antaño y uno no era un hombre hecho, sin importar qué tantas propiedades poseyera, si antes no sabía hacer su propia ropa.
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Desdibujo
Desdibujo
En El sueño del celta, Mario Vargas Llosa permite al lector experimentar la incómoda presencia de la civilización en lo salvaje, de la civilización cargada de historia. Que es, precisamente, en El paraíso en la otra esquina donde el peruano indagó al civilizado que busca su historia, donde exploró el encuentro de la civilización y lo salvaje a la luz del deseo personal, casi natural. (¿Acaso hay en Vargas Llosa deseos naturales? Los que lo parecen, siempre aparecen por la pluma del escribidor). En El sueño del celta, insisto, el civilizado cargado de historia irrumpe en lo salvaje, e irrumpe con la rudeza del deseo impersonal de la historia: del deseo impersonal de la civilización y la impersonalización del deseo civilizado. La impersonalización del deseo torna en una violencia específica, la misma que Nietzsche identificó como hija de la historia, del embotamiento histórico, de la enfermedad de la historia (cf. Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida, 2). La violencia del deseo impersonal fue identificada como el centro de Heart Of Darkness por el tomista Harry Neumann, quien diagnosticó que el universalismo ético y religioso conduce inevitablemente a las peores atrocidades, pues el costo de la universalidad se paga al precio de una libertad atea. La libertad atea, empero, no está libre de lirismo, pues en ello consiste su autoafirmación (Selbstbehauptung). La grandeza de Conrad viene de la dificultad para conformarse a afirmación alguna, incómoda dificultad, incomodidad de la presencia que surca los renglones de la obra.
Creo haber encontrado en un poema de aire conradiano una posibilidad más de reconocer el descubrimiento del Corazón de las tinieblas sin partir de la incómoda presencia: la duración desdibujada. Creo, repito, haber encontrado un camino para pensar la duración desdibujada en un buen poema de David Huerta [México,1949]. Se intitula “Nadie en el bosque”.
En medio de la negrura
de los arroyos,
la brisa se extiende.
Los árboles aparecen
debajo de la niebla.
La hierba luce
una pedrería tenue: reguero
de gotas cristalinas.
Los animales duermen.
El verdor se desmaya
bajo la grisura lunar.
Nadie en el bosque. Y todo
en equilibrio, durando.
Notemos la sonoridad del poema. Los arroyos arroyan; la extensión, extiende. Lo dicho y lo escrito hacen sonar la imagen del poema. La acentuada a del cuarto verso levanta al lector el espacio de la lectura, mientras que la b y la j del quinto lo devuelven abajo. El verso central encuentra en la pedrería las precisas piedras del camino, así regadas, frente a nosotros, por caminar y en nuestra lengua. Los animales no suenan animados, por eso duermen. La grisura describe la dermis terregosa de la luna. El equilibrio está al centro del último verso pidiendo una pausa en la duración final. El poema suena en todas sus letras. ¿Para qué suena el poema?
Una primera impresión podría ser que el poema es una descripción, la formación de un paisaje a los ojos del lector. Aquí los arroyos, allá los árboles. Animales dormidos y nadie en el panorama. ¿Nadie? Precisamente, porque el poema nos presenta a nadie en el bosque es porque, a mi juicio, el poema no es una descripción, no es un paisaje. El nadie del poema es un yo desdibujado.
Sin el yo desdibujado, nada en el poema es posible. No hay solamente arroyos entre los que se extiende la brisa, sino que es en medio de la negrura de los arroyos donde la brisa se extiende. Y ni la negrura tiene mitad en sí misma, ni a los arroyos les pertenece lo negro. La negrura de los arroyos sólo es posible para el viajero arrebatado por los arroyos, traído a este centro en que se desdibuja por los arroyos, desde ellos, y que reconoce en medio de su negrura la brisa extendida. El desdibujado que sobrevive en los arroyos encuentra en la brisa la duración del oscuro instante.
Descubrimos, pues, al personaje del poema traído por los arroyos desdibujado al amanecer. Ahí aparecen los árboles bajo la niebla. No son ellos los que están previamente allí, sino es ella la que los deja aparecer. Los árboles, las raíces, la tierra, no es lugar para la presencia, sino presencia en la duración, en la nubosa duración de la espesa niebla. El que es traído por los arroyos y se descubre durando al sentir la brisa mira presente a los árboles recién nacidos entre la niebla.
No es, tampoco, en la duración donde la hierba es frágil, sino que lo es la pedrería. En la presencia, la hierba es señal de fragilidad, principalmente tras la longeva permanencia de los árboles. En la duración, en cambio, la hierba es suficientemente fuerte que luce sus piedras: ser hierba es ostentarse ante el viajero azorado por el arraigamiento envidiado. Y son las piedras quienes transparentan fragilidad: reflejan a la duración cristalina. El lucimiento de la hierba cristaliza en la duración del sobreviviente. El sobreviviente se encuentra perdurando en lugar que le es ajeno, intranquilo: los animales duermen, el desdibujado dura sobreviviendo. Y es su duración ante la que verdor desmaya: no es el sentimiento oceánico frente a la inmensidad del verdor selvático, sino la duración latente del momento de supervivencia, la fragilidad cristalina del encuentro del todo y la nada, nadie en el bosque. El momento de supervivencia es un equilibrio. El viajero encuentra su justo equilibrio al reconocerse todavía vivo, durando: desdibujado. Desdibujado su ímpetu explorador, desdibujado su empeño civilizador, desdibujado su orgullo civilizado. Se levanta a amanecer a la amenaza de la vida: la duración desdibujada de quien se encuentra en el corazón de las tinieblas. La duración desdibujada de quien al final puede todavía decir que ha sobrevivido.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. Será hasta febrero que los funcionarios se reúnan con los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa para hacer seguimiento de la investigación del caso. El abogado de los familiares señaló que ellos volverán a insistir en la investigación de las cuatro vías sugeridas por el GIEI (cuatro vías que comenté aquí). Se ha postergado hasta febrero a fin de presentarles a un funcionario nuevo en el seguimiento del caso. 2. ¿Dónde quedó el renovado Norberto Rivera Carrera? ¿Dónde quedó esa imagen de protector de las víctimas y promotor de la sociedad civil que el cardenal intentó mostrar en los últimos meses antes de su jubilación? Nuevamente la policía intentó impedir la celebración religiosa de los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa y el obispo Raúl Vera en la Basílica de Guadalupe. Antes de irse, el cardenal Rivera quiere patear el avispero. 3. Según mi cuenta, hasta el 29 de diciembre se registraron 263 feminicidios en el Estado de México, lo que es equivalente a cinco mujeres asesinadas cada semana. Estadísticamente, un 60% correspondió a jóvenes entre los 13 y los 23 años. Grave, ¿no? 4. Otra vez, y va de nuez: en pleno periodo vacacional un medio extranjero hace una «revelación» replicada por algunos medios nacionales. En esta ocasión el objetivo fue denostar a cuatro periódicos. La «revelación» consta del señalamiento de posibles conflictos de interés entre la publicidad oficial pagada en dichos medios y el control de las notas e investigaciones publicadas en los mismos. ¿Por qué publicar una «revelación» tan importante en periodo vacacional? Apuesto doble contra sencillo que alguien acaba de lanzar la bolita para descalificar la cobertura electoral de cuatro medios. ¿Quién le entra a la apuesta?
Coletilla. “Amar es romperse la espera con el tacto del éxtasis”. Ernesto de la Peña
El brindis del Año Viejo
Es costumbre que los amigos se reúnan. Se complacen de hacerlo. También es usual que lo hagan en ocasiones especiales: cumpleaños, graduaciones, victorias laborales, matrimonios, excursiones a sitios inusitados. Entre estas ocasiones, se encuentra el fin de año. Los amigos definidos por el tiempo celebran que un ciclo más ha concluido. Su amistad ha durado otros doce meses y está listo para durar doce más. El brindis es la ceremonia que confirma la tradición; el pasado se convierte en presente al choque de las copas. Los amigos festejan seguir juntos. Continuar con eso que han venido haciendo y hacer lo que hicieron. Los más lejanos se sientan con los que no pueden ver a menudo.
De esos que poco se sabe, la cena es el momento perfecto para actualizarse. Se hace recurrente la pregunta de qué han hecho. Cuentan sus nuevos proyectos, sus anécdotas en otro lugar, sus aventuras excitantes. Así como las velas de la mesa, resplandece la novedad y alegría. Aun con ellos, los amigos abrevan del pasado. Venturosamente desafían a la distancia y reafirman su lazo. El trabajos, los estudios, la familia, nadie pone en riesgo el afecto habido. El amigo sonríe al saber que al suyo le sonríe la prosperidad. Las conversaciones y risas de siempre iluminan la mesa. Todos crecen, jamás dejan de ser los mismos. Se acicalan, se visten de gala, y los niños elegantes emprenden un juego divertidísimo: ser adultos.
Llega el momento del brindis. Las copas se alzan y auguran un mejor año. El optimismo devoto muestra su confianza en lo mismo. El augurio sobra porque los amigos saben ciegamente que los proyectos terminarán bien, aunque fracasen, lograrán sus propósitos, aunque terminen inconclusos, y volverán a reunirse para presumirlos y contar qué ha sido de su vida. En la antigüedad el vino era disidente. Llevó a Noé a la humillación pecaminosa. En el banquete platónico, fulminó casi con todos. Embriagado, Alcibíades irrumpe los discursos. Más listo, el hombre moderno lo toma con reservas. En la cena navideña no revitaliza o altera; el vino preserva las amistades. La ceremonia no nace del temor de no verse nunca más. Tampoco es de agradecimiento. Ni una cena placentera. Surge como rito para sosegar al tiempo voraz; alienta la melancolía cotidiana.
Espejos en círculo
Espejos en círculo
No es cierto que las miradas sean revelaciones instantáneas. No es posible decir con certeza que haya mirada sin que el observador esté implicado en lo observado. Para mirar en el recuerdo los ojos deben ejercitarse. De la relación entre el pasado y la actualidad del alma, del sello del tiempo en la actividad natural surge el conocimiento “psicológico”. Los esquemas del psicoanálisis son explicaciones que intentan ser certeras, pero que no aclaran su nivel interpretativo: ¿qué nivel de “objetividad” aparece en el fenómeno del alma en su relación entre recuerdos, vivencias, costumbres, palabras, gestos, inclinaciones? ¿Es una causalidad definida? Al mismo tiempo, esa pregunta ya no puede ser abordada por nosotros sin al mismo tiempo interrogarnos por la posible utilidad de ese saber. La versión de la autognosis moderna interpreta la actividad del alma a raíz de algo que le subyace: el movimiento de las afecciones nunca es espontáneo, pues obedece a “estructuras” profundas, insertas en el ser de todo hombre, que se dinamizan en los esquemas de las relaciones personales naturales.
¿Por qué es tan persuasiva la mera idea de que en el alma hay una especie de profundidad que esquiva la mirada primeriza? Esta pregunta no intenta decir que las actividades del alma sean todas ellas sencillas de comprender, sino que busca aclarar si acaso la “profundidad” que buscamos es necesariamente la mejor manera de entender la profundidad de una investigación en torno a qué es el alma. Quizá es pregunta resulta irrelevante, puesto que nosotros hemos dado por sentado que esa palabra es un error interpretativo de lo que experimentamos sin cesar: la sensibilidad, la imaginación, la inteligencia, el deseo y, no nos es fácil asociarla en esta sucesión, la nutrición como exigencia del vivir. Es importante asociarla, porque el hambre muestra perfectamente la relación ínsita entre todas: no sólo es un fenómeno sensible e inteligible como una especie de exigencia dolorosa y motriz, es también posibilitadora del antojo, la cocina y el anhelo, todos ellos imaginativos; sobre todo, sin esa manutención exigida las otras actividades son mermadas. El hambre, dicen algunos, permite que se haga visible plenamente la línea entre la indigencia y la supervivencia para oficios arriesgados, lo cual es cierto sólo a medias.
La profundidad de las observaciones psicológicas, hasta donde he visto, está más revestida de la discreción que de la evidencia del esquema. Observar nuestros propios recuerdos con esa discreción tiene la complejidad que conlleva un auténtico juicio moral: nunca se conforma con la claridad apodíctica de la seguridad puritana o con la relajación de los extremos maniqueos. ¿Obedece eso a la complejidad del entramado que hay en lo que la naturaleza del alma ha experimentado, o al entramado del mundo? Los maestros morales rara vez expresan claramente un juicio, como si quisieran decir que no hay arte mimético de las obras humanas -esa dimensión que implica todas las actividades, hasta la del pensamiento- en revelar el pensamiento sobre lo moral. El arte no estaría en revelar las profundas intenciones de manera directa, sino en manifestar la dificultad de mirar moralmente: el acto nunca habla por sí mismo, entendiendo esto como si todo hubiera de producir el mismo juicio. Quizá por ello la virtud, el problema por antonomasia de la ética clásica, no pueda resolverse con una definición, la cual deja a todos insatisfecho por mostrar la insuperable dificultad de que la predicación apodíctica no conlleva entendimiento. Como si el juicio aquí no se precisara con esa sencillez a la que se reduce fácilmente la lógica del pensamiento griego. El moralismo siempre se escabulle en las miradas a nosotros mismos, y el producto de esa asociación es una ignorancia inevitable. Lo es porque hacemos el camino sabiendo a donde llegaremos. Lo es porque, como podría pensarse, buscamos reafirmarnos. En nuestros propios recuerdos, huimos de nosotros, lo cual es también una huida de los demás. Ahí viven las apariencias y las imágenes que buscamos encarnar, a veces sin saberlo.
Tacitus
Merry Xmas
Esta temporada, la mayor parte de las veces, se sacrifica la sapiencia por el poder, la espiritualidad por las luces artificiales y el amor verdadero por un dibujo sonriente de comprensión entre consumidores.
Maigo
Sobre los profesores
Paradójica queja es la que hacen los intelectuales cuando el estado le brinda mayor presupuesto a las armas que a la educación y las bellas artes. ¿Cómo se pueden quejar de aquello que les brinda un tema de discusión, algo que ejercita su reflexión, que despierta su quieto saber? Además, resulta desconcertante quejarnos de que se le brinde mayor apoyo económico a quienes cuidan de nuestra seguridad, la cual, parecería, es la condición básica de todo estado para no desintegrarse. Dicen que un libro es más peligroso que un arma; esto parece una frase verdaderamente romántica así como la más astuta forma de hacer ideología contra el estado. ¿Puede cualquier libro de cualquier autor persuadir a un delincuente de que no sea injusto?, ¿Puede la educación hacer buenos ciudadanos?
Más popular que la queja de los intelectuales contra el estado que le da poder a policías y militares es la queja de los profesores ante la mayoría de sus alumnos, pues, según los transmisores de saber, los párvulos no quieren aprender. Quizá aquellas cabezas llenas de conocimientos cuestionen la igualdad de los hombres al exhibir que existen ávidos de saber y paseantes de las aulas; tal vez estén desconcertados en lo poco que se cuestionan los jóvenes sobre si vale la pena seguir estudiando; muy probablemente les preocupa el futuro de la nación al contemplar la actitud hacia el saber de quienes serán sus futuros vecinos, empleadores o gobernantes; o simplemente los profesores se molestan de que su voluntad no incida en las voluntades de los estudiantes. ¿El docto, aquel que siempre dice lo mismo de la misma manera, debe esperar que todos sus alumnos aprendan siempre lo mismo y de la misma manera?, ¿no es una falta de todo catedrático asumir que los contenidos sobre los cuales discurre con gran profundidad quizá sean una vana apariencia? Inútilmente gasta energías el profesor sabihondo en quejarse de la estupidez de sus alumnos sin ver que quizá el mal estudiante sea él, pues no usa ese tiempo de queja para reflexionar en un modo más adecuado de enseñar. Tal vez exagere y ahora sea yo el incómodo quejumbroso, pues todo aquel que se dedica a la docencia y se siente capaz de enseñar algo ya sabe que su sapiencia es buena, tanto así que lo enseña.
Incrementar el presupuesto del estado en materia de seguridad no garantiza un país más justo, de la misma manera que asignar mayor cantidad de ingresos a la educación y a las bellas artes no garantiza un país más sabio y más bello. Finalmente la mayoría de los gobernantes y de los hombres de saber buscan el mismo modo de vida.
Yaddir
Diarios Queretanos 2
Escribo estas líneas desde las trincheras. La batalla cada vez es más cruenta pero por fin hubo hoy algo de tranquilidad. A veces creo que no voy a lograrlo, otras (como hoy), el simple recuerdo de por qué empezó todo me llena de valentía y de esperanza… Aunque sea breve… Aunque sea vana.
Cada que recibimos noticias del frente muere un poquito de nosotros, pues no son favorables. Pasamos la nochebuena esperando un milagro… El milagro fue seguir con vida, seguir en pie… Y mientras haya vida…
Si llega a tus manos este escrito significa que la guerra fue perdida… Pero si llego a decirte estas palabras en persona, quiere decir que la guerra fue ganada, la guerra de reconquista de tu territorio, de tu corazón.
Gazmogno