Platicando virtualmente con una ex compañera de facultad, me contó que había decidido abandonar una carrera humanística por parecerle poco útil para la sociedad, pues, aunque respetara a las personas con dicha formación, le parecía más útil estudiar ingeniería en alimentos. Así, según afirmaba, podía adoptar los conocimientos alimenticios que le permitieran aprovechar al máximo los recursos de ciertas comunidades indígenas. Siguiendo su idea, las humanidades no son tan humanitarias como las ingenierías, pues no ayudan; ni siquiera la ayudaron a ella a vislumbrar por qué es mejor ser humanista que dedicarse a otra área académica.
Las humanidades, para sobrevivir a los protocolos académicos, no pueden ensalzarse como lo meramente bueno para los hombres. Pero esta precaución política la han tomado demasiado enserio los humanistas, quienes suponen su conocimiento como humanitario, pues dicha suposición es lo más antihumano que podrían hacer. Reducen al hombre a temáticas perfectamente diferidas en horas cuidadosamente contadas; lo reducen a un puñado de autores; lo reducen a esquemas comprensibles en prezi (¿una decisión vital podría ser tomada mediante una presentación de prezi?). Insatisfechos con camuflarse usando los métodos anti humanistas, a veces añoran tanto nuestros orígenes que emulan a los bárbaros. Corre la anécdota de que una persona que compone el personal docente de una prestigiosa universidad llevó a la hoguera de flama azul (Facebook) fragmentos del trabajo de uno de sus estudiantes para burlarse de la forma del escrito así como de la aparente petulancia del autor. Se quejaba, además, de lo mucho que le pesaba leer a gente así. Dicha persona se suponía excelente ante la ignorancia de su pupilo, pero sin querer entenderlo ni, y esto es lo más importante, corregirlo si es que caía en algún error. ¿Se puede exigir a los alumnos que escriban con excelencia cuando no se les ha enseñado cómo hacerlo? Si no enseñan a leer con cuidado, ¿cómo quieren evitar los excelsos catedráticos que imiten su petulancia?
¿Qué es lo bueno? Es una pregunta que estamos lejos de responder con el respeto que se merece. Si los humanistas quieren llamarse tales sin que su actividad los contradiga deben plantearse plenamente enserio cómo intentar responder la pregunta sobre lo bueno. Fácilmente se puede confundir lo útil con lo bueno. ¿Cómo saber que el conocimiento del ingeniero en alimentos no será usado para que los secuestradores, asesinos, y narcotraficantes no se escondan más cómodamente?, ¿se podrán hacer buenas acciones sin saber dónde se harán y a quién beneficiarán? La dificultad de actuar de manera prudente es un problema que plantea una carrera humanística pero que afecta a toda la humanidad.
Yaddir