Nosotros, el cuervo
Hace no mucho, la gente tenía la sana costumbre de escribir notas en las servilletas, al borde de los libros, en el margen del día, cuando el sol se iba poniendo y había algún tiempo para nosotros mismos. Este tiempo era ideal para pensar y repensar lo que tanto rondaba nuestros sueños. Sentábamos al cuervo frente a nosotros, lo hechizábamos para que tomara su forma humana y comenzaba la sana introspección. El cuervo comenzaba graznando o susurrando aquello que traía desde el inasequible subconsciente hasta nosotros, pero se resistía al encanto -¿o acaso nos atrapaba en el suyo?- Poco a poco el cuervo iba perdiendo su canto bestial y hermoso, para ir transformándolo en palabras claras y deliciosas. Lo incierto se tornaba claridad y cambiaba su aliento seductor por una mirada enervante. La palabra se hacía claro espacio en nosotros mismos. El secreto descubierto en aquellas noches florecía con magnificencia y se advertía a la mañana siguiente que habíamos pasado una noche en gratos ejercicios. El ejercicio marginal terminaba llenando todas nuestras horas. Cada noche, en secreto para la humanidad, sembrábamos una flor dichosa.
El cuervo jamás preguntaba: ¿qué piensas?, sino todo lo contrario, acusaba a nuestros pensamientos. Así nos divertíamos en la hora del conticinio.
Hoy que tenemos que decirle al mundo qué pensamos y en qué estado nos encontramos, lo cual es muy difícil en los pocos caracteres que se establecen, las flores que antes eran verdad o que respondían al canto de ésta, ya no se abren al canto bello y pesado de la conciencia. Ahora todas ellas huelen a plástico, pues se hacen en masa para atrapar seguidores, cuando la soledad, tierra propicia para el pensamiento, detesta a éstos. Además, lo que antes perseguía claridad, hoy que persigue fama, no florece para el pensamiento o para ser compartido como un bien, quizá como un adorno de temporada, pero nada más allá. Los intrusos a quienes les dejamos la puerta abierta para que vean nuestra intimidad son víctimas de nuestro voyerismo personal. Ansiamos ver cómo se solazan en nuestros breves y fatuos ejercicios de jardinería, pero sin que osen tocar las cenicientas creaciones nuestras, pues bien sabemos que no soportarían el tacto, por muy dócil que sea, de alguno de los admiradores. ¡Qué bueno que hoy ya nadie se detiene a observar!, y que las palabras son arrastradas por este fluido virtual que diario nos deja en el vacío… No es extraño que a la mañana siguiente, el fruto de esta tempestad de plástico sea el estrés y el dolor por la ausencia.
Quizá para salvarnos del vacío, debamos sentarnos a platicar con nosotros, el cuervo.
Javel
Aguinaldo: Hoy es el último día del 2017 en que tú y yo, lector, compartimos unas líneas de reflexión. Hace poco leía que cuando en una reunión todos comparten el placer de estar juntos en el ejercicio del bien, en realidad el placer debía nombrarse gratitud, pues era para todos grato estar ahí. Yo agradezco mucho que te animes a acompañarme cada quince días y que vengas a visitarnos a todos los de la banda. Ojalá y nos podamos ver el año que viene, yo por aquí andaré gastando palabras. ¡Feliz año, amigo lector!