Paradójica queja es la que hacen los intelectuales cuando el estado le brinda mayor presupuesto a las armas que a la educación y las bellas artes. ¿Cómo se pueden quejar de aquello que les brinda un tema de discusión, algo que ejercita su reflexión, que despierta su quieto saber? Además, resulta desconcertante quejarnos de que se le brinde mayor apoyo económico a quienes cuidan de nuestra seguridad, la cual, parecería, es la condición básica de todo estado para no desintegrarse. Dicen que un libro es más peligroso que un arma; esto parece una frase verdaderamente romántica así como la más astuta forma de hacer ideología contra el estado. ¿Puede cualquier libro de cualquier autor persuadir a un delincuente de que no sea injusto?, ¿Puede la educación hacer buenos ciudadanos?
Más popular que la queja de los intelectuales contra el estado que le da poder a policías y militares es la queja de los profesores ante la mayoría de sus alumnos, pues, según los transmisores de saber, los párvulos no quieren aprender. Quizá aquellas cabezas llenas de conocimientos cuestionen la igualdad de los hombres al exhibir que existen ávidos de saber y paseantes de las aulas; tal vez estén desconcertados en lo poco que se cuestionan los jóvenes sobre si vale la pena seguir estudiando; muy probablemente les preocupa el futuro de la nación al contemplar la actitud hacia el saber de quienes serán sus futuros vecinos, empleadores o gobernantes; o simplemente los profesores se molestan de que su voluntad no incida en las voluntades de los estudiantes. ¿El docto, aquel que siempre dice lo mismo de la misma manera, debe esperar que todos sus alumnos aprendan siempre lo mismo y de la misma manera?, ¿no es una falta de todo catedrático asumir que los contenidos sobre los cuales discurre con gran profundidad quizá sean una vana apariencia? Inútilmente gasta energías el profesor sabihondo en quejarse de la estupidez de sus alumnos sin ver que quizá el mal estudiante sea él, pues no usa ese tiempo de queja para reflexionar en un modo más adecuado de enseñar. Tal vez exagere y ahora sea yo el incómodo quejumbroso, pues todo aquel que se dedica a la docencia y se siente capaz de enseñar algo ya sabe que su sapiencia es buena, tanto así que lo enseña.
Incrementar el presupuesto del estado en materia de seguridad no garantiza un país más justo, de la misma manera que asignar mayor cantidad de ingresos a la educación y a las bellas artes no garantiza un país más sabio y más bello. Finalmente la mayoría de los gobernantes y de los hombres de saber buscan el mismo modo de vida.
Yaddir