La muerte como un sueño perverso

La muerte como un sueño perverso

Sospechoso pensar que la vida, una vez iniciada, nos acerca a la muerte. No es nueva la observación de aquellos que señalan que desde el momento en que nacemos la misma vida nos va conduciendo hacia su origen de no ser vida nuevamente, es decir, hacia la nada, hacia el útero infranqueable de lo que aún desconocemos. Pero hay que poner atención a estos postulados, pues en realidad reducen la vida a una sola característica de la materia. Del polvo vienes y al polvo volverás, anuncia sólo la fugacidad de nuestra corporeidad. Que nacemos para morir es innegable, pero reducir la vida al mero instante de la muerte, al final en que ya nada podemos hacer en contra de nuestra naturaleza mortal, aniquila toda posibilidad de nuestra dignidad. El nihilismo no comienza al nacer, sino al aceptar que la muerte es el todo sin sentido y la vida un intento banal de ordenamiento. ¿Qué sea lo real, si el caos o el orden? No lo puedo demostrar ahora, más que bajo el influjo de una convicción de vida digna y de paz.

El planteamiento sobre si la vida tiene sentido o es un sin sentido que nos conduce a la nada, tiene sus repercusiones en varios ámbitos. En el científico, por ejemplo, vemos que la conquista por la naturaleza, aceptando que la muerte es lo único que hay, es el deseo de evitar caer en la nada que hemos aceptado. En la política, vemos que la fuerza y el miedo nos permiten disfrutar más de lo fugaz de esta vida si lo sabemos aplicar a los demás. Hay que obtener más de todo lo que se pueda poseer antes de morir, el libido no es sino otra forma de la venganza a la idea de la muerte inherente a la vida. El avaro y lujurioso es el desdichado que se queda triste en las noches, esperando no morir ese día –pienso en el viejo Feodor Pavlovitch Karamazov. Triste y estúpido es ver muerte donde hay vida. Si bien la muerte es el fin de nuestra primera naturaleza como seres orgánicos, no así la de nuestra segunda naturaleza, como nos enseñó el estagirita. Ésa en la que la dignificación y completitud del ser hombre por medio de las virtudes lo hacen un ser dichoso y feliz, y no sólo un desgraciado payaso de la nada.

El deseo del bien mayor es lo que nos salva de la muerte orgánica, pues es el dulce cansancio que da la búsqueda por la verdad lo que nos va mostrando un camino, en lugar de dejarnos en sombras. La Ética nos impulsa no sólo a aceptar un modo de vida, sino a cuestionar esto que llamamos hábitos, ideas, deliberaciones, conciencia, introspección, comunidad, diálogo, para, como el caballero andante, tratar de hacer el bien. En el otro camino, lo que nos queda aceptar es que la vida, sin una idea y búsqueda por el bien, nos deja parados en medio de una turbulencia bioquímica que se irá degradando sin haber conseguido ni verdad, ni felicidad. La furia es lo más normal, ¿no? La vida es una manifestación del bien; la muerte digna igual; la vida sin bondad, es un abismo, por esto, tratar de vivir bien ennoblece tanto a nuestra parte animal, como a nuestro ser humano, o recordadno un mito, una diosa nos conduce hacia el cielo.

La idea de la muerte, de lo inerte sin sentido nos enajena de la posibilidad de humanidad. La muerte nos hace esclavos de una ola de violencia y poder, en la que todo se irá al abismo. Pensemos por un momento en México. Hace unos meses se declaraba que habíamos tenido el mes más violento en los últimos 20 años, con lo cual se indicaba que los homicidios habían alcanzado un record, que me temo, podríamos superar. El narcotráfico, que es la cultura de la muerte y por la muerte, en la que el capo secuestra vidas, ordena estados, junto a la corrupción que permite que otros decidan por nuestras vidas, son el cáncer ideológico y real en que se desenvuelve la existencia del mexicano. Nosotros pensamos que el capo debe morir, y él piensa que nosotros nacimos para morir divirtiéndolo. Pero esto sólo sucederá si decidimos morir en vida, si decidimos no actuar, y antes que nada, si no nos ponemos a pensar qué es lo que vamos a hacer para mejorar el país, la vida, dignificar a los que ya no pueden luchar por ellos mismos –Hablo de los desaparecidos y de los que tienen que ser parte del crimen sin desearlo, sino por el temor a la muerte. A éstos hombres no les debemos otorgar perdón, sino por el contrario, pedirles perdón por haberlos dejado solos ante el monstruo voraz, al tiempo que les debemos enviar la pronta justicia que no pueden pedir por sus propios labios.

El monstruo voraz de la muerte consume buscando el hambre, es decir, el agravio que lo justifique. Caer en sus fauces es renunciar no sólo a la vida, sino al amor por vivir. Nos volvemos carne de hienas. Evitemos el suicidio social y hagamos juisticia, perdòn, dignidad.

No hay muerte pervertida, sino vida digna, despertemos y busquémosla.

Javel