Claridad de la palabra
Cualquiera que haya leído a Alfonso Reyes sabrá que el cuidado de las palabras es el cuidado del hombre. Lo humano se apalabra. Las palabras descuidadas arriesgan al hombre. Cuidar la palabra es el esmero de la lectura y el diálogo. Y siempre es deleitoso el esmero en lo mejor del hombre. Por ello, Mil palabras, el nuevo libro de Gabriel Zaid, es un deleite lujoso de oído refinado entre el ruido y la bastedad, escritura elegante entre la rusticidad del post y ordinariez del panfleto, testimonio lector de quien quiere saberlo todo.
Mil palabras reúne en sesenta ensayos una investigación de más de cuarenta años sobre las palabras, su origen, sus sentidos y sus finalidades. Sesenta ensayos que, publicados previamente, han sido revisados y actualizados por el autor a fin de que no sólo testimonien la publicación original, sino continúen el diálogo entre quienes quieren cuidar las palabras, cuidar al hombre. Zaid enseña -porque, como bien dijo Salvador Elizondo en un famoso ensayo, don Gabriel es ante todo un pedante, en el sentido propio y original del término- el amor a la palabra. El lector puede observar en la obra el arte de hacer un libro, de construirlo como un todo a partir de partes independientes articuladas en función del lector, de la finalidad natural de todo libro. El lector puede advertir la necesidad de escuchar con agudeza lo que decimos, escribimos y leemos, para encontrar en la propia lengua -y en la voz ajena- los sentidos y matices de los movimientos del alma que habla. El lector puede notar la pericia de quien consulta las fuentes de información (que bien puede aprender aquí el tecnócrata académico el uso correcto de las enciclopedias -incluyendo Wikipedia-, los diccionarios y las bases de datos que la metodología profesional enseña a desdeñar, abusar o ignorar), de quien se orienta en medio de la aparente confusión de los demasiados datos y encuentra creativamente el camino a las respuestas de su pregunta. Mil palabras puede contagiar al lector el gusto de leerlo todo, de leer para entender, para entenderse, de leer para entender la propia vida, vivirla entendiendo: ser real.
Quizás el aspecto más velado de la nueva obra de Gabriel Zaid sea su pertinencia, pues cualquiera que piense en un libro sobre palabras, etimologías y diccionarios podría suponer que se trata de una ostentación impúdica de erudición, de un irresponsable despliegue de palabras que se abstraen del diario acontecer, de la afectación de un intelectual que ofrece a su público cautivo sesenta pretextos para atrincherarse en un escolasticismo caduco o un intelectualismo vano. Nada más lejos de la realidad. Zaid creó su nueva obra con la sabiduría del hombre que sabe escuchar sus tiempos. El libro de palabras de Gabriel Zaid no reúne palabras al azar o al tanteo: pone en claro las palabras que necesitamos para dialogar en la plaza pública. La heurística de la etimología zaidiana se llama sabiduría política. Mil palabras cuida al hombre con la claridad de la palabra.
Námaste Heptákis
La letra yerta. El pasado lunes, Cantumimbra planteó que el concepto usual de lo «políticamente correcto» no denota la ironía con el que lo mentamos, por lo que vale pensar en la necesidad de un neologismo. Él propuso tres: flexiortodoxia, ortopolítico y doxinestesia. He de confesar que el primero es el más cercano conceptualmente, pero que es feo, por ser demasiado largo y tener una doble «x» que dificulta su pronunciación; no lo imagino en una copla satírica. Ortopolítico no me gusta, pues puede ocultar lo que se intenta decir y puede servir para cosas peores. Doxinestesia suena bien, principalmente por el carácter sensible del asunto, pero requiere el deslinde de la actividad sinestésica y su distinción de la publicidad. Propongo timagogia, que nos recuerda que en el caso de lo «políticamente correcto» estamos ante una psicagogia centrada únicamente en un elemento –lo thymos-, que -distinta a la demagogia- se orienta a sectores específicos de la población y no siempre con intenciones políticas, y que sus llamados a la indignación recurrente son -en alguna ocasión- entimemas. ¿Cómo ven?
Coletilla. Qué belleza ante el horror.
¡Excelente, Námaste! Me parece que timagogia es muy apropiado y me gusta mucho. Voto por ello.
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