Caracterología

Caracterología

 

Definió la autoestima como confianza en ci-nismo.

 

Odiaba mirarse al espejo: siempre encontraba un fraude.

 

Era tan erudito que coleccionaba frases célibes.

 

Ya no sé si soy escéptico.

 

Leyendo Platero y yo me descubrí un niño para libros.

 

 

Námaste Heptákis

 

 

Coletilla. El pasado lunes 26 de marzo se cumplieron 42 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa; no hay novedades en la investigación del caso. El pasado miércoles 28 de marzo se cumplieron 7 años del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Y ayer, 30 de marzo, el MPJD convocó a los candidatos presidenciales a pronunciarse sobre las víctimas y a reunirse con ellas. Es importante la convocatoria del MPJD, pues durante la semana se atacó en medios a tres de los fundadores del movimiento. El martes, los ataques se dirigieron a Emilio Álvarez Icaza, por la alianza de Ahora y el Frente. El miércoles, un medio electrónico divulgó la noticia falsa de una alianza entre Javier Sicilia y López Obrador. Y el jueves, un periódico sirvió para injuriar a Julián Le Barón. Aprovechando las vacaciones, algunas personas inventan rumores que servirán para la guerrilla electoral.

 

La dicha inevitable

La dicha inevitable

Una mano fresca se tiende para la mía, renuente. Me abraza con una lluvia ingente para no evadirla, para no huir de mí. ¿En dónde puede estar el fin de mis dudas, si quiero verlo todo? Ningún pan termina con el hambre: el arte de hacerlo lo sabe en su persistencia. Ingenuidad real es no creer que el pan se multiplica. El pudor no puede desoír los pensamientos, pues sin vigilar las sospechas podemos ser impíos. Mirar nuestro corazón, nuestras palabras en una mirada ajena para gozar la ternura profunda de la seriedad en nuestra candidez, no es posible sin amor. El martirio sin amor es sólo exaltación, vanidad, idolatría. Es peligroso el rumor en la sensación de perfección que no escatima en elogios para nosotros, de cuya fuente mana la frivolidad. Al decir que nada hay más obvio que el amor, podemos descuidar que esa palabra vive en la caridad y en los deseos inconfesados. ¿Cómo alinear esos extremos, sin ser parciales? ¿Cómo observarnos en la luz sin desgarrarnos, sin lamentar nuestra suerte para olvidar y enterrar lo que hemos hecho?

Esa mano se abre con una gota de agua pendiendo de uno de los dedos. Inunda la noche con un beso feliz, con un gesto amable, severo. Un beso que con su agua perla la frente cansada en su disimulo. Esa agua que creemos sacar en cada mirada a nuestro fondo, ese fondo que creemos descubrir o dibujar en nuestras nocturnas meditaciones a puerta cerrada, cuando encendemos la vela de nuestras palabras, cuya luz choca contra el muro de una respuesta que sentimos velada. En los viajes hondos podemos aún ocultarnos, tomar un agua que termine la sed de nuestras inquietudes, que cierre nuestros labios anhelantes. La dicha de amar no es simple, mas no por ello rara. La dicha de amar es difícil, pero copiosa. No se requiere la ingenuidad de los instintos naturales, pues no es instintivo el amor. Parece tan fácil como no soltar la mano, como abrir expectantes nuestros labios. Cada paso y pensamiento nos abren la dificultad implícita en esos gestos. Una dificultad grácil y feliz, no una obstinación rígida. Esa vida que se espera es la que se vive, porque cada hora es una palabra posible para la gracia de nuestro anhelo que es amor.

 

 

Tacitus

La denuncia y el buen juicio

La denuncia y el buen juicio

Hace unos días apareció en el periódico español El país una entrevista hecha al antropólogo nacionalizado mexicano, Jean Meyer. La entrevista se enfoca en la situación electoral en que se encuentra el país. Las respuestas que ofrecía el antropólogo a las preguntas lanzadas por el reportero destacan por su lucidez, además de que propone una vía más real y menos ambiciosa (idealista) para solucionar algunos problemas. Evidentemente entre los temas que se trató en la entrevista, la corrupción, el narcotráfico, la violencia y el fraude (la simulación de la justicia) fueron abordados. Cuando llegó el momento de preguntar por qué es que los mexicanos no denuncian los atropellos, el antropólogo dice de una manera muy rápida, como queriendo pasar el trago pronto, que los mexicanos no denuncian porque ya saben que «no va a servir para nada”, terrible respuesta, por su cercanía con la verdad, además que dice mucho sobre nuestro ejercicio democrático: no practicamos el cambio. ¿Somos presos de la violencia? Sí, ¿hay salida? Sí.

No te preocupes lector, mi intención a partir de esta línea no es hacer propaganda alguna para las próximas elecciones. Mi intención es más modesta. Creo y veo que la violencia es un problema muy serio. Pareciera que estamos estancados, que somos prisioneros a la deriva de un mar caprichoso y sanguinolento. Inane parece cualquier intento que se ha hecho; ni siquiera cuando se juntan las grandes masas de personas para protestar y exigir se ha logrado algo duradero, real. El mar es un titán ¿cómo moverlo? Odiseo tuvo que vagar conociendo las costumbres de los hombres y sólo así pudo regresar a su amada Ítaca. Sólo conociéndonos, lector, podemos comenzar el camino para encontrar (pues nunca lo hemos tenido) el México que tanto anhelamos. Alguna vez creí que el hombre era capaz de conocerlo todo, pero hoy me doy cuenta que somos mortales, y que nuestra labor es igual de perene. El conocimiento no podrá ser nunca eterno o perfecto en el hombre, pero eso no es razón para abandonar el camino que propongo. Es motivo para hacer todo cuanto podamos por conocer y hacer algo de bien. No podemos –nadie después de Aquél puede– hacerles bien a todos los hombres, pero podemos interactuar con un buen número de ellos. Eso nos posibilita conocernos y comenzar con el ejercicio de buscar el bien entre muchos. La fraternidad está aquí. Este ejercicio no excluye a ningún hombre, la justicia no es elitista, aunque sí debe ser bien ordenada y lo más clara posible.

El ejercicio de conocer el bien, que me he permitido llamar también justicia, nos posibilita reconocer el mal. Es difícil articular un concepto de éste, pero al menos sí sabemos que es la perversión de lo bueno. El dolor de perder lo bueno, si bien no es expiación o resolución del mal, sí es motivo de cavilación, es decir, de reflexión. Reflexionar sobre el mal y el bien debería sacarnos de esta desesperanza con que Meyer nos ha identificado. No lo digo como anestesia ante la situación, sino como posibilidad de lucha directa. Denunciar sólo es muestra del sano juicio cuando reconocemos el mal. En México, denunciar parece ser una muestra de valor o una quijotada, es decir, un sinsentido, pero eso es porque creemos que lo único que hay es el mal. Ya no pensamos en el bien. Pues busquémoslo entre nosotros, no esperemos a un mesías o a un tecnócrata o a un iluso.

No dejemos todo a la deriva, seamos ingeniosos (justos) para llegar a tierra firme y salir de este terrible nada va a pasar.

Javel

Vacaciones de primavera

El verdadero descanso es para quien busca la Salvación, los otros sólo se olvidan del mundo por un rato, para regresar igual de muertos cuando ya hayan pasado unos días.

Maigo

 

Sobre las ideologías

En mis momentos de mayor dogmatismo saludo a casi cualquier desconocido sólo porque se parece a un amigo o familiar. De la misma manera procuro no salir de casa para no toparme con las mil caras hermanas de mis enemigos, quienes se cuentan a manojos. Pero un rato de reflexión me ayuda a carcajearme de mi estado. Poco consuelo resulta saber que mi padecimiento no es un invento mío, pues muchos, casi tantos como la gente que me tiene ojeriza, se dejan llevar por sus prejuicios a un nivel científicamente imposible de demostrar. Lo que sí me da risa es escuchar los grandilocuentes discursos de quienes creen que todos somos completamente diferentes, casi tanta como los dogmáticos partidarios de la igualdad.

Los prejuicios más sólidos no son los que instaura el oscuro y viscoso sistema, aquel ser que todo lo ve, todo lo sabe, y quiere mantener el poder a toda costa, sino aquellos basados en las ideas más sofisticadas. Las ideas, como el dinero, nos permiten ver las cosas de la manera como realmente no son. Adecuan la realidad a como queremos que nos aparezca. ¿Pero de dónde surgen los disfraces ideales? Al parecer, surgen de la comodidad, de las respuestas más fáciles a las preguntas más difíciles. Pero no cualquier respuesta queda con cualquier pregunta, para que una respuesta sencilla funcione debe acomodarse de alguna manera, embonar, a la pregunta. ¿Para qué sirve el conocimiento? La mayoría respondería que para conseguir un buen trabajo y ganar una buena cantidad de dinero. Si lo que se estudia le gusta a quien se arma para el futuro y le deja buen dinero, ya respondió a la pregunta de cómo ser y sentirse exitoso. El conocimiento es poder. Pero la respuesta es tan aparente como decir que el éxito es sinónimo de la felicidad.

Que nos guiemos con el mapa de la apariencia no quiere decir que en los escombros de lo aparente no se encuentre lo real. Tampoco significa que nuestras capacidades intelectivas sean insuficientes para entender el mundo. Quizá sea mejor hacernos preguntas y preguntar: ¿nos encontramos limitados para conocer los sucesos más insólitos de la realidad?, ¿entendemos los límites de nuestro entendimiento? Si no los desafiamos, no nos interesaría entenderlos. Sin intentar la reflexión de esos límites, no hay buenas respuestas.

Υαδδιρ

Tres formas del desprecio a la razón (primera parte)

¿Qué debemos entonces hacerles, o si acaso, decirles?
Buen hombre, primero advirtamos lo que adivino que ellos dirán de nosotros,
burlándose por el desprecio que nos tienen.

Platón, Las leyes, 885c.

El discurso público está muy mermado. Y no lo digo acusando a la mayoría de las personas de hablar mal o de descuidar el lenguaje. Sé que eso es natural. Sé que se da el habla en el uso, que sirve a veces a algunos de un modo y a otros de otro, que constantemente cambia, conservándose las palabras que mejor nombran lo que hablamos, adquiriendo nuevos modos, lados, aspectos, haciendo distinciones o sintetizando variedades, mutando en sus formas, y desapareciendo las que menos y menos se escuchan. Eso no es merma. No me malentienda, lector: cuando digo que el discurso está mermado lo digo más bien porque su fuente está desmejorada. Ni siquiera los representantes de los grupos dizque intelectuales, los funcionarios públicos o, en general, las personas que abanderan el discurso común de muchos, hacen con la palabra sino una labor mediocre cuando más; nefasta las más veces, a decir verdad. Parece que nuestros oradores son bufones junto a los que han sido extraordinarios en la historia y que son muy silenciosas, hasta ridiculizadas, las autoridades que aún cuidan la palabra. Repito, el descuido de la palabra no es insólito, pero es muy evidente que vivimos no solamente el descuido corriente, sino el desprecio. Ambas son formas que dificultan el cuidado de la palabra valiosa, del bien hablar; pero el desprecio provoca un mal por mucho mayor. Y no es poco notorio. Los debates entre políticos, por ejemplo, son una vergüenza. Las discusiones sobre temas de interés de todos los ciudadanos están por lo general deshabitadas de imaginación. La poesía es de nicho, los refranes desvaríos de viejitos y la filosofía una oclusión que dificulta la administración lubricada de las academias. Las ideologías defendidas por los activistas sociales parecen caricaturas de sus antiguos partidarios (y, a la vez, los que se las toman en serio parecen confinados al fanatismo extremista). Las causas que se aducen para tomar decisiones importantes, la rendición de cuentas de responsables ante la sociedad, el diagnóstico de las fallas o los males de nuestras vidas, la exposición de propósitos y planes a deliberar; todo esto en nuestros días está, con pasmosa regularidad, malhecho. Y para colmo, rara vez se cuestiona en serio, porque incluso los cuestionamientos se toman todos por igual, aunque difieran mucho en inteligencia. Así, la razón pareciera ser entre nosotros mayormente superficial, estéril, o hasta falsa.

Entre los muchos males que promueven esta degradación, noto tres especialmente relevantes para nuestras circunstancias: la idolatría de la banalidad, la timagogia y la paralógica de la acedia.

I. LA IDOLATRÍA DE LA BANALIDAD

Es un lugar común observar que, ahora que estamos «más conectados que nunca», más que nunca antes estamos alejados los unos de los otros. Nada más banal. La observación, aunque debería ser escandalosa, se ha hecho lugar común precisamente porque estamos más conectados que nunca: todo mundo lo dice y vive todo mundo hundido en palabras que señalan éste y otro millar de problemas de comunicación, entre risas. Lo hacen todos los días a todas horas y en un sinfín de sitios. Es lugar común porque se ha normalizado y se ha normalizado porque ahora, quizá menos que nunca, sabemos comunicarnos con algo más que con lugares comunes.

Éste no es un mal exactamente nuevo. Es uno viejísimo pero exacerbado por las posibilidades técnicas que tenemos. Hemos echado mano de esta tecnología para la idolatría que consagra la banalidad. Claro, los cínicos dirán que actuar así es a propósito, porque «es una ironía hacer sagrado lo más prosaico. Con ello –seguirán–, solamente hemos tomado nuestras vidas en nuestras propias manos en vez de dejarlas al arbitrio de la providencia». Lo dirán, para empezar, porque no saben lo que es la ironía y para continuar porque atienden antes a las risas de sus congéneres que a la razón, como jóvenes que se desternillan en una borrachera entre sus irreverencias. Siempre ha habido modas del lenguaje, formas fáciles para referirse a problemas complicados, tendencias a generalizar malentendiendo la variedad de las circunstancias especiales de cada caso, estereotipos y, en general, gente estúpida1. Siempre ha habido quien atraiga el interés del oyente o el del leyente con espectáculos vistosos y sin substancia (ya sea por el placer de ser enfocado por los otros, o para finalidades ulteriores). Sin embargo, hay peligro de que el lenguaje sufra ahora una atrofia a la que no estaba igualmente expuesto antes. La banalidad enaltecida se observa en toda la complejidad de la vida pública inmersa en las redes sociales: desde las peroratas sobre fake news (que ya no hacen distinción sobre si se llaman así de verdad o de farsa, si se está a favor o en contra, etcétera) hasta los memes, pasando por conceptos ininteligibles como la postverdad o el counter gas lighting y por la producción trivial de peticiones de atención (selfies, food porn, hashtags o grupos multiplicados de whatsapp). Todas éstas son formas de idolatría de un mundo sin razón en el que todo tiene realidad en la percepción solamente (fugaz, por supuesto). Por eso parece que todo es siempre parodia de algo más. Donde todo es a la vez su propio contrario, no puede esperarse hallar sentido en las imágenes; por ejemplo, no se dice viral pensando en lo espantoso de la epidemia sino en la colosal cantidad de personas afectadas (para bien o para mal).

La palabra hinchada en la idolatría de la banalidad a través de las redes sociales normaliza el escándalo. Va transformando poco a poco la vida pública hasta hacerla un mercado de sensacionalismo donde vence el que vende y vende el que más grita. Esto se fomenta recompensando toda exacerbación de la expresión. Se asume un mundo lingüístico en el que la respuesta maquinal es la única con sentido (porque es relativa) y, en ello, fomentan su propia asunción sembrándola en la percepción vana de la realidad. Esto parece asimilar el mundo humano al modelo especulativo de finanzas que dicta que la percepción de la realidad en un momento dado produce la realidad que percibe, sentando las nuevas condiciones para la nueva percepción de la realidad, y así circularmente. Quien controle la percepción no sólo manejará el mundo, sino que lo creará. ¿Hay duda de que esto es idolatría? Y así, el mundo humano se presume ilusión, la vida liviandad2. Dada tal transformación, la comunicación no comparte ni fomenta el convivio, solamente anuncia gritos disfrazados de «saludables dosis de emoción». La calidad de la emoción, la diversidad del placer, la dignidad del deseo, la bondad de la vida: todas éstas son nociones que se vuelven invisibles a los ojos pervertidos por ver sin descanso puras luces de neón. La vida conectada entre memes difiere del antiguo mal de la moda superficial del lenguaje por su magnitud, pero especial y peligrosamente, por su capacidad para el veloz deterioro de la razón. El comercio de información diseñada con fachada de extrema, nace de ese cinismo risueño con el que se cancela que lo dicho sea invitación a unirnos en la contemplación de lo nombrado. La simulación pretende que las vidas se homologuen en un ruidero bruto. Lo que estoy diciendo se ve muy fácil en los foros en los que el «chiste» de lo dicho es la mutilación de las palabras. La imagen evoca la única respuesta «sí es cierto: así pasa». Este combinado ya normalizado ahoga la posibilidad de la metáfora en la vida comunicativa. Lo dicho queda reducido a lo mínimo, a un señalamiento vano, y la sinrazón de su cacografía voluntaria es el grito, el maquillaje morboso que clama atención a toda costa entre carcajadas imbéciles simbolizadas con algún estandarizado, vulgar emoticono. Explotar la emoción y reducir la razón cuanto se pueda enloquece. Una palabra de un solo lado no es más real que el disco áureo de Odín3. Y la vulgaridad no está en el exangüe vocabulario, sino en la carencia de la imaginación para usarlo. En su negación de la multivocidad de la palabra, la idolatría de la banalidad cercena el alma. La presenta en cortes, como superficies reactivas, impulsos nacidos de estímulos predecibles (es decir, juega a que no hay tal), legibles bajo la lupa de la estadística, y en ello, nos denigra, nos va deshumanizando.


1 «Todo está lleno de estúpidos (stultorum plena sunt omnia)», le dice Cicerón a Peto, en Cartas a los familiares, IX 22 (carta 189 en la edición de Gredos).

2 Hace poco fue muy sonada la noticia de una compañía de informática que usó una base de datos de una red social recopilando millones y millones de perfiles de sus usuarios y, con ayuda de algoritmos diseñados bajo el ala de la disciplina psicológica cognitivista, dedujeron inclinaciones políticas, tendencias en problemas sociales específicos (por ejemplo, a favor o en contra del aborto, o de la censura del discurso intolerante) y modos de dirigir campañas de propaganda que manipularan las elecciones de funcionarios públicos. Los nombres del caso no son importantes para esta observación. Lo que sí es importante es que la intención de manipulación se hizo pública por un desertor de la compañía quien asegura poder ver con toda claridad la diferencia entre persuadir por medio de publicidad, por un lado, y controlar o forzar una respuesta por medio de propaganda diseñada con la base de datos, por el otro. La clave de esta distinción, dice el delator, está en el hecho de que a través del perfil electrónico una computadora conoce mejor al usuario incluso que sus amigos más cercanos, porque con éstos sólo revela una cara para cada uno, mientras que el perfil conoce todas las facetas de su vida. Aprovechar esa posición privilegiada (esto no lo dice, lo implica) es inmoral, porque en vez de persuadir en el nivel del discurso común donde todos jugamos a que tenemos poder de decidir, le aprieta los botones indicados a la maquinita humana, los que hacen funcionar tal discurso detrás de la fachada de persona con libre arbitrio, y de ese modo controla lo que el sujeto en cuestión cree que es elección. «Toda tu vida está en línea –dice este bato–, y yo puedo capturar eso, y con ello anticipar tus vulnerabilidades mentales y sesgos cognitivos (…) luego puedo decir las cosas de tal modo que indique el camino por el que quiero que vayas». Él clama que la potencia de tal programa propagandístico es la causa de la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses del 2016. Esto, supone todo el asunto, prueba la tesis de que el alma entera del hombre es de tal naturaleza que puede ser capturada en una matriz informática; lo que no considera es la posibilidad de que se esté probando más bien que la degradación del alma en la vida política la ha llevado a tal merma, que sea pensable capturarla en una matriz informática.

3 Ver Borges, «El disco» en Ficciones.

Pedro el Torpe

¡De verdad, hay un dragón afuera del pueblo!

Dijo José, quien a lo largo de los años había adquirido entre sus conciudadanos, la fama de ser un mitómano y mentiroso compulsivo. Sin embargo, esta vez no mentía.