La falacia del jardín

La falacia del jardín

Crece cínicamente en el jardín, se arropa de la vegetación que ha sido elegida para vivir ahí. La maleza crece indómita y no hay nada que se le puede hacer. Piensan erróneamente quienes creen que la violencia es como la mala hierba. Pensemos por un momento ¿por qué? Imaginemos un jardín bien arado, en perfecto orden, con sus geranios de este lado, y los tulipanes más al fondo, bajo la sombra de un robusto par de olmos. La maleza que no es deseada se arrancó desde el inicio para poder sembrar todo lo bello y curativo que sí hace bien al hombre que cuida de ese jardín. Pero la maleza con su naturaleza escurridiza ha podido dejar un pequeño tallo que se extiende por debajo de las plantas buenas. Un buen día brota, quiebra la tierra y muestra su indeseable verdor extendido por doquier. Se volverá a arrancar y en algún lugar dejará rastro de su presencia para emerger de nuevo. Pero ni aplicando planticidas se podrá erradicar su brote. La tierra misma propicia su crecimiento. Las propiedades materiales (química orgánica) permiten que la hierba se nutra y aparezca. Y no, ni habituando a la tierra a procrear sólo vegetación deseable, ya sea por su utilidad o belleza, dejará de crecer hierba mala. Un campesino lo sabe, un jardinero lo aprovecha. El campesino sabe que siempre se tendrá que esquilmar la tierra, y el jardinero agradece que haya trabajo para él. La hierba no es mala, hace estorbo a las finalidades comerciales o estéticas del hombre, pero se arranca (solución momentánea) y se sigue el proceso.

Con la violencia no es igual. La agresión por lo regular nace de un mal entendido, de una falsa y peligrosa interpretación de lo que es el hombre. Como ejemplo el nacismo, o el proteccionismo, o el hombre atribulado que no teniendo para comer y que al pedir ayuda se le niega, rompe en llanto y furia para ir a arrebatar lo que se le negó. Quizá pidió de mal modo y no fue entendido y se le despreció y ahora vive pensando que hay hombres que se ríen de él y de los que son como él y les llama Estado, gobierno, ricos, burgueses, conservadores, políticos, etc., etc. Ahora ha robado y quizá mató; alguien pide que se le expulse, que se arranque esa mala hierba del jardín, y se le confina a un lugar reservado para estos maldicientes de las buenas costumbres. Error, pues la hierba se seca, y después sirve como abono o a veces alimento para los animales. La discordia entre injuriados no se extingue, se aviva más, se justifica, se nutre. Entran rechazados y salen odiando al género humano. Las condiciones ideológicas ensanchan el sentimiento de aversión y dolor de estos hombres. La justicia positiva dice que aparta al mal del bien, como quien aparta la cizaña del trigo, pero esto bajo el presupuesto de que la conciencia, el foro interno del hombre, no existe. La hierba no puede ni fingir, ni arrepentirse, ni fingir arrepentirse, el hombre sí.

Si el hombre en verdad no tuviera conciencia, pero cometiera crímenes, alejarlo de la comunidad bastaría, puesto que toda su naturaleza sería preclara, no habría nada oculto. Ese hombre es malo, jamás va a cambiar, mejor que viva aparte pues no se puede arrepentir ni aprender otro modo de conducirse. Que muera solo. Esto último en los exilios que padecían los judíos o en la excomunión de los cristianos era terrible, pues no sólo se desprotegía de casa y alimento al expulsado, sino de la compañía de aquellos con quienes convivía, él ya no era parte de la comunidad, y peor aún, no podía refugiarse en la idea de bien, pues también de ahí era expulsado: sin dios y sin patria errante iba por el mundo. Esa expulsión era la muerte, sólo en quien entendía su soledad. En la regeneración que buscan los sistemas penitenciarios, no hay esa conciencia, pues no se aparta de una comunidad al inculpado, sino que se le justifica la falta de unidad “sólo me acercan a los que en verdad se preocupa por mí”. En nuestra desproporción política, la justicia parece una ingenuidad o un cinismo: “¿de qué orden me hablas?, sólo veo lucha por sobrevivir, déjame trabajar”.

Pensar a la justicia como un cegador, es un cinismo moral y ontológico que atenta contra la verdadera humanidad. Pues declarar que solo es hombre el que es siempre bueno, es excluirse a sí mismo o ¿bajo qué medida?, porque, pedir claridad a hombres de nuestro tiempo no es sensato, lo mejor es tratar de conocernos, para no cometer estos errores. Que la palabra nos convoque a descubrirnos y no a separarnos. Creo que desde esa unidad y búsqueda por la verdad, podremos actuar más prudentemente ante el mal.

Javel 

Para comenzar a gastar: En un pequeño coloquio ofrecido en la biblioteca Vasconcelos, la escritora Guadalupe Nettel dijo que de la novela le sorprende el hecho de que son «dos subjetividades que se encuentran, la del lector y la del escritor. Sabes que una novela es buena porque conectas con ella. Hay un escrito que te entiende y te explica.»

Como bien se ha dicho, una verdadera forma para comenzar a actuar correctamente y sobre todo en relación a soluciones para apurar y promover la justicia y la paz, lo primero es conocer la situación, en este sentido, la palabra de los expertos sí vale la pena ser escuchada, por ello hay que poner atención a lo que pasará con las propuestas que reportó Héctor de Mauleón esta semana.

Como gasto inútil aparece el enrejado y los torniquetes en Ciudad Universitaria, pues como bien dijo una alumna, «sacaron a los lobos de su cubil, para colocarlos en el camino de los estudiantes». Ahora es obligatorio cruzarse con estos norcomenudistas en el camino; antes era opcional ir hasta su (conocida) guarida. El debate, creo yo, ya no es debate, pues no es problema el consumo de marihuana, sino su ilegalidad. Lo que genera la violencia es el terreno fértil del monopolio del que las autoridades están bien informadas.