El engaño de los trágicos
Conocí la poesía de Antonio Deltoro [Ciudad de México, 1947] una tarde triste. Abatido por la crueldad de lo humano, tomé un libro y me refugié en los versos. Vi el dolor de mi dolor, reconocí en las letras los contornos de mi pesar, leí palabras que susurraban los suspiros de mi desconcierto. La lectura no me sumergió en una tempestad inabarcable ―que ya parecía así la vida―, sino que en el camino de los poemas de Deltoro reconocí mi altura: sus árboles enhiestos asombraban mi fragilidad, su luna luminosa clarificaba mi confusión, su tristeza esperanzada esperanzaba mi tristeza… Antonio Deltoro oculta una sonrisa cálida entre gélidos versos dolientes. Desde aquella tarde reconocí en el poeta una dichosa compañía para los días malos, a veces para los peores.
He vuelto a Deltoro en la semana entristecido por mí, entristecido por él. Me entristece la enfermedad del poeta; entristece el lector por la enfermedad espiritual que lo rodea. Don Antonio en coma; yo sin poder explicar que por temor alguien que parecía distinto renuncie a la felicidad. Quizás ambos, el poeta y el lector, sobreviviendo. Quizá nadie sepa hasta cuándo.
Leo el poema “Sobrevivencia”, del hermoso Los árboles que poblarán el Ártico [Era, 2012].
Una vez viste la verdad,
ya no te acuerdas.
Llueve
y sonríes
al sentir la lluvia
que, muchos años después,
sigue cayendo.
Qué maravilla reducirse,
concentrarse,
no salir,
no abarcar,
quedarse con la lluvia,
no con el trueno y el rayo
que enceguecen
al oído y al ojo
cuando caen
juntos, los dos,
al mismo tiempo.
¿Cuál es el tiempo del poema? Por los primeros dos versos podría decirse que desde un futuro hipotético se evoca un acto del pasado, y desde ahí quien habla en el poema juzga la situación entonces presente y exhibe una decadencia. Podría decirse que el poema ve una felicidad pasada que se reconoce perdida en ese futuro hipotético que se hace presente, como quien asume la inevitabilidad de los cambios, la tiranía del tiempo, la visión trágica de la vida. Porque evidentemente es más sencillo asumir fácilmente que la vida se torna trágica, a esforzarse por explicar la propia vida. Porque es más sencillo asumir que la verdad puede quedarse en el pasado y que el futuro siempre es lo terrible por venir. La sabiduría de los trágicos, empero, nunca será sobrevivencia.
La verdad sólo puede ser olvidada cuando su visión no es temporal, pues una verdad temporal ―¿acaso hace falta decirlo?― no es verdadera, sino sólo una opinión adecuada. El tiempo del poema no es, pues, aquel que podría decirse como un futuro hipotético, sino la experiencia de quien está negando la verdad que ha conocido, la niegue en el tiempo en que la niegue. El tiempo del poema es el tiempo de la existencia. El poema le habla a quien en su existencia está negando la verdad que ha visto. Y no sólo niega, sabe que la niega: llueve y sonríes. Nadie que haya visto la verdad puede ocultársela, aunque haga todo el esfuerzo por olvidarla, por desviar la mirada, por distraerse con otras cosas, por fingir que no es quien es. He ahí el error de los trágicos: conocen la verdad pero prefieren el estruendo, han visto la verdad pero quisieran que sólo fuera el trueno y el rayo que enceguecen al oído y al ojo. Parece que los trágicos, por creerse hijos del Tiempo y olvidarse hijos de Dios, no reconocen que el estruendo que aterra cae al mismo tiempo, junto con ellos, pero en medio de la lluvia. Parece que olvidan que la lluvia sigue. Parece que olvidan la verdad. Y frente a ellos, mirándolos, bajo la lluvia, alguien está sobreviviendo.
Námaste Heptákis
Coletilla. Esta semana aprendí que quien no sigue mis consejos tiene éxito, en lo cual concuerdan los del mundo y los que quedan (si quedan).
«…Ya estoy en la calle, la llovizna cae, y viendo yo la manera como llueve, estoy seguro de que a lo lejos, perdido entre las calles, alguien, detrás de unas vidrieras, está llorando porque llueve así.»
«Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro…»
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Y a ambos añadir a Ramón: durante la tormenta es cuando hay que aprovechar para poner en hora los barómetros.
Gracias
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