La destrucción de la violencia engendrada por la búsqueda del poder (en todos sus recovecos) es tan estruendosa que nos dificulta oír las inhalaciones y exhalaciones de los adictos, carne latente para los sacrificios al descontrolado poder. Las llamas de la violencia que cercena cualquier posibilidad de vivir tranquilamente, las que degüellan las decisiones políticas, nos inmovilizan a tal grado que consideramos ese el problema principal de la lucha por el control. El adicto, escondido en su propio rincón o enredado en el frenesí festivo, es relegado al olvido, dejado en el segundo escalón. ¿Cuál es el problema central, la disputa por el poder o el saber el porqué se genera la adicción?
La pregunta por la causa o las causas de la adicción podría generalizarse no sólo a las sustancias ilegales, sino también a las legales. Esa diferencia nos ayuda a notar la influencia de la sustancia en la causa de la adicción, pues hay sustancias cuyo control es mayor en los adictos; hay sustancias que devoran con mayor rapidez; aunque todas dañan según la frecuencia en la que sean consumidas. Pero, ¿por qué se prefiere una sustancia a otra?, ¿por qué hay quienes no se vuelven adictos pese a consumir varias veces sustancias como el alcohol o la marihuana? Hay muchas respuestas que se presentan sin ser convocadas, clichés de quienes no pueden entender las adicciones, como encontrar la causa de una adicción en el factor social o en la curiosidad adolescente o en una mezcla de las dos; es decir, una persona tiene necesidad por una adicción debido a que la influencia de los amigos es decisiva o el afán por experimentar diversos estados de ánimo impera cuando apenas si se sabe cuáles son las propias aspiraciones. Estas respuestas denigran, no sólo porque apenas si buscan asomarse en el alma del adicto, sino porque dejan de lado al adicto en solitario o a quien consume, pero quiere dejar de hacerlo.
Marmeládov, uno de los personajes más miserables de Crimen y Castigo, sabe que el alcohol ha arruinado su vida, ha agravado la locura de su esposa, ha orillado a su hija mayor a conseguir dinero rápido (camino por el que quizá su hija menor también deba deambular), pero no puede dejar de consumirlo. Intenta olvidar su pena mediante el alcohol, aunque sabe que la agrava; busca esa situación para volverse más miserable, pues él sabe que lo merece. Su culpa es su castigo. Pero su principal culpa es saberse en falta con su esposa, en hundirla lentamente junto con él. Tal vez Marmeládov, luego de ver y soportar tanta miseria, no podía ver nada más y por eso caía constantemente al fondo de las copas. Un adicto podría ser alguien así, quien no conoce mejores momentos que los provocados por la sustancia dentro de sí, quien no ha experimentado momentos felices, quien en su determinante sopor o exiguo éxtasis no ve lo bueno.
Yaddir