Mirada de Paz I

Mirada de Paz I

 

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Aprendemos a leer poesía leyéndola. Los poetas son los maestros de lectura de la poesía. Los poemas son el lugar en que los poetas enseñan. El poeta lector de poetas es maestro de lectura de la poesía en su sentido más público, más político, más crítico. Octavio Paz, poeta, meditador sobre la poesía y crítico, fue un gran lector de poetas y con su mirada a la poesía de los otros también nos enseña sobre eso que es poético.

         Leyendo la poesía de Ulalume González de León, Paz afirma: “para ella el lenguaje no es un océano, sino una arquitectura de líneas y transparencias […] sus poemas son objetos hechos de sonido, pero el ritmo poético que los mueve no es un oleaje sino un preciso mecanismo de correspondencias y oposiciones. Al oírlos, los vemos: son geometría etérea. No obstante, si queremos tocarlos, se desvanecen. La poesía de Ulalume no se toca: se ve. Poesía para ver”.

         Leo el poema Huellas:

Tu ausencia

se espesa si la pienso:

huella visible de tu cuerpo

 

Tu presencia

borra todas las huellas

quiere ser recordada como luz

 

La huella de la luz está en un sitio

donde tú

no estás ni presente ni ausente

Si nos ceñimos a la oposición señalada por Paz, el poema presenta claramente la diferencia entre lo que se puede tocar y lo que se puede ver. Lo que puede ser tocado, empero, no es meramente táctil: tocar no es dinamismo automático de los cuerpos en el espacio, sino actividad libre de los hombres en el tiempo. Sólo el hombre toca porque evoca. Lo visible, en cambio, sólo se evoca porque provoca: ver es la provocación imaginaria del deseo. “El poeta ve al tiempo mismo en el momento de su desvanecimiento”, añade Octavio Paz. Las huellas, en Ulalume, en Paz y en la vida diaria, son siempre una tensión entre lo visible y lo tocable. Ni cualquier marca es una huella, ni todo lo que deja huella se ve fácilmente. De ahí que reconozcamos imprevistas huellas insospechadas, de allí la dificultad para borrar nuestras huellas.

         El poema tiene una huella inquietante: los dos puntos. ¿Qué dibuja Ulalume con esos solitarios dos puntos? Primera respuesta, y sencilla, Ulalume dibuja la soledad que se presenta en el poema. Los dos puntos son la pareja equidistante cuya separación se sabe y se comprende huella. No es huella por el mero pasado compartido, que el pasado no es necesariamente equidistante; sólo equidista el pasado que nos importa, el que nos hace ser lo que todavía somos. No es huella como la marca indeleble que identificaría un psicologismo romántico, que eso es empobrecimiento del presente. Ni es huella como el desgarre a futuro de lo insatisfecho, que eso es una vana obsesión. Hay que pensar la huella de la pareja equidistante.

         Los dos puntos del poema tensan la correspondencia y oposición entre el pensamiento y lo corpóreo. El pensamiento espeso no es solamente una metáfora, sino una descripción precisa del sentimiento de la ausencia. Caemos en la cuenta de la ausencia cuando la espesura de los pensamientos, como la del bosque, no permite claridad alguna. Mientras que en la ausencia, lo corpóreo es lo plenamente claro: queda en la mano el vacío de la caricia, entre los dedos sopla la vacante del juego, los brazos se alivianan de abrazos, entre las piernas vahea un desértico silencio… La claridad de lo corpóreo contrapuesta a la emboscadura del pensamiento: la huella de la ausencia.

         La huella de la presencia, en cambio, sólo sale a la luz en la evocación. “Tu presencia borra todas las huellas” no habla de la presencia material, sino de la presencia corpórea, de ese cuerpo que es materia evocada, tiempo vivido (Xirau dixit), caricia pasada. La presencia que borra todas las huellas es la del recuerdo de la persona amada que viene a la presencia por el amor mismo, por los caminos tantas veces recorridos. En la evocación amante, el cuerpo hace presencia en los labios anhelantes, en la inhalación fragante, en esa suspensión de la vida que llamamos suspiro. La presencia “quiere ser recordada como luz”, no como una imagen, no como un recuerdo, sino como esa experiencia cegadora que nos hace cerrar los ojos ante la totalidad corpórea y presente de quien ama. La luz no es, por tanto, un instante que sólo pueda ser recordado, no es un punto desvanecido en el tiempo. La luz es un lugar: el lugar en que se encuentran los amantes. Por ello en la luz “tú no estás”: estamos. La falta de luz, ahí donde el amor no enceguece, es donde no es posible vernos y sólo puede verse cada uno, donde cualquier marca es una huella, donde toda huella se ve fácilmente.

         Concluye Paz su lectura de Ulalume González de León: “la poesía no es ni puede ser sino el parpadeo del tiempo, el signo que nos hace el tiempo en el momento de su desaparición”. Octavio Paz señaló los signos de la construcción ulalumeana, los parpadeos que son difíciles de notar para el lector primerizo. El lector, encaminado por la mirada de Paz, puede andar entre los signos para orientar su vida. El lector, de la mano de Paz, puede descubrir que a veces el poema es un guiño del pensamiento.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. ¡Bravo! Por primera vez alguien le escribió un discurso bien planeado al presidente. Tan bien estuvo el discurso sobre la decisión de Donald Trump de enviar a la Guardia Nacional a la frontera con México que los críticos de Peña Nieto tuvieron que amenazar a una nube (Jorge G. Castañeda), apurar la intemperancia (Julio Hernández), o simplemente inventar un chisme (el directivo de Reforma tras F. Bartolomé). Claro, hay que entender que entre los críticos, quienes no están en campaña, juegan su propio juego de periodismo ficción.

Coletilla. “Quien lee de modo superficial palabras maravillosas, hace que también su corazón se vuelva superficial”. Isaac de Nínive