Ojalá sea la luz
El hábito bueno perfecciona la vida, el malo la corrompe.
Todos como candelas encendidas juntan las llamas que poseen y se enriquecen en un fuego común.
F. G. Olvera
Y a fin de cuentas, ¿cuál es la labor de un maestro? Para esto tenemos que discernir sobre aquellas actividades y hombres que dicen educar. Después tenemos que decir algo respecto de la educación. Los hombres que dicen educar son dos: uno es el profesor, otro es el maestro. Profesor es el que profesa; profesar es adherirse a un dogma sin cuestionarlo y pedir que no se cuestione. Profesar es acercarse a las palabras como quien se acerca a la zoología desde un libro ilustrado. Ahí está el animal, ¿ahí está la naturaleza? El profesor dirá que sí y que aprendamos esto. Y quizá no es que sea un tirano, sino que no sabe enseñar, le da miedo enfrentarse a la espontaneidad de la vida; a la vitalidad del discurso. En fin, el profesor es aquel que toma un libro de texto y nos dicta o muestra, pero desde la sapiencia de otro. Jamás dirá “no le crean nada a este libro”.
El precepto último sólo lo dice –y lo dijo desde que lo conocí– un maestro. No creer en nada no significa arrojarse estúpidamente al escepticismo, hay hechos que no puedo eludir: como que “hablo y ustedes me entienden”. No creer en nada es aprender a escuchar, y a ver “no con los ojos de la cara”, sino con la inteligencia. No creer en nada es un acto de humildad intelectual y por ende vital. No creer en nada es tomarse muy enserio la labor de investigar, para una vez sabiendo algo comenzar así: “Parto pues del hecho de que sé hablar y sé escribir y de que hay otros seres semejantes a mí, que saben leer y entienden lo que digo.” El maestro sienta las bases, no las diluye, las cuestiona junto con sus estudiantes. El buen maestro dice lo que piensa de una forma clara y estructurada. Pero la claridad que es la manifestación de la luz, nos hará ver sólo si ponemos atención “No anoten, escúchenme a mí”, porque educar es ante todo una experiencia estética. Es el fenómeno de la inteligencia que busca el orden del hombre en el universo, es decir, aquel que busca su justa proporción: la belleza de –y en– su ser. Para lograr esto, el lenguaje debe de ser claro, pero sobre todo, vivo: perfecto.
El maestro es el que trabaja con la luz (analogía con la inteligencia) que también es fuego (eros) en el caso del hombre, para ayudarlo a ver. Porque el maestro confía en que hay luz en sus alumnos, es decir, una llama que puede ser atraída por su igual. Todos entran (entraban) en tu clase. Para todos había atención. Yo que no sabía escribir “ejercicio” (ejersicio) aprendí, porque a nadie querías dejar fuera del ejercicio del buen lenguaje. Tu fenomenología era sobre el lenguaje. Y el otro siempre apareció ante tus ojos no como un objeto de estudio, sino como el prójimo que se acerca a mí; no era un ser extraño al que debo auscultar, sino al que le debo estrechar la mano ya que vive conmigo en el habla cotidiana. Imagino que por eso eras tan precavido. Porque sabías que con las palabras uno puede herir de muerte malsana a los hombres (hiriéndose uno al mismo tiempo) y por eso nos dejaste grandes pistas que apenas voy descubriendo: Por eso nos dijiste una vez: “Yo creo que hay un lugar después de la muerte al que yo llamo cielo o paraíso, en donde uno se encuentra con su seres queridos”. Porque, para ejercitarnos en la búsqueda de la verdad sin caer en el absurdo o el abismo, hay que creer en algo superior. Yo también creo eso. Ojalá sea así.
Ahora que ya no estás, yo no te creo, porque nos dejaste un par de mamotretos a fin de no abandonarnos en la obscuridad de estos días aciagos. Para la muerte nos preparaste, mientras tú reflexionabas. ¡Gracias, maestro!
Javel
Palabra: Recuerdo que me enseñaste a ver que mi palabra favorita y quizá mi sino era recordar, es decir, traer de nuevo al corazón.
Te recuerdo en clases, pero el recuerdo más claro que tengo es éste: estás sentado en tu escritorio, el de tu oficina, y lees un libro muy grueso que se titula Ideas. Me despido de ti (usted) y me señala un letrero en la ventana «si no leo, me aburro».