Beso en silencio

Beso en silencio

El problema de que discurra la carne políglota terca, es que cancela la seducción de la palabra; el ingenio del seductor tiene como límite y como acicate la perennidad de la carne, que no es misterio, sino todo lo que hay. El verdadero amante discurre entre beso y misterio; entre verdad y tristeza; entre alegría por el cuerpo y plenitud hallada en lo común humano. Quizá por eso el poema es tan eficaz, Ana, por ser pensamiento perfectamente dilatado por la llama de la pregunta: ¿Por qué me amas?: Esa impertinencia que aborrece el mal amante, y que en medio del silencio carnal, el amante verdadero la encuentra sensata y salvífica, llena de éxtasis.

Quizá también por eso sólo el amante verdadero disfruta más del beso y del abrazo. Y cual tierno canalla te dice temblando: “Sé que te amo, pero no sé bien decir por qué.” Este misterio gozoso es el que ignora, por voluntad, la carne políglota terca, que se pudre y envicia por sí sola.

Y es que la carne nos acerca a la medicina, pero nos aleja del dios. Todo se hace posible, medible, fácilmente reemplazable. Y no hay hombre que soporte la tan apisonada existencia, menos los amantes que buscan y se equivocan y juegan alegres y piden perdón por el temor que temen a alejarse ¿ves?

…pero los carnívoros sólo lastiman y lloran en secreto y nunca dicen nada para salir de su triste fantasía.

Javel

Voluntad sin poder.

No hay frase más soberbia que la que dice que querer es poder, porque suele suponerSigue leyendo «Voluntad sin poder.»

La intelectualada está flaca

He de confesar que me gusta leer Twitter. Tal vez me agrade la sensación de creer que me estoy enterando de todo. Si todos pueden decir cualquier cosa para que sea leída por cualquier persona, eso quiere decir que todo está ahí; al menos eso parece. Las tendencias marcan la moda de todas las conversaciones; son hechas por todos para todos. Dirigen lo importante de ser mencionado; mucho más importante, dictan lo que todos deben decir. Por ello, muchos han creído ver en dicha red social la voluntad de lo social, la herramienta para saber qué están pensando todas las personas. Es evidente que exageran, pues la voluntad tecleada no pasa de ser un gusto y opinar con rapidez, fluidez y brevedad con suerte podría considerarse una opinión. ¿Pueden escribirse ideas interesantes en caracteres limitados? Es obvio que sí, pues los aforismos, las greguerías, las sentencias y los versículos lo evidencian. El problema es si en una red social se puede leer con la calma y profundidad que requieren dichas formas literarias. La frase “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” cabe varias veces en tuit, pero tarda varios años en ser comprendida. En Twitter no se enseña a leer bien.

Parte de la limitación de Twitter es que no ayuda a sintetizar ideas complejas, sino a simplificarlas. El mejor ejemplo de ello se presentó el domingo 27 de mayo cuando un grupo de intelectuales, y sus seguidores, cercenó la idea de un ensayo para desquitar sus frustraciones políticas. El texto cercenado tenía como idea central que los candidatos presidenciales en México eran malas opciones para gobernar el país. El escrito, en lugar de invitar a no votar o anular el voto, invitaba a votar; el ensayista decía que él votaría por el candidato que ocupara el segundo escaño en las preferencias marcadas por las encuestas, pese a que ese candidato también tan malo como sus pares. Los tuiteros no entendieron la ironía; tampoco entendieron qué nos quería decir el ensayista con la ironía. ¿Por qué votar pese a que los candidatos no fueran lo suficientemente aptos para dirigir un país? Porque la democracia es más importante que cualquier preferencia o gusto político. Sólo votando democráticamente se evita la hegemonía política.

Una de las pruebas más fuertes para creer que Twitter dirige lo que debe decirse es la inversión que se realiza por parte de los políticos para poner un tema sobre la mesa. Esto se realiza cuando se contratan ciertas cuentas para hacer tendencia un ataque político; la marea de la red se encargará de que los demás tuiteros hablen de eso. Seguir la marea conducirá a simplificar la experiencia política, como los usuarios que, sin darse cuenta, el domingo mostraron su pésima capacidad para entender lo que leen. Fueron tan malos lectores como los candidatos criticados. Si seguimos leyendo a tuits, leeremos mal, con todas las consecuencias políticas que eso lleva consigo.

Yaddir

Hexagrama

Hay un pesar de barro bajo el pecho. Es propicio buscar al sabio en el norte. Los amigos del este y del oeste se aparecerán. Nada malo.

Gazmogno

Águila

La fría gota que se deslizaba sobre sus apretados dedos de los pies, chocó súbitamente contra la pared de tela que los gastados zapatos pusieron para mantener intacto el calor del cuerpo. Sus manos apoyadas sobre las temblorosas rodillas que a duras penas mantenían de pie su cuerpo, buscaban algún asidero dónde encontrar el descanso que a su respiración se le había negado desde hacía una media hora. No es que no valiera la pena tratar de sobrevivir en un mundo infestado por vampiros, pero después de veinte minutos de una intensa sesión de Parkour, de la cuál depende tu vida, es común que más de uno se pregunte si no es mejor ser un juguete de carnaza, de esos que afilan los dientes vampíricos. Tal vez sobreviviría otros dos o tres días, teniendo las precauciones que hasta ahora le habían mantenido con vida, alejarse de las sombras, bañarse en aroma de ajo, y no dejar de santiguarse ni aunque se le pompa la nariz cada vez que una estruendosa blasfemia desgarra el cielo nocturno. Todos los detalles cuentan, todos y cada uno ahuyentan a su modo a esos seres que de la noche a la mañana se habían apoderado del mundo. Fue en ese preciso instante, tal vez el único lo suficientemente largo como para reflexionar acerca del mundo que le rodeaba, en el que César, se preguntó cuánto tiempo llevaba en la huida, ¿dos, tres días? No lo sabía exactamente, y su respiración no había logrado apaciguar su pulso cuando con terror, se dio cuenta de que su suerte era más bien una maldición, o simplemente era lo que acontece en la víspera del fin del mundo. Cualquiera que fuera la causa, el efecto terminó por ser el mismo: al ver el Cielo, César supo que el sol no se volvería a ocultar durante los próximos seis meses.

La amargura tiene futuro

La amargura tiene futuro

 

Parece que la crónica y los artículos periodísticos están condenados a la caducidad, pues su sentido y su oportunidad se afianzan al transcurrir de los días, tanto como su finalidad da la apariencia de —como dijo Eduardo Nicol— “empantanarse en lo anecdótico”. Y esa apariencia debería tornar exagerada cuando ante un libro de artículos periodísticos y crónicas estamos. ¿Qué sentido tendría para los renglones torcidos de la cotidianidad aspirar a la perseverancia de las líneas de los libros? ¿Cómo justificar la conformación del horizonte limitado de las horas en la palabra perdurable de los libros? Se alegará que el valor literario eterniza lo efímero, aunque no lo sabremos si leer no sabemos; o que desde Lisias los libros se han atado a la circunstancia, lo que se agrava cuando nuestra circunstancia es que no leemos; o que los libros son productos de mercado —y piratería—, aunque de ello no saquemos nada claro. De ahí que resulte asombroso encontrar un extenso libro de crónicas y artículos periodísticos cuya oportunidad está en el futuro. Me refiero al nuevo libro de Guillermo Sheridan Paseos por la calle de la amargura y otros rumbos mexicanos [Debate, 2018].

         Dividido en siete secciones, Paseos por la calle de la amargura reúne las crónicas y los artículos periodísticos que Sheridan ha ofrecido en los últimos años. Por sus páginas lo mismo caminan emperifollados los rasgos “culturales” de la corrupción mexicana, que asoman esperpénticos los miembros de la nobleza sindical, o convidan impúdicos radicales de toda laya e intelectuales comprometidos de boina y morralito, mientras liban indecentes a un nuevo ídolo los revolucionarios de café y bayoneta acompañados de los esperanzados de mitin y redes ciudadanas, o caminan desprevenidos creyentes, espías afortunados, poetas agraciados y uno que otro despistado. Más de quinientas páginas de letras circunstanciales reunidas en un libro indispensable para nuestro futuro.

         Paseos por la calle de la amargura mira al futuro como indiscutible semillero de ideas e investigaciones. Será indispensable, por ejemplo, para entender la correspondencia entre Octavio Paz y Carlos Fuentes (cuya edición está próxima a aparecer gracias al trabajo de Malva Flores), y entendiéndola será necesario para pensar las posibilidades de la amistad literaria (y ese investigador futuro deberá, también, abrevar de otro estudio sherideano, pero sobre la amistad de Alfonso Reyes y Julio Torri, contenido en Señales debidas [Fondo de Cultura Económica, 2011]). O bien, para orientarse en el tejido de las historias de la intelectualidad en el 68, sus relaciones con el incomprensible Gustavo Díaz Ordaz o con el gobierno populista del presunto asesino Luis Echeverría Álvarez. Se entenderá que dichas historias nos serán indispensables ante gobiernos populistas o incomprensibles gobernantes.

         Dos son las secciones del libro en que la investigación del pasado destaca por su oportunidad presente y futura: los documentos de la CIA que conciernen a la operación política y literaria en México, y los fundamentos ideológicos de la normal rural de Ayotzinapa. En cuanto a los primeros, Sheridan destaca la confusión recurrente en las investigaciones del caso JFK y de los hechos del 2 de octubre de 1968, derivada de los testimonios imaginativos, paranoicos y fantásticos de Elena Garro; así como la grilla ideológica en los reportes de inteligencia, con más de una consecuencia interesante en la historia literaria: Rulfo, la revista Diálogos, Emir Rodríguez Monegal, el MURO y el caso del espía más estúpido del mundo (ahora articulista de un diario combativo y ménade de la tropicalidad). Sobre Ayotzinapa, Sheridan vuelve a la pregunta olvidada: ¿quién envió a los normalistas a Iguala? Por las pistas que deja para una investigación futura se va componiendo el mosaico de la ideología dirigente de Ayotzinapa, su historia política, sus relaciones con otros grupos de activistas, okupas y ultras, la descripción de sus técnicas, estrategias (o falta de ellas) y modos, así como el bosquejo de su acción posible ante un escenario gobernado por la que se dice izquierda. Libro de oportunidad presente y futura.

         El logro más importante de Paseos por la calle de la amargura, empero, es la selección de las crónicas. Si bien las crónicas traslucen sus observaciones por el filo del minutero, la perspicacia en su mirada y el buen tino de su inteligencia permiten a Sheridan ofrecer una tipología de los rumbos mexicanos. Nuevo Teofrasto, su catálogo de caracteres de la mexicanidad menándrica (y colonias bananeras anexas) reúne los temas y los tópicos que quisiera perseguir toda policía moral. Oportunidad futura para un libro que, en la dictadura moral, nos permitirá reconocer la caricatura de la honestidad valiente, la hipocresía de la república amorosa, el absurdo de la fascinación por el líder. El nuevo libro de Guillermo Sheridan es una presencia necesaria en nuestro futuro, alegría indispensable para cuando la patria deambule por la calle de la amargura.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Alguien se aplicó con una buena estrategia para la campaña de Meade y en la semana ganó perdiendo. El consenso general se mueve entre dos polos: se equivocó al señalar a Nestora, o acertó al poner en el centro a las víctimas. Yo no comparto ninguna de las dos opiniones. Alguien en el equipo de Meade vio con claridad que tras el debate, hoy es la fecha importante porque se cumplen 44 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, y es quizá la última oportunidad de usar el caso para la campaña. El uso lo tenía pensado el equipo de López Obrador, quien ayer se presentó en Iguala. ¿Cómo detenerlo? El equipo de Meade puso en discusión el caso de Nestora Salgado y con ello no sólo impidió la presencia de la “comandanta” en el mitin de Iguala, sino la publicación de la nota que pedía el lopezobradorismo y con ello contuvo el uso del caso para la campaña. Mientras, todos los sesudos analistas se fueron con la finta.

El temple del alma

El temple del alma

A veces la tranquilidad es confundida con la displicencia. No siempre poseemos buen ojo para distinguir las peculiaridades más remotas de nuestro estado de ánimo, llegando a creer que el problema en verdad profundo en torno a nuestra natural emotividad se agota en la contraposición entre el sufrimiento y el placer, lo cual determina las ideas que poseemos en torno a la capacidad de entender nuestras satisfacciones y desventuras moralmente (o inmoralmente). Cuando se escuchan palabras que le otorgan peso a la moderación de inclinaciones y propósitos, el prejuicio se mezcla con lo que en realidad deseamos: aplaudimos el tesón de quienes viven con cierta distancia con respecto a la rapidez del impulso, pero también nos vemos impedidos para ser moderados. Una brecha, llena de niebla, se abre en el terreno caluroso y espinoso por el que camina la apreciación de nosotros mismos y de otros, que separa el acto moderado del respeto ante la moderación. Hay grados entre la ofensa, la recriminación y la amonestación que deben distinguirse para lograr reconocer el problema de los buenos actos en la vida cotidiana, y de la exhortación hacia ella, que parecen fácilmente asequibles de manera ocasional, pero que también se envuelven en una ambigüedad que imposibilita las generalidades. La hipocresía no es un deseo del engaño por el placer de la mentira, sino de los beneficios que esta trae: el encubrimiento es placentero porque nos permite saborear algo que sólo nos figuramos, aunque la hipocresía sea la prueba de que lo desconocemos casi completamente.

Quizá esa distancia que hallamos entre la moderación y la posibilidad de encomiarla superficialmente sea paralela a la dificultad que le es inherente a la reflexión poco cautelosa de separar lo vergonzoso de lo reprobable por el ojo público. Es verdad que en la vergüenza la existencia del otro es importante, pero no lo esencial. Lo vergonzoso no es la presencia del otro, sino el acto, o incluso el deseo, eso es lo que da vergüenza y lo que introduce la imposibilidad de referir la vergüenza a lo abstracto. Es claro que la estima de uno mismo y la de los demás nos juega malas pasadas cuando tratamos de juzgar moralmente. El deseo de levantar vergüenza en otros para orientarlos al examen de sí mismo tampoco puede estar exento de examinación. Este problema parecería reducirse incómodamente a la cuestión de distinguir entre las cualidades de otros y las nuestras, para lo cual solemos usar una medida caprichosa. El capricho no consiste en querer un mundo a nuestra medida, sino en el deseo abarcar el bien con una mirada fugaz; la fuga del relativismo ha de llevarnos a caminar con pasos lentos hacia el problema que es la posibilidad de vivir bien. El apasionamiento de la vida buena no se agota en las exhortaciones hacia ella, sino que más bien parecen una consecuencia posibilitada por los encuentros con almas distintas entre quien posee el gobierno de sí mismo y quienes tienden a él, o incluso entre quienes francamente se hallan lejos de él.

¿Cuál es el verdadero problema que se halla bajo el vínculo entre lo erótico y lo vergonzoso? Para orientarnos sin requerir de la confrontación popular entre el prejuicio y la libertad progresista, habría que observar que ambas pueden defenderse de manera vulgar. Lo decisivo no es la exposición del cuerpo: la desnudez no impide la moderación frente a lo bello. Ese misterio del hilo que se tiende entre las miradas y el deseo de una palabra puede volverse digno de distancia sin necesidad de mojigatería. Parecería, por la experiencia de lo erótico de nosotros, que lo fundamental, lo primordial de dicha experiencia siempre se da de hecho: que la posibilidad de escoger escucharla o no supone dicho carácter de importancia privilegiada. En ese sentido, todo discurso sobre las diferencias en el erotismo parece secundario. Pero la naturaleza no es tan sencilla. Probablemente, la idea griega de la existencia de partes contradictorias en el alma, sin romanticismos, explique algo que no se capta cuando pensamos en lo racional y lo irracional sólo en términos de la continencia y el desenfreno. La racionalidad que permitía la buena vida no podía obviar la existencia de lo irracional: la requería. De ese modo apelaba de manera práctica a la experiencia del deseo y su conflictivo despertar y desarrollo en toda pretensión. Lo malo de acercarse a lo no humano no reside en la bestialidad por sí misma, sino en lo impráctico de esta para el hombre: quien vive esclavo de cada ilusión estará encarcelado en la ignorancia. Si no se da cuenta, será peor para él, aunque eso no le produzca dolor. Por eso toda experiencia humana, mucho menos la del erotismo, puede reducirse sólo a la existencia de dolor y placer en ellas.

 

Tacitus