Buena enseñanza

A la memoria de Francisco García Olvera

El maestro educa con su ejemplo. El aprendizaje se propicia en cuanto comenzamos a percibir lo bueno de quien quiere que entendamos. Entre ideas pesadas propiciadas por un mundo pesado, ajenas a la luz y a la bondad, la claridad de la excelencia sorprende, cobrando sentido a cada explicación. Podemos sonreír con sinceridad. No es difícil ver la maestría en acción, lo difícil es notar cómo eso influye en quien quiere ver. Aprender cómo esa experiencia va influyendo en lo que hacemos y pensamos es alejarse de la monstruosidad de ser un alumno, es aprender y no simplemente succionar un poco de lo bueno. Aprender que es posible la bondad es la mejor enseñanza.

¿Qué quiere enseñarnos un maestro al que no le gustan los homenajes? Lo más evidente es que no quiere hacer una secta (importante distinción que tiene ante el profesor). Dejar de ser homenajeado por mera supervivencia en la vida académica sería sumamente raro, pues la importancia de la academia se mide con la sonoridad de los aplausos, de los homenajes chiquitos. Esto, suponiendo que el homenaje sea mero aplauso entre el disentimiento más cordial e irracional. Dos horas, o tal vez una jornada de varias mesas que sumen 10 horas, podrían condensar toda una vida de enseñanza o quizá las aproximadamente 60 horas que dura una clase. A lo anterior se le podría sumar el tiempo en el que comenzamos a ver que lo enseñado en clase tiene una relación directa con la realidad, que lo aprendido no se queda en una libreta, sino que va formando nuestro ser. La planta en pleno florecimiento se puede observar durante un breve momento, pero el tiempo que tardó para llegar a dicha plenitud desde que era una pequeña e indefensa semilla no se aprecia con un vistazo. ¿Cuántas personas que participan en un homenaje alcanzan a ver el cambio en la permanencia del florecimiento?, ¿decir que casi nadie sería exagerado o apenas justo? El maestro sabe que un homenaje es injusto, por eso no participa de dicha fiesta.

Pero la simplificación del homenaje no resulta suficiente motivo para desdeñarlo, pues el maestro sabe que hasta en sus clases, los alumnos y estudiantes tienden a simplificarlo. El principal problema al que el alumno que quiere ver lo bueno se enfrenta es a la vanidad. Al engaño que la vanidad le puede causar. El maestro sabe que el vanidoso no quiere ver, quiere estipular. No entiende la racionalidad de la palabra, sino el capricho de su arrogancia. La vanidad comenzará a enseñarle que el modo de actuar no tiene relación con el modo de pensar. El vanidoso ya no verá la enseñanza del ejemplo. El vanidoso no tiene maestros. Para propiciar lo bueno, se debe alejarse de lo malo, se debe ejemplificar que la vanidad es inútil.

Yaddir

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