Mirada de Paz V

Mirada de Paz V

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Leyéndola, la poesía canta a la vida. No es que la vida se adorne con poemas. Tampoco es que la poesía incremente la experiencia vital. Es, simplemente, que al leer poesía una cierta claridad rodea a la vida y lo vivo se presenta por primera vez en canto. Dice Octavio Paz: “La poesía es siempre un más. La experiencia del poeta no es distinta de la de los demás hombres y, además, es otra cosa. Ese además, esa otra cosa, es lo que distingue al poema del relato, la crónica, la anécdota o el discurso. La poesía de Montes de Oca es una tentativa por internarse en ese más […] La realidad está más allá, siempre más allá. Entre el poeta y su palabra, entre la imagen y la realidad hay una zona de ausencia. ¿Qué hacer? Iluminar la tiniebla, acribillar la nada, dar forma a lo que todavía oscila entre ser pájaro o mujer: conjurar a la realidad para que al fin encarne en unas cuantas palabras”. Oigamos el canto de Marco Antonio Montes de Oca.

Leo el poema “Luz en ristre”.

 

La creación está de pie,

su espíritu surge entre blancas dunas

o baña con hisopos inagotables

los huertos oprimidos por la bota de pedernal

y la fría insolencia de la noche.

Los colores celestes, firmemente posados en los vitrales,

esponjan siluetas de santos;

un resorte de yeso alza sobre el piso miserable

sombras que bracean con angustioso denuedo.

Entre tanto, el cuerno mágico llama a las creaturas gastadas en el dolor,

para que el vértigo instaure su hora de resarcimiento

y la ceniza despierte animada en grises borbotones.

La única, espléndida, irresistible creación

está de pie como una osamenta enardecida

y sobrepasa todas las esclusas, toca en cada llama la puerta del incendio,

ensilla galaxias que un gran mago ha de montar,

cuando el espíritu patrulle por el alba

hasta encontrar los pilares del tiempo vivo.

 

 

Pletórico el poeta, pletórica la existencia, pletórica la vida. ¿Por qué tan plena? Montes de Oca canta un cuadro en que lo vivo se presenta en su movimiento insuperable, en su inigualable coloración, de pie frente al ojo, entre los sonidos, para la palabra. Todo en el poema es floración: de la hierba aplastada por las pisadas cotidianas, de los restos de la productividad diaria, de lo que queda en el diario transcurrir, de ahí emerge la vida, desde ahí se levanta la vida, por ahí se muestra la Creación. ¿Cómo?

         El primer verso alumbra a nuestra mirada a la Creación toda. Por sus palabras, las partes caen levantadas ante nuestros ojos en aparentes oposiciones sólo posibles por la Creación toda: así el espíritu surge, así el espíritu baña. El surgimiento, primero, es toda claridad, las blancas dunas transpiran transparencia. El baño, después, sumerge la mirada al espacio mínimo desde el que el huerto puede florecer, ahí donde la noche combate la insolencia: la experiencia de la Creación en pie aminora el frío del solitario, lo acompaña cálida ante el florecimiento del todo. La Creación está de pie.

         Del campo al templo, la luz floreciente de la vida inflama la visión de los vitrales. La ejemplaridad del hombre santo, más allá de su acción, resalta en los contornos de colores celestiales: no es el santo un hombre alejado del mundo, sino —como San Francisco— el hombre que más plenamente desborda en el mundo. La claridad y la sombra, los fulgentes vitrales del templo aparecen contrarios a los pisos deslustrados. La fragilidad del yeso, empero, exhibe la fortaleza del piso: sólo miramos al cielo buscando el milagro de la santidad cuando nuestros pies están bien firmes sobre la tierra. Dentro del templo, la Creación está de pie: el hombre intenta avizorar lo eterno.

         Más allá del templo, las creaturas se reúnen desde las cenizas: la transfiguración de los restos de la vida se inflama y florece en vida nueva cuando la Creación se pone de pie ante el canto. La poesía resarce el dolor. El poema exhibe la justicia de la existencia: somos creaturas y nos reunimos en el canto. El hombre encuentra nuevamente los colores entre los borbotones grises de la tristeza. La poesía florece como la Creación: si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza (Job 14:7).

         Espléndida e irresistible, encantadora y encantada, seductora y seducida, la Creación está de pie para el canto del poeta, en el canto del poeta, por el canto del poeta. ¡Cantemos la vida! La vida llueve con el canto. Las nubes cantan la nueva vida. La Creación está de pie recibiendo el rocío de la palabra. La palabra está de pie frente al surtidor de la creaturas. La Creación está de pie y en las llamas de su incendio se ilumina la vida. Por ello dijo Octavio Paz: “En la poesía de Montes de Oca el diálogo del fuego y el agua, la chispa y el rocío, se resuelven en un surtidor de presencias enigmáticas y sorprendentes: tigres en cuya piel trazan las constelaciones sus caminos circulares, teléfonos que cantan las siete notas del arco iris, mujeres que cortan flores incandescentes en los valles submarinos. Agua y fuego: incesante brotar de mariposas o de elefantes, olas o rocas, alas o raíces. A veces, por un instante, aparece un espejo roto y en sus pedazos contemplamos el rostro de la verdadera vida”. La poesía canta a la vida. Al leer, el lector canta de pie ante el tiempo por vivir. El poema nos enciende la mirada para vivir de pie la vida.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. En dos semanas sus seguidores pudieron: evitar que se transmitiera un documental sobre el populismo, suspender la difusión de un comercial sobre la reforma educativa, el despido de un periodista en dos televisoras y su renuncia a un periódico, además del ciberataque a dos sitios en internet (La Otra Opinión y etcétera). Al final, convocaron enjundiosos a boicotear el estreno de una película cuyo actor principal declaró que AMLO no le parecía el mejor candidato. ¡Y todavía no inicia la dictadura moral!