El nombre de Elena no empieza con L. Sin embargo, contiene en su interior el nombre de esa letra. Letra con la que empiezan los nombres de Lucía y Laura, protagonistas de ¿Qué hora es? y La culpa es de los tlaxcaltecas, respectivamente. Ambos cuentos tienen protagonistas mujeres (cuyo nombre propio comienza con ele), ambos cuentos fueron escritos por Elena Garro, y ambos cuentos tienen un manejo temporal interesante.
En ¿Qué hora es?, el tiempo pareciera alargarse interminablemente. Lo que serían unas cuantas horas para la protagonista resultan ser más de un año para todos los demás (el lector incluido). Uno podría pensar que no es así, que Lucía vive en una especie de delirio. La locura se ha apoderado de ella al perderlo todo por esperar a su amante. Al igual que Vladimir y Estragon, Lucía espera y espera y espera… pero su Godot sí llega, ¡y de manera puntual! A las nueve cuarenta y siete de la noche llega por quien tanto había estado preguntando la hora… un año después. Pero, ¿en verdad pasó un año? ¿Habremos de creerles a los trabajadores del hotel parisiense? O tendríamos que ponerle más atención a Lucía cuando dice que
“el tiempo se ha vuelto de piedra… cada minuto que pasa es tan enorme como una enorme roca. Se construyeron ciudades nuevas que florecen, decaen y desaparecen, y van pasando las ciudades y los minutos; y el minuto de las nueve y cuarenta y siete llegará cuando hayan pasado estos minutos de piedra con sus enormes ciudades, que están antes del minuto que yo espero.” (Garro, Elena. ¿Qué hora es?)
El tiempo se petrifica interminablemente en su espera por el fantasmagórico amante. El mundo de los muertos no se rige por las mismas leyes que el mundo de los vivos. Pareciera que Lucía más que delirando vive desencajada del tiempo. Y esto no es exclusivo de ella.
Laura, protagonista de La culpa es de los tlaxcaltecas, pareciera vivir más encarnizadamente esta ruptura espacio-temporal. Ella no espera interminablemente a su amante, sino que se lo encuentra en varias ocasiones, dejando, literalmente, una ausencia a su alrededor. Tal es la naturaleza de esta ausencia que hasta la dan por secuestrada. Incluso el lector empieza a dudar de lo que está pasando, de lo que Laura describe, de su cordura. De nuevo tenemos una protagonista al borde de la locura, pero esta vez no es un mero delirio, es esquizofrenia pura. ¿Acaso Laura está en verdad loca? ¿No será que, como lucía, tiene una relación desencajada con el tiempo (y esta vez incluso con el espacio)? Cuando le platica su experiencia a Nacha, Laura le dice:
“Pero el tiempo se cerró alrededor de mí, se volvió único y perecedero y no pude moverme del asiento del automóvil. ‘Alguna vez te encontrarás frente a tus acciones convertidas en piedras irrevocables como ésa,’ me dijeron de niña al enseñarme la imagen de un dios, que ahora no recuerdo cuál era. Todo se olvida, ¿verdad Nachita?, pero se olvida sólo por un tiempo. En aquel entonces también las palabras me parecieron de piedra, sólo que de una piedra fluida y cristalina. La pierda se solidificaba al terminar cada palabra, para quedar escrita para siempre en el tiempo. ¿No eran así las palabras de tus mayores?” (Garro, Elena. La culpa es de los tlaxcaltecas)
El tiempo se cierra a su alrededor y no puede moverse, se petrifica (¿como con Lucía?), al igual que se petrifican las palabras de sus mayores, las palabras que construyen civilizaciones, palabras foráneas como las que dice su marido, que más que palabras son letras, pequeñas piedras, fragmentos de roca que se le lanzan desde lo más remoto de su infancia para apedrearla y castigarla por la traición. No por nada es su primo marido quien en cada ocasión la salva de esas piedras haciéndole casita con las manos.
El tiempo para una y las palabras para la otra. El tiempo se endurece, se petrifica en la espera. Las palabras se solidifican en material rocoso formando quizás una prisión. Piedra por todos lados. No imagino la sórdida desesperación de quien vive rodeada de rocas, de quien espera con la sensación de que cada minuto es una montaña rocosa que tarda una eternidad en pasar, de que cada palabra que viene del exterior es una pedrada lapidaria. Quizás sea esta una de las razones por la que ambos cuentos nos parecen tan extravagantes y hasta extraños. Las dos protagonistas cuyos nombres comienzan con L viven de manera desencajada en el tiempo, la misma narrativa juega con lo temporal. ¿No será que Elena Garro estaba tratando tan delirantemente de desencajarse del tiempo, de huir de las palabras y las pedradas de la espera y la rutina que su manejo del tiempo es la fuga ansiada? ¿No será que la narrativa esquizofrenizante de La culpa es de los tlaxcalteca es un desesperado intento por la cordura? ¿Y no será, por último, que su traición es justamente esa, la de intentar desencajarse del tiempo y del lenguaje “de sus mayores” para fugarse de su prisión de rocas?
Gazmogno